Últimos artículos

Puntos suspensivos al comienzo de una frase

Hacía mucho tiempo que no escribía ninguna entrada relacionada con la corrección, así que ya iba tocando. Y he decidido retomarla con un asunto que me han preguntado un par de veces últimamente: ¿los puntos suspensivos, al comienzo de frase, se pegan a la palabra que los sigue?

En realidad, esto ya lo traté en un artículo más amplio sobre los puntos suspensivos. Pero no me importa repetirme si así queda más claro. A los puntos suspensivos siempre les sigue un espacio (con una salvedad, pero que solo afecta a cuando los puntos suspensivos cierran frase, así que no me voy a detener). Luego, si siempre les sigue un espacio, da igual que esos puntos suspensivos estén encabezando un enunciado (para marcar, por ejemplo, que no está completo): se deja un espacio —sí o sí— entre ellos y la palabra que los sigue. Pongo un ejemplo sacado de La insoportable levedad del ser de Kundera.

«… aspiraba el perfume de su libertad. Detrás de cada esquina se escondía la aventura. El futuro había vuelto a convertirse en un secreto. Disfrutaba de la dulce levedad del ser».

Como puede apreciarse, hay un espacio entre los puntos y el aspiraba… Realmente, es algo tan sencillo que no hace falta mayor explicación. Aun así, si tenéis dudas al respecto (o sobre cualquier otro tema), sabéis que os podéis poner en contacto conmigo e intentaré solventarlas en la medida de lo posible.

Reflexiones (XXXII)

«Nunca tuve una tristeza que una hora de lectura no consiguiera disipar».

Montesquieu
(1689-1755)
Pensador y filósofo

Google Reader (recordatorio)

A todos los que me leéis y seguís a través de Google Reader (que sois unos cuantos, por cierto), un pequeño recordatorio: hoy es el último día que funciona Google Reader. Supongo que la mayoría ya habréis encontrado alternativas (Feedly o alguna similar), pero, si no, tenéis hoy para buscar algo y no perder todos vuestros feeds. Nos seguimos leyendo… donde sea. ¡Buen domingo a todos!

Georges Perec: ‘Un hombre que duerme’

Perdonad que no me esté pasando mucho por el blog últimamente… ¡Vaya días! ¡¡Me ha pasado de todo…!! Pero, aunque no me haya sentado a escribir ninguna entrada, sí que he leído muchísimo últimamente, y cosas interesantísimas, además. Como la novela de hoy, Un hombre que duerme, de Georges Perec, todo un descubrimiento.

'Un hombre que duerme'

‘Un hombre que duerme’

Novela cumbre de la «literatura Bartleby», auténtico símbolo generacional, Un hombre que duerme narra la peripecia de un estudiante que decide no levantarse de la cama el día de sus exámenes de Sociología, abandonar sus estudios, romper toda relación amigos y parientes, y recluirse en sí mismo y en su chambre de bonne, donde todo es gris. Más tarde se dedicará a deambular incansable por París, a ir al cine, a leer los titulares de los periódicos, pero como lo haría un sonámbulo. Para el estudiante todo forma parte de una vaga estrategia encaminada a alejarse de los deseos materiales, de la ambición y de su dependencia de los objetos, los ambientes, los sonidos y aromas de París, la ciudad que lo ha acogido y que lo acabará fagocitando.

Un hombre que duerme constituye una de las cumbres de la narrativa francesa de los sesenta, recuperada ahora en una magistral traducción de Mercedes Cebrián.

«Entre los libros que me cambiaron la vida estuvieron siempre los de Perec. Recuerdo haberlos leído con fascinación» (Enrique Vila-Matas).

Es el segundo libro de Perec que leo en mi vida. Hace muchos (muchos) años, leí La disparition, una novela de intriga en forma de lipograma: en su original en francés, no aparece la letra e; en la traducción en castellano, prescinden de la a (vocales más utilizadas en uno y otro idioma respectivamente). Os podéis imaginar la dificultad y el virtuosismo técnico necesario. Pero Un hombre que duerme (Un homme qui dort) me ha gustado muchísimo más…

Me fascinan las narraciones en segunda persona; no entiendo por qué este recurso no se utiliza más a menudo, porque el lector se convierte en protagonista y vive mucho más la novela. Que es justo lo que ocurre aquí (la novela está escrita en segunda persona). De repente somos ese estudiante que decide dejarlo todo, no actuar, no participar en la sociedad, abandonar sus relaciones sociales, deshacerse de su vida rutinaria para establecer unas nuevas rutinas que lo desmarquen de todo lo que le rodea. Y somos testigos directísimos de su indiferencia y de su abulia. Incluso participamos en la conclusión final a la que llega el estudiante.

La propuesta estilística y narrativa de Perec hace que nos veamos totalmente atrapados en su temática existencialista. Y, por supuesto, esto lleva a reflexiones por parte del lector. ¿Comparte el lector la tesis final de Perec y su estudiante de Sociología (qué irónico)? ¿El lector se deja llevar por la indiferencia en su vida real, o vive realmente? ¿Actúa o sobrevive pasivamente? ¿Y qué pasa cuando no actuamos, no hacemos, no vivimos…?

Interesantísima novela. Qué pena que me durara tan poquito (se merece una relectura con creces). Tengo que confesar que ya tengo otro libro de Perec esperándome, porque este me ha encantado (mucho más allá de sus experimentos técnicos, que aquí se limitan a esa segunda persona narrativa que tanto me gusta y que tan bien funciona aquí al convertir al lector en actor de esta historia de inacción). Os copio un pequeño fragmento:

Deambulas, deambulas, deambulas. Caminas. Todos los momentos son iguales, todos los espacios se parecen. Nunca tienes prisa, nunca estás perdido. No miras la hora en los relojes. No tienes sueño. No tienes hambre. Nunca bostezas. Nunca te ríes a carcajadas.

Y otro, del final (por si no queréis leerlo):

Durante mucho tiempo has construido y destruido tus refugios: el orden o la inacción, la deriva o el sueño, las rondas nocturnas, los instantes neutros, la fuga de las luces y las sombras. Quizás podrías, aún durante mucho tiempo, continuar mintiéndote, embruteciéndote, emperrándote. Pero el juego ha terminado, la gran juerga, la ebriedad falaz de la vida suspendida. El mundo no se ha movido y tú no has cambiado. La indiferencia no te ha dejado indiferente. No estás muerto. No te has vuelto loco.

¿Habéis leído Un hombre que duerme? ¿Os gustó? Si no lo conocíais, ¿os llama la atención? Como siempre, podéis comentar lo que queráis…

Veinticinco años de ‘Obabakoak’

Sé que estos días ando un pelín desaparecida (¡lo siento!), pero es que estoy a mil cosas a la vez (eso sí, estoy leyendo muchísimo y habrá reseñas pronto). A pesar de todo, no podía dejar de pasarme hoy por aquí para hablaros del 25.º aniversario de Obabakoak, la novela de Bernardo Atxaga, que se celebra esta misma semana.

Sobre Obabakoak ya he escrito en el blog, así que no me detengo mucho más (por supuesto, os recomiendo la novela con los ojos cerrados; de hecho, todo el ciclo de Obaba me parece lo más interesante de lo que he leído de la producción de Atxaga). Lo que sí quería es comentaros que van a celebrarse un montón de actos que giran en torno a Obabakoak para conmemorar el aniversario, sobre todo en Bilbao. Lo más interesante, quizá, la lectura ininterrumpida de la novela mañana en la plaza del Arriaga; la comienza el propio Atxaga a las 8 h. Y en la carpa que han colocado en el Arriaga también puede verse una selección de cubiertas de la obra, para los más curiosos…

Si estáis en Madrid y os interesaría escuchar a Atxaga, tenéis la oportunidad de hacerlo el próximo miércoles 26 a las 19.30 h en Matadero Madrid (para que no me echéis en cara que solo hablo de Bilbao).

A pesar de lo muchísimo que me gustó Obabakoak cuando la leí (hace muchísimos años, aunque no tantos como 25), particularmente me quedo con un relato de ese mismo ciclo, ubicado también en Obaba, que me parece una auténtica preciosidad: Bi anai (Dos hermanos). Si tenéis oportunidad, leedlo… Y si queréis opinar sobre Obabakoak, Bernardo Atxaga o lo que queráis, tenéis los comentarios a vuestra disposición.

De escritores y escritoras

Que conste que escribo estas líneas un poco a la aventura, sin saber muy bien qué voy a decir, para intentar poner un poco de orden en algo que se me ocurrió el viernes a raíz de asistir a una charla de la Feria del Libro de Bilbao. Os pongo en antecedentes y luego suelto mi reflexión.

El viernes por la tarde hubo un encuentro literario en el que participaron cuatro escritores jóvenes de éxito: Jon Bilbao, Kirmen Uribe, Jesús Carrasco y Harkaitz Cano (también estaba por allí Iván Repila, al que Carrasco mencionó un par de veces). Todos tienen novelas en el mercado, algunas muy recientes. Jon Bilbao acaba de publicar Shakespeare y la ballena blanca; Kirmen Uribe publicó hace ya unos meses Lo que mueve el mundo (titulada Mussche originalmente en euskera); Carrasco es una de las sorpresas literarias de la temporada con su Intemperie (comparada hasta la saciedad con El niño que robó el caballo de Atila de Repila, novela de la que ya he hablado en el blog); y, por último, Harkaitz Cano es el autor de la conocidísima en el mundo euskaldun Twist. Obviamente, con este cartel, difícil resistirse a ir y escuchar lo que tienen que decir.

La charla fue amena y distendida. Tocaron muchos palos: por qué escriben, la «muerte» de la novela, la relación de varios de ellos con la música, su relación con las editoriales y los editores, Internet… Y, según avanzaba la charla, a mí me iba viniendo una idea a la cabeza a la que llevo dando vueltas todo el fin de semana. ¿Por qué no había ninguna escritora en la charla? ¿Por qué las novelas «de verdad» las escriben siempre hombres? ¿Acaso el mundo editorial es machista? ¿Estamos relegando a las escritoras? ¿Escriben las escritoras historias menores?

No sé por qué pasa esto. Pero soy la primera que lee más historias escritas por hombres que por mujeres. No es a propósito, pero echar un vistazo a mi biblioteca basta para ver que los escritores ganan por goleada. Y me fastidia reconocer que, aunque tengo obras magníficas (que no cambiaría por nada) de mujeres, en general los novelones tienen un nombre de hombre en la cubierta. ¿Son más profundos, más reflexivos? ¿Escriben mejor? Me niego a pensar esto. ¿La industria editorial es machista? Quizá… Aunque hay muchísimas editoras (de hecho, el viernes Uribe, Carrasco y Cano comentaron que comparten editora en Seix Barral). No entiendo qué pasa, la verdad. Pero ¿notáis algo de esto vosotros o es todo producto de mi mente? ¿Tenéis la sensación de que los hombres mandan en la literatura?

Supongo que sería un buen tema de debate: si queréis discutir en los comentarios, son vuestros. Pero yo lo voy a dejar aquí con una frase del celebérrimo Un cuarto propio de Virginia Woolf (¿se os ocurre un libro mejor para ilustrar esto?, ¿no es triste que, a pesar de lo que han cambiado las cosas, todavía estos temas estén sobre la mesa como en tiempos de la Woolf?): «… las mujeres y la novela son dos problemas que no he resuelto». Pues yo tampoco. Pero ojalá me demostrarais que estoy equivocada y que el hecho de que el viernes solo hubiera hombres fuera una gran casualidad…

Julio Oliva: ‘Siete años, un martes y un septiembre’

No suelo reseñar (ni apuntar en los libros que he leído) nada que tenga que ver con mi trabajo. Suelo evitarlo, porque, normalmente, hay una conexión especial con esos libros que me impide ser objetiva. A veces, porque me siento muy orgullosa del resultado final; otras, porque les he cogido manía a esos textos. Así que hablar de Siete años, un martes y un septiembre, de Julio Oliva, va a ser una excepción… Y, en parte, lo hago porque llegué a trabajar en esta novela casi de rebote (o sin casi), cuando yo ya había decidido leerla después de hablar con su editora, comentar alguna cosilla en Twitter con su autor y, sobre todo, después de haber leído alguna frase suelta que me maravilló.

Siete años, un martes y un septiembre

‘Siete años, un martes y un septiembre’

Siete años, un martes y un septiembre es un libro de relatos, que podrían ser poemas y debe ser leído como una novela. A lo largo del libro los personajes se encuentran y desencuentran en ciudades, parques, esperanzas y recuerdos.

Se trata en realidad de un libro doble, que también podría llamarse Set anys, un dimarts i un setembre, ya que fue escrito a la vez en dos idiomas, catalán y castellano, y los lectores podrán seguir la historia en el idioma que prefieran, o saltar de uno a otro con solo girar el libro.

Este libro te gustará si…

  • Esperas impaciente a Jesse y Céline en Before Midnight.
  • Te emocionaste con la pequeña historia de Once.
  • Te conmueve la voz grave de Leonard Cohen.
  • Cuando te encuentras un cronopio, juegas a la rayuela.

Ediciones con carrito es la apuesta editorial de Jaume Balmes y Nuria Sebastián. Es más que probable que a quienes estéis metidos en este mundillo editorial esos nombres os suenen… Jaume es un excelente grafista y tipógrafo, de lo mejorcito que se puede encontrar; y Nuria es una magnífica editora, mi queridísima editora con carrito (buena historia), con una sensibilidad muy especial a la hora de encontrar textos peculiares que tocan el interior del lector. De un equipo así solo pueden salir libros de una gran calidad, tanto en la forma como en el contenido. Y eso ya es una garantía.

He sido testigo (en la sombra) tanto del nacimiento de la editorial, como del de la novela de hoy. Tuve unas ganas tremendas de leerla desde que Nuria me habló de ella, hace ya un tiempo; cuando empezó a publicar alguna frase suelta en Twitter, ya no tuve dudas. Y, justo cuando la iba a comprar, me llega una llamada de Nuria: «¿Puedes corregir la novela?». Corregida o no por mí, yo la habría leído y la habría reseñado igual, así que por eso he hecho esta excepción. Por eso y porque quiero aportar mi granito de arena para que Ediciones con carrito la conozca cuanta más gente mejor. Porque, cuando las cosas se hacen muy bien, hay que reconocerlo. Y Jaume y Nuria hacen las cosas muy bien. Y tienen una visión del mundo editorial muy similar a la mía. Y me encantaría involucrarme más con ellos y su proyecto.

Vamos al libro en sí, que hoy me estoy enrollando mucho. Es exactamente lo que dice la sinopsis: relatos que podrían ser poemas, que se leen juntos como una novela. Eso sí, el lector tiene que hacer un ejercicio activo por poner «orden» a esta historia. Historia que me tocó mucho (es la primera vez en mi vida que lloro con un texto con el que estoy trabajando; me emocionó cosa mala), quizá por ciertas frases que yo oí en su día casi tal cual en mi vida personal y en mis historias (luego os copio alguna). Son pequeños fragmentos de prosa poética, dirigidos a una segunda persona que ya no está, en que se mezclan los lugares (Barcelona, Madrid…), los recuerdos, las alegrías, las penas, algún reproche, la nueva vida… ¿Le puedo poner algún pero? Sí, dos: es excesivamente breve (yo me quedé con ganas de mucho más) y en algunas ocasiones (y esto es opinión mía) peca de ligeramente sensiblero (sensible es todo el libro, pero a ratitos me daba la sensación de que se pasaba la línea). Pero se lo perdono con creces, porque a mí este libro me ha encantado. De hecho, lo leí dos veces seguidas del tirón (antes de meterme con las correcciones). Y no hay que ser un lince, viendo el «Este libro te gustará si…» de la sinopsis, para saber que me iba a maravillar (¿Jesse y Céline, jugar a la rayuela? Curioso que los junten, igual que hice yo en el reto).

Os voy a copiar un par de fragmentos, como muestra de la prosa de Julio. Como veréis es rápida, desordenada, llena de lirismo…

Se llama tiempo y cruje en los bolsillos, consumido de a poco, como un paquete de cigarrillos, como otra historia de reencuentros y tormentas, Barcelona, septiembre, casi oficina de objetos perdidos. Las paradojas temporales: yo necesitando diez vidas para poder olvidar lo que tú en diez minutos y taxi a la estación. Pero, amor, el tiempo, dos cucharadas, una película de Aristarain, una tarde de autobuses, esas cosas que hacen vernos en los demás, esas veces en las que volver era un verbo prohibido porque todo era un continuo, esas voces de las que hoy ya no recuerdas ni el idioma en el que se expresaban. Se llama tiempo a la distancia entre los ojos en que me miraba y ya no te quiero. Se llama tiempo a las hojas que nacen de las ramas de invierno. Se llama tiempo a otra cosa, a las manillas de un reloj, a quince grados en el parque. Se llama tiempo, amor, y es tan idiota que nunca vuelve.

Y una frase más (la causante de mis lloros de aquel día), para quien lo entienda:

¿Y después? Esa absurda necesidad de futuro perfecto. Y después… tus ojos.

Si queréis comprar el libro y, de paso, conocer a su autor, Julio, que es un tío majísimo, estará firmando este sábado 8 de junio en la caseta 240 de la Feria del Libro de Madrid. ¡Yo aprovecharía! Y, si no, siempre podéis adquirir el libro en la web de Ediciones con carrito.

Y unas líneas para Nuria… ¡Gracias por dejarme participar en tus proyectos! ¡Soy muy fan de tus locuras y lo sabes! Espero que nos veamos muy pronto, ya sea en Barcelona, Soria, Vitoria o Bilbao… Por cierto, pensaba devolverte el amuleto, pero creo que lo necesito unos meses más en mi casa… Te avisaré sobre Before midnight. ¡Ah! Y tengo las ventanas abiertas para airear. Y… ¡miranfú! Un besazo. 😉

¿Enganchado a los libros?

Les voy a robar a los chicos de ULAD un artículo que colgaron ellos el otro día en su muro de Facebook y lo voy a enlazar, para empezar la semana con un poco de buen humor… Podría traducir los 25 puntos, pero sin las imágenes que los acompañan no tiene mucho sentido, así que… lo dejamos en inglés (¡y yo trabajo menos! ;)).

25 signs you’re addicted to books

Por cierto, yo no debo de ser una yonqui de los libros, porque apenas me identifico con algún punto suelto… ¿Y vosotros? ¿Sois adictos a los libros como los del artículo? ¿Os ha llamado la atención algo? Tenéis los comentarios a vuestra disposición… ¡Feliz semana a todos!

Reflexiones (XXXI)

«Hay algo que es mucho mejor que leer, y es releer, adentrarse más en un texto, enriqueciéndolo, porque uno ya lo ha leído».

Jorge Luis Borges
(1899-1986)
Escritor

Frase dedicada a los relectores como yo… ¡Buen fin de semana a todos!

La importancia de las primeras frases

En el último reto, en la categoría sobre novelas con un mal título, LV comentó que él no se fijaba mucho en los títulos, pero sí en la primera frase. ¡Qué importantes, los arranques! Y me acordé del comienzo de Firmin, de Sam Savage (me pareció tan brillante en su día que, ¡oh, milagro!, aún lo recuerdo). Y, como resume muy bien mi idea sobre un comienzo de novela redondo (aunque no es mi comienzo de novela favorito, que conste), os lo copio, para que lo disfrutéis…

Siempre imaginé que la crónica de mi vida, si acaso alguna vez llegaba a escribirla, tendría una primera frase excelente: algo lírico, como «Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas», de Nabokov; y, si no me salía nada lírico, algo arrollador, como «Todas las familias felices se asemejan, pero cada familia desdichada es desdichada a su manera», de Tolstói. La gente recuerda estas palabras incluso cuando ya ha olvidado todo lo demás que hay en el libro. En lo tocante a frases de apertura, la mejor, a mi modo de ver, es el comienzo de El buen soldado, de Ford Madox Ford: «Este es el relato más triste que nunca he oído». Docenas de veces lo habré leído, y sigue dejándome patidifuso. Ford Madox Ford era uno de los Grandes.

En toda una vida de esfuerzos por escribir, con nada he luchado más varonilmente —sí, esa es la palabra, varonilmente— que con las aperturas. Siempre me ha parecido que si esa parte me salía bien el resto seguiría de modo automático. Concebía la primera frase como una especie de útero semántico repleto de atareados embriones de páginas sin escribir, resplandecientes pepitas de genio, ansiosas de nacer. De ese gran recipiente fluiría, por así decirlo, el relato completo. ¡Qué desilusión! Ocurrió exactamente lo contrario. Y no es porque escaseen las buenas frases de arranque. Deléitese usted en esta, por ejemplo: «Cuando sonó el teléfono, a las tres de la madrugada, Morris Monk supo antes de levantar el aparato que la llamada era de una dama, y algo más: que decir damas es decir problemas». O esta: «Poco antes de que lo descuartizaran los sádicos soldados de Gamel, el coronel Benchley tuvo un vislumbre de la blanca casita de campo del Schropshire, con la señora Benchley a la puerta, y los niños». O esta: «París, Londres, Djibuti, todo le parecía irreal ahora, sentado entre las ruinas de otra cena más de Acción de Gracias, con su madre y su padre y el idiota de Charles». ¿Quién puede permanecer insensible ante unas frases así? Tan preñadas están de significado, tan, oso decirlo, tan a punto de reventar de significado, que es como si las hincharan los capítulos enteros sin escribir que llevan dentro: sin escribir, aunque ya presentes.

Firmin de Sam Savage



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