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Adiós, 2017
Es curioso, porque, como me ha ido pasando todo este año, me he vuelto a retrasar con las entradas del blog. Y eso significa que iba a escribir esto a colación del regalo de este año (y lo que simboliza); pero no me ha dado tiempo a terminar el asunto y no está colgado. Con lo cual no tiene sentido que publique lo que tenía en mente. Dentro de unos días, supongo.
Aun así, no podía dejar de pasarme por aquí para despedir con vosotros 2017 (personalmente, un año muy duro, siento hasta cierto alivio de que termine ya) y desearos un esperanzador 2018. Que os pasen muchas cosas buenas, que tengáis mucha gente que os quiere alrededor y que la vida sea generosa con vosotros. Y de paso, que leáis mucho y bien.
Feliz feliz feliz año nuevo.
¡Feliz Navidad!
Os deseo que paséis una gran noche al lado de las personas que más queréis. ¡Feliz Navidad!
Ocho años
Pues sí, hoy hace ocho años que empezó esto del blog. Yo llevaba ya un tiempo escribiendo en un blog personal (supersecreto, ya no se puede acceder a él) y, no sé bien cómo ni por qué, se me ocurrió que podría comenzar otro de índole más profesional (no por conseguir clientes ni nada de eso, porque no esperaba que lo leyera mucha gente, sino por escribir algo más relacionado con mi trabajo). Casi casi me lo planteé como un sitio donde reunir las respuestas a las dudas que me iban surgiendo al trabajar. Como empezó a tener una cierta repercusión (apenas había blogs dedicados a esto en aquel entonces, solo recuerdo un par de ellos más, muy buenos por cierto), decidí que era una buena forma de explicar a la gente curiosidades sobre la lengua o resolver dudas de una manera llana y sencilla, sin liarnos en terminología, para que todo el mundo pudiera entender las entradas sin problema. Ese fue mi propósito. Luego llegaron los libros, a petición vuestra. Y los retos (me encantaría organizar uno en 2018, pero no puedo prometer nada, porque ando como ando). Admito que hubo un momento en que tuve cierta sensación de que todo se desbordaba un poco (publicaba casi a diario y esto lo llevo yo solita). Al final, mis obligaciones laborales y personales han ido ganando la partida, sobre todo este último año. Sabéis que me he propuesto volver a publicar de manera regular y espero poder cumplirlo.
Como todos los años, tengo la sensación de que las Navidades empiezan en el blog con este aniversario (sí, también he puesto la nieve este año: me gusta y me hace ilusión). Y, como todos los años, os aviso desde ya de que os estará esperando un pequeño regalo navideño en los próximos días (no, no es un libro, porque por desgracia no somos islandeses y no celebramos Jólabókaflóð*). Asimismo, seguiré con las entradas sobre los libros que he leído este año, por si alguien se fía de mis recomendaciones bien para escribir la carta a los Reyes o bien para regalar, que un libro siempre es un gran regalo.
Os espero estos días por aquí. Y, claro, si queréis decirme cualquier cosa o hacerme vosotros vuestras propias recomendaciones, tenéis los comentarios abiertos.
* * *
*El año pasado descubrí en qué consiste la fiesta islandesa del Jólabókaflóð. Me propuse aprovechar estas Navidades para escribir sobre ello en el blog, pero estos días están apareciendo artículos sobre ella por doquier, así que me parece un poco inútil. Lo resumo rápidamente: en Islandia es tradicional regalar libros en Nochebuena y pasar la noche leyendo y tomando chocolate caliente. Es la época del año en la que las editoriales islandesas lanzan sus novedades. Todos los hogares islandeses reciben un catálogo de libros con todas las novedades del año en los días previos a la Jólabókaflóð, que literalmente significa ‘inundación de libros navideña’. Me parece una fiesta genial, que yo quiero importar ya.
Últimas lecturas (mayo y junio de 2017)
Como os comenté hace poquito, voy a seguir comentando los libros que he leído este año. En la entrega de hoy, los de mayo y junio. Podéis consultar las primeras lecturas de 2017 aquí y aquí, de todas formas.
MAYO
Maggie O’Farrell: Tiene que ser aquí
Daniel Sullivan y Claudette Wells son una pareja atípica: él es de Nueva York y tiene dos hijos en California, pero vive en la campiña irlandesa; ella es una estrella de cine que, en un momento dado, decidió cambiar los rodajes por la vida en el campo, la fama por el anonimato. Ambos son razonablemente felices.
Sin embargo, esta idílica vida, trabajosamente construida entre los dos, se tambaleará cuando Daniel conozca una inesperada noticia sobre una mujer con la que había perdido el contacto veinte años atrás. Este hallazgo desencadenará una serie de acontecimientos que pondrán a prueba la fortaleza de su matrimonio.
Tiene que ser aquí cruza continentes y atraviesa husos horarios siguiendo a un heterogéneo grupo de personajes durante varias décadas para trazar el extraordinario retrato de una pareja, de las fuerzas que la unen y de las presiones que amenazan con separarla. Una epopeya íntima y cautivadora sobre aquello que abandonamos y aquello en lo que nos convertimos mientras buscamos nuestro lugar en el mundo.
Tengo sentimientos encontrados con esta novela. Voy a ser muy sincera: me acuerdo más de lo malo que de lo bueno. En mi nómina de lecturas de 2017 pasará con más pena que gloria; de hecho, me he acordado de la historia someramente por la sinopsis que he copiado. La historia en sí me gustó (ojo, sin ser nada del otro mundo), incluso creo que el planteamiento tiene un puntito original. ¿Qué pasa? Que es como un puzle. Lo cual no es nada malo en sí, a mí estos juegos literarios me suelen gustar (y motivar) bastante. Pero aquí no. Me pareció lioso y no le encuentro la razón. Si hubiera un porqué para ese desorden (temporal, geográfico, de personajes), pues genial; sin embargo, o bien no lo hay o bien yo no se lo encontré. Con lo cual me quedó una sensación agridulce desde el principio. Aunque me gustara la historia, la novela me chirriaba.
Además, a pesar de que me he prometido a mí misma no comprar más ebooks de Libros del Asteroide, volví a caer con este y… el horror. Si las ediciones en papel de esta editorial siempre tiene algún pero (y mira que me fastidia decir esto), lo de las ediciones digitales clama al cielo. Y eso a mí me saca completamente de la lectura. Decepción, en definitiva, porque esperaba mucho más.
Han Kang: La vegetariana
Yeonghye es una mujer aparentemente normal, joven, sin mayores virtudes o defectos. Una noche, sin ninguna actitud previa que hiciera suponer un cambio en su carácter, su marido la encuentra en la cocina tirando a la basura toda la carne almacenada en el congelador. Cuando él la increpa por lo que está haciendo, ella le dice que ha tenido un sueño y que abandonará la ingesta de carnes. Su determinación es absolutamente radical e irrevocable, pero el marido y la familia no están preparados para esta decisión ni para la transformación que comienza a gestarse en Yeonghye a partir de ese momento. La vegetariana es una novela con un fuerte componente psicológico, que cuestiona los límites culturales de la cordura, la violencia y el valor del cuerpo como un bien privado y último refugio.
«Hacer preguntas, eso es para mí escribir. No escribo respuestas, simplemente me afano por redondear las preguntas, trato de permanecer mucho tiempo dentro de ellas. De rodillas, arrastrándome otras veces, espero llegar hasta el final, hasta el centro (aunque sea imposible). Esta novela es también una pregunta imposible. Hay una mujer, un ser humano que ya no quiere formar parte de la humanidad. Un ser que pone en juego su vida para no dañar a nadie ni a nada, un ser a quien un día deja de importarle en absoluto vivir o morir. Simplemente quise preguntar si una mujer así se quedara en silencio, y llevara a cabo su decisión, qué es lo que pasaría; con qué se encontraría al final del camino».
Puede que este sea el libro que más me ha removido este año. Aviso: no es una lectura agradable. Intentar comprender las decisiones y actos de Yeonghye conlleva una reflexión profunda de nuestras propias decisiones y actos, y los de aquellos que tenemos a nuestro alrededor (y cómo nos comportamos ante ellos). Me pareció, dentro de su crudeza, una novela muy bella, íntima y genuina. Empaticé muchísimo con el personaje principal, esa mujer delicada y fuerte a un tiempo, y que tan bien ha conseguido dibujar Han Kang. He recomendado bastante la novela, a pesar de que la corrección era un desastre (encontré «problemas» en tantas páginas que dejé de contarlos, y acabé la novela por lo poderoso del texto, no por la edición; aun así, a pesar de esto, que a mí me molesta mucho, el catálogo de Rata me parece tan interesante que seguiré leyendo libros suyos).
Virginia Woolf: Las aventuras agrícolas de un cockney
Este libro, que narra las aventuras de un joven matrimonio del East End londinense que de repente se traslada al campo, es un tesoro para el lector entusiasta de Virginia Woolf.
Es la primera vez que se publican en castellano estas dos obras cortas, escritas por la autora entre los diez y los trece años, y son dos textos notables y sofisticados para una niña de esa edad. Una mirada diferente y divertida de la vida en pareja.
Este libro es una delicia. Dos cuentos de una Virginia Woolf todavía niña (en realidad, Virginia Stephen aún, claro), en los que ya se ven su humor, su inteligencia y su curiosidad por interpretar el mundo. Un regalo para los lectores de la autora británica, en una magnífica traducción de una de las personas que más conocen (y aman, y hago bien usando este verbo) a Virginia Woolf, Ainize Salaberri (sí, ya sé que muchos vais a decir que es una de mis mejores amigas y que le hago la pelota, pero nada más lejos: estoy orgullosísima del trabajo de Ainize en este libro). Y ojo a las ilustraciones de Maite Gurrutxaga, el complemento perfecto para los cuentos: imposible no enamorarse de ellas.
Stig Sæterbakken: A través de la noche
«La tristeza llega de muchas formas distintas. Es como una luz intermitente que se apaga y se enciende. Está ahí y es insoportable, luego desaparecer porque es insoportable, porque es imposible tener ahí todo el tiempo. Te llena y te vacía. Mil veces al día se me olvidaba que Ole-Jakob había muerto. Mil veces al día, de pronto, lo recordaba. Y ambas cosas me resultaban insoportables. Olvidarlo era lo peor que podía hacer. Acordarme de él era lo peor que podía hacer. Era una sensación de frío que iba y venía, pero nunca de calor. Solo había frío y ausencia de frío. Era como estar de espaldas al mar. Se me helaban los talones cada vez que una ola rompía sobre ellos. Luego la ola se retiraba. Luego volvía».
Cuando se afirma que el dolor nos hace más fuertes, no se tiene en cuenta el camino que hay que recorrer para armarse y seguir viviendo después de una pérdida que nos cambia para siempre. Solo los grandes autores, Agota Kristof, Thomas Bernhard, Imre Kertész y ahora Stig Sæterbakken, consiguen hablar de esos momentos de búsqueda existencial y encontrar palabras para definir la complejidad que caracteriza las relaciones y los sentimientos humanos.
Esta es una de las mejores novelas que he leído este año. «Puta mierda de los cojones». Así comienza un viaje terrorífico a través de la desesperación y la tristeza más absolutas, teñidas siempre de una culpa que mata en vida. Es un viaje hacia una pesadilla (para quienes lo hayáis leído: ¿qué sucede en esa casa?) de la que no se puede salir. Sæterbakken ha sido un gran descubrimiento este año. Espero que Mármara (o cualquier otra editorial) traduzca al castellano más obras suyas (aunque esta se considera la mejor). Muy recomendable.
María Sánchez: Cuaderno de campo
En este libro se anota la vida, la que se recuerda y se ha perdido, la que nos ha forjado en sangre y en tierra, la que aguarda en la observación del día a día. María Sánchez ha afrontado en Cuaderno de campo una reflexión sobre la familia, y cómo nos construye, y sobre el cuerpo, y cómo nos acuna o nos aísla —según el lugar al que queramos dirigirnos—, y sobre nuestra propia posición con respecto a nuestros orígenes. Estos poemas transcurren en casas antiguas, durante ceremonias heredadas, entre animales que también nacen, crecen, se reproducen, mueren. Una obra sabia, delicada y a la vez en guardia, dispuesta a protegerse y atacarnos.
No soy una gran lectora de poesía (antes sí lo era, pero por muchos motivos la fui dejando y la retomo en poquitas ocasiones). Este libro me vino recomendadísimo y con mucha razón (estos días lo veréis merecidamente en casi todas las listas de mejores libros de 2017). Es una delicada reivindicación de nuestros orígenes, de una tremenda belleza. Por mis circunstancias personales, me quedo con un poema que no es ni el mejor ni el más representativo del poemario, pero que a mí me tocó enormemente y se queda ya para siempre en mi memoria para ilustrar un momento muy dulce de mi vida. Es la tercera parte de «La primera mancha» y tiene que ver con la voz, cómo no (para quienes me seguís en Instagram, está allí; os pongo el enlace, creo que lo podréis ver a pesar de que tengo la cuenta con candadito; si no podéis verlo, lo siento).
Karl Ove Knausgård: Tiene que llover
De los años que captura este libro, apenas quedan unos pocos recuerdos, nos dice el autor. Y, por encima de todos, uno: el de la ignorancia, la ingenuidad, el fracaso. Y, sin embargo, en Tiene que llover un Knausgård concentrado y frontal exprime su prodigiosa capacidad evocativa para, cerrando el círculo, describir el camino por el que llegó a convertirse en el autor que conocimos con La muerte del padre, y dar vívido testimonio de los impedimentos, errores y tropiezos que contribuyeron a conformarlo.
Un camino que empieza, en 1988, donde terminaría catorce años más tarde: en Bergen, con un veinteañero Karl Ove convertido en el alumno más joven de la Academia de Escritura de la ciudad, y pletórico de un entusiasmo que no tarda en abandonarle. Y es que el precoz novelista se revela inepto en todos los frentes: el social, el amoroso, el literario. Sus textos son infantiles, están hechos de clichés, y Karl Ove combate (bebiendo, saliendo, enzarzándose en peleas o coqueteando con la delincuencia) la lacerante constatación de no ser un escritor en absoluto.
Pese a ello, persiste: va a la universidad, envía algunos cuentos, cosecha algunos rechazos; descubre un talento inesperado para la crítica literaria. Y tras sus primeros romances frustrados, el amor: Tonje, con la que se casará, y junto a la que verá cómo, cuando ya casi no lo esperaba, se convierte en algo parecido al autor que siempre había anhelado ser. Hasta que la insatisfacción que también lo había perseguido siempre se imponga, dando un sonoro carpetazo a la época que se dibuja en este libro: un tiempo del que emerge completa la silueta de un hombre atormentado, contradictorio e imperfecto, cada vez más próximo a emprender el autoanálisis inmisericorde que le llevará a descubrir el alcance de su vocación, tan trabajosamente conquistada. El mismo autoanálisis al que los lectores de todo el mundo han asistido, imantados, a lo largo de una saga de ambición infrecuente y escala titánica, que con Tiene que llover (veloz, libre, esencial, desnudo) entrega otro volumen inolvidable muy cerca de la culminación definitiva.
He llegado a un punto de adoración por Knausgård tal que no puedo ser objetiva. Me requetechifla, y punto. En esta quinta entrega (Dios mío, ¿qué voy a hacer cuando publiquen la sexta y última el año que viene?) se centra sobre todo en los años en que comienza a escribir más en serio, y la lucha que mantiene consigo mismo y con su propia escritura se convierte en la protagonista absoluta del libro. También se tocan otros palos, por supuesto, como las primeras relaciones amorosas serias (son los años en los que conoce, por ejemplo, a la que será su primera mujer) o el (ab)uso del alcohol. De este libro sí que quiero publicar reseña aparte (de hecho, está a medio escribir en este momento). Obviamente, a quienes les hayan gustado los anteriores libros de Mi lucha, les encantará; a quienes no soportan su obsesión por el detalle al escribir, pues no se lo recomiendo (¿para qué sufrir leyendo, habiendo tantos libros por el mundo?).
Annie Ernaux: No he salido de mi noche
Mi madre sufrió la enfermedad de Alzheimer a principios de los años ochenta. Al final, tuve que ingresarla en una residencia de ancianos. Siempre que volvía de mis visitas, necesitaba escribir sobre ella, sobre su cuerpo, sus palabras, el lugar donde se encontraba. No sabía que aquel período me conduciría hacia su muerte, en 1986.
Al hacer públicas estas páginas, las revelo tal y como fueron escritas, fruto del estupor y el trastorno que entonces sentía yo. No he querido modificar nada al transcribir aquellos momentos en que me quedaba junto a ella, fuera del tiempo, de todo pensamiento. Había dejado de ser la mujer que había conocido, que velaba por mi vida, y sin embargo, bajo ese rostro inhumano, por su voz, sus gestos, su risa, era mi madre, más que nunca.
Desde que el año pasado descubrí a Annie Ernaux, se ha aupado a un puesto muy alto en mi lista de autores favoritos. Quizá no sea este el libro suyo de los que he leído que más me ha gustado, pero aun así me parece muy bueno (a pesar de que, en realidad, no es más que las transcripciones de las notas que la propia Ernaux fue tomando acerca de su madre durante el tiempo que abarca). Por el tema que aborda, la enfermedad y muerte de su madre, como comprenderéis no es un libro de digestión fácil. Es breve, es emotivo y, no sé si por mis propias circunstancias cuando lo leí o porque el libro invita a ello, me hinché a llorar. Leed a Ernaux; creo que es la mejor recomendación que os puedo hacer.
JUNIO
Delphine de Vigan: Nada se opone a la noche
Después de encontrar a su madre muerta en misteriosas circunstancias, Delphine de Vigan se convierte en una sagaz detective dispuesta a reconstruir la vida de la desaparecida. Los cientos de fotografías tomadas durante años, la crónica del abuelo de Delphine, registrada en cintas de casete, las vacaciones de la familia filmadas en súper ocho o las conversaciones mantenidas por la escritora con sus hermanos son los materiales de los que se nutre la memoria. Nos hallamos ante una espléndida y sobrecogedora crónica familiar, pero también ante una reflexión sobre la «verdad» de la escritura, porque son muchas las versiones de una misma historia y narrar implica elegir una de esas versiones y una manera de contarla. Y esta elección a veces es dolorosa, porque en el viaje de la cronista al pasado de su familia irán aflorando los secretos más oscuros.
Otra novela que me gustó muchísimo, aunque debo decir que, en mi opinión, va de más a menos (al final, se me hizo hasta un poquito larga). Pero merece mucho la pena, por varias razones: primero, porque la vida de la madre de Delphine de Vigan, esa guapísima mujer que aparece en la cubierta del libro, es de lo más interesante (toda la parte de la niñez me pareció increíble); y, segundo, porque es un ejercicio de lo más peculiar sobre cómo escribimos las historias, nuestras historias, cómo ordenamos los recuerdos, cómo narramos nuestras vidas. ¿Y qué le puede interesar más a una lectora entregadísima a todo lo que huela a autoficción? Pues eso, que estaba claro que, como poco, esta novela me iba a intrigar. No solo lo consiguió, sino que la disfruté.
* * *
Esto es lo que dieron de sí mayo (bastante) y junio (se nota que tuve más lío, ¿eh?). Os toca. ¿Habéis leído algo de lo que comento? ¿Os gustó? ¿Alguno de estos libros os recuerda a algún otro que nos queráis recomendar? Los comentarios son vuestros, como siempre.
Reflexiones (LXI)
«Un libro es la prueba de que el ser humano puede hacer magia».
Carl Sagan
(1934-1996)
Cosmólogo, astrónomo y divulgador científico
Desastre (y deseo)
Toc, toc. ¿Se puede? Hola a todos. Y perdón por la tardanza. Me da hasta respeto ponerme a escribir esta entrada: he perdido la costumbre y no sé bien cómo explicar lo que ha pasado todo este tiempo. Como os podéis imaginar, este parón de casi seis meses no estaba planeado. Ni remotamente. En realidad, mi ausencia se explica con tres palabras: cansancio (no del blog, sino de todo en general: mi año ha sido/está siendo más complicado de lo que esperaba, y eso que el 1 de enero sabía ya que iba a ser muy difícil, pero hoy no nos vamos a meter en cosas personales que seguro que os importan poco y sobre las que tampoco tengo muchas ganas de hablar), saturación (de trabajo, sobre todo) y espera (llevo meses esperando algo, que ocurrirá en breve [creo]; entonces entenderéis un poco más por qué no escribía en el blog: no, no es nada de mi vida personal, no esperéis ninguna noticia maravillosa, porque no tiene nada que ver).
Vamos, que se me ha juntado todo y… ¡el desastre! Bonita palabra, por cierto, a pesar de su significado. ¿Empezamos esta vuelta con un poco de etimología? Pues vamos con desastre.
Desastre, de origen latino aunque nos llega por otras vías. En ese origen latino reconocemos el prefijo dis- (que se convierte en de, y significa ‘separación’) y el sustantivo astrum (‘astro’, ‘estrella’). Un desastre sería la desaparición (por disgregación o separación en múltiples fragmentos) de una estrella. Y, por ende, al aplicarlo a una cosa o persona, sería ‘lo que no tiene estrella’ o ‘quien no tiene estrella’.
Y una curiosidad más. En latín era un término culto y poético. ¿Por qué lo sabemos? Precisamente porque se parte del sustantivo astrum, que no era la voz más habitual para referirse a las estrellas, sino una tomada del griego, de αστρον (astron), que se empleaba solo en textos literarios. Entonces, ¿qué términos se empleaban para los astros y las estrellas? Pues sidus (que nos dará vocablos como sideral) y stella.
¿Me permitís que tome ese sidus y juguemos con él un poco? Va a ser mi forma de convertir esta entrada en una declaración de intenciones (y vosotros os lleváis un 2 × 1 de curiosidades etimológicas). Pues, como iba diciendo, volvamos al sidus o, mejor dicho, vayamos a su plural, sidera (‘astros’, ‘estrellas’).
De la combinación del prefijo de- (esta vez para indicar lejanía) más el sustantivo sidera, tenemos toda la familia de desidera: por ejemplo, tendríamos desiderium (‘deseo’). Porque, sí, el deseo está relacionado con las estrellas. El deseo tendría que ver con la acción de contemplar las estrellas desde la lejanía. Las estrellas son lo ansiado y están lejos de nosotros. Eso es el deseo: la estrella que contemplamos y anhelamos.
Mi deseo en este momento está más cerca y al alcance de la mano: quiero sacar tiempo todas las semanas para publicar entradas. En 2018 no puede volver a ocurrir lo que ha sucedido este año (que no ha sido culpa de nadie; sencillamente, a veces se lía todo). De verdad que quiero (y deseo) activar el blog de nuevo. Para empezar, durante este mes iré comentando los libros que he leído este año (agrupados, eso sí, no sé si habrá alguna reseña suelta).
Antes de irme, una cosita más. Me sorprende mucho que el número de visitas apenas haya bajado estos meses (ha bajado, obviamente, pero el descenso ha sido casi impreceptible). Así que, mil gracias. Gracias por haber seguido ahí. Ahora sí, nos leemos pronto.
Neil Gaiman, la lectura y las bibliotecas
Este fin de semana he estado dándoles vueltas a varios textos de Neil Gaiman sobre la importancia de la lectura para los niños. Y en mis pesquisas he encontrado una conferencia que dio en Londres hace unos años sobre el tema. Como me parece de lo más interesante, os dejo el enlace por aquí. Solo está en inglés, lo siento. Para quienes habléis inglés, merece la pena pasar veinticinco minutos escuchando a Gaiman. De hecho, es un placer.
Conferencia de Neil Gaiman para la Reading Agency en 2013
Qué pasaría en vuestra vida si todo sucediera como en…
Imaginad que justo el último libro que habéis leído marcara vuestra vida actual y esta fuera a desarrollarse justo como en la historia que habéis tenido entre manos. Interesante, ¿eh? ¿Cómo sería? ¿Cuál ha sido vuestra última lectura y cómo afectaría a vuestra vida? ¿Qué pasaría ahora en vuestra vida si fuera como en… [poned vuestro último título aquí]?
Creo que me toca empezar. El último libro que he leído es… Tiene que llover, de Karl Ove Knausgård (quien no quiera tener detalles, que no siga leyendo).
Si ahora en mi vida me fuera a pasar lo mismo que le ocurre a Knausgård (es autoficción: coinciden protagonista, narrador y autor), estaría en una continua lucha conmigo misma durante unos diez años por ser escritora. Primero llevaría una vida desordenada, en la que el alcohol tendría un lugar excesivamente importante. Tendría varios trabajos, aunque acabaría escribiendo reseñas literarias para diversos medios. Cambiaría de casa mil veces. Me enamoraría, tendría relaciones con varias personas, les sería infiel. Conocería a la persona con la que me casaría un tiempo después. Perdería a varios familiares, entre ellos a mi padre (por culpa del alcohol). Y escribiría, escribiría, escribiría… Mucho, todo el tiempo. Y todo me parecería malísimo. Y dudaría de mí misma todo el tiempo.
¿Jugáis a esto conmigo? ¿Me contáis en los comentarios qué pasaría en vuestra vida si os fuera a ocurrir lo que pasa en el último libro que hayáis leído? ¡Animaos!
Escritoras, escritores y viceversa
Esta entrada surge de una de mis habituales conversaciones con los integrantes del equipo del blog Un libro al día. Me comentaron que les han echado en cara varias veces que reseñan más obras de hombres que de mujeres. Y eso desembocó en una charla sobre qué porcentaje de autores y de autoras leemos habitualmente.
Según parece (y redondeando las cifras), los hombres dedican un 80 % de su lectura a autores hombres. Sin embargo, las mujeres hacemos un fifty-fifty: la mitad de nuestras lecturas tienen autora (frente al mísero 20 % anterior).
Cuando me dieron esas cifras, yo corrí a mirar a quién leía yo. Porque algo tengo muy claro: cuando me acerco a un libro, lo hago independientemente del sexo de quien lo haya escrito. Mi conclusión: como la mayoría de mujeres, reparto mis lecturas equitativamente entre autores y autoras.
¿Y vosotros? ¿Leéis más libros escritos por hombres o por mujeres? ¿Ponéis cupos, restricciones…? ¿Os importa si una obra está escrita por un hombre o una mujer? Hoy sí que me gustaría que dejarais vuestra opinión en los comentarios. Os espero.
PS.: Por cierto, lo anterior vino porque me entrevistaron en ULAD. No dije nada en ningún sitio, no lo publicité, no di la murga en su día… pero, si queréis leer la entrevista, la tenéis aquí, con reseña del último libro de David Foster Wallace publicado en castellano (por Malpaso) incluida.