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‘Salario’

Hoy, etimología de nuevo, en concreto voy a hablar del origen de la palabra salario. ¿Sabéis de dónde viene?

Sal

Sal

Salario viene de salarium, que, a su vez, viene de sal. El salario era el pago en forma de sal que se realizaba bien a los soldados que trabajaban en la Via Salaria (una calzada desde unas salinas cercanas a Ostia hasta la ciudad de Roma), bien a los esclavos en las casas.

¿Por qué se les pagaba con sal? Porque la sal era un elemento muy preciado. Por un lado, servía, como en la actualidad, para condimentar. Pero ese no era, ni mucho menos, su uso más importante, sino el de conservar la comida: tener productos en salazón permitía que los alimentos duraran más. Y había un tercer uso de la sal: se empleaba como antiséptico.

Y de estos pagos, nuestros actuales salarios, aunque ya no se nos pague con sal.

Recordad que, si queréis decir cualquier cosa, tenéis los comentarios a vuestra disposición.

Dos puntos

Esta es la primera entrada en el blog sobre los dos puntos. A los demás signos de puntuación ya les he dedicado artículos, algunos están bien explicados y toda su casuística desarrollada. No así los dos puntos. ¿Por qué? Porque les tengo tirria. Se usan tan mal, me dan tantos quebraderos de cabeza, habría que explicar tantas cosas… que se han convertido en uno de esos temas tabú que no me apetece tocar. No obstante, hoy voy a hacer una excepción y voy a poner sobre la mesa un uso incorrecto de los dos puntos que veo por todos sitios.

Es incorrecto emplear los dos puntos detrás de una preposición para introducir una lista de elementos. Os pongo un ejemplo para que lo veáis mejor.

El átomo se compone de: neutrones, protones y electrones. ×
El átomo se compone de neutrones, protones y electrones. √

En el ejemplo, los dos puntos tras la preposición de son incorrectos. Nunca se utilizan los dos puntos detrás de una preposición.

De momento, dejo aquí los dos puntos. Algún uso problemático más ya caerá en alguna otra entrada. Y si os han surgido dudas con alguna frase en concreto con dos puntos (o con lo que sea), sabéis que podéis dejarme un comentario y os las intento solucionar.

Histeria

Hoy os  voy a hablar de una palabra cuyo origen me parece ciertamente curioso (de hecho, creo que más de uno se va a sorprender). ¿Sabéis qué es la histeria y de dónde viene el nombre?

histeria

Histeria

La histeria es un trastorno neurótico en el que el paciente manifiesta angustia al suponer que padece ciertos problemas físicos o psíquicos (y, en la actualidad, por extensión, también se usa el término para cualquier estado de excitación nerviosa). Aunque los profesionales ya no utilizan la palabra histeria para designar este tipo de afección, su origen resulta sumamente peculiar.

Fueron los antiguos griegos quienes identificaron los síntomas de la histeria: convulsiones, desmayos, etc. Y los identificaron, principalmente, en mujeres. De ahí que la histeria fuera para ellos una enfermedad de mujeres y que tuviera que estar localizada en algún órgano femenino. ¿Qué tal el útero? Además, por aquel entonces, se pensaba que el útero era un órgano móvil, que deambulaba por el cuerpo de la mujer; si llegaba al pecho, se producían las convulsiones y las crisis nerviosas. Y de ahí empezaron a emplear el nombre de útero también para designar la enfermedad. Porque histeria viene de hystear (ὑστέρα), que significa, literalmente, ‘útero’.

‘Mesar’

Os pongo en situación. Estoy corrigiendo una novela cuyos protagonistas son tres policías. Uno tiene barba; el otro, un tupido mostacho (sic); y el tercero lleva su escaso pelo cortado al rape. ¿Os habéis hecho una imagen mental del trío calavera? Pues seguimos. Resulta que una de las características del barbudo es que, cuando se pone a reflexionar sesudamente, se «mesa» las barbas. El del bigote tiene la manía de «mesárselo» después de comer, y el rapado «se mesa» la cabeza cuando tiene que dar explicaciones… ¿Sí? ¡Pues no!

Esto es un error muy común. Muchísima gente cree que mesar significa tocarse la barba, acariciársela, manosear algo con pelo… Pero nada más lejos. Comprobad el DRAE. Mesar, que etimológicamente significa ‘cercenar’, quiere decir ‘arrancarse cabellos o pelos de la barba con las manos’. Así que, aunque (en este caso) el traductor pensaba que los había puesto a acariciarse las barbas (como hacen en el original), en realidad creo que estaba creando unas importantes calvas en los tres protagonistas a base de tirones (la novela es bastante entretenida, por cierto).

Pues esta es la curiosidad léxica de hoy para que empleéis bien el verbo mesar. Si queréis decir cualquier cosa sobre pelos, barbas, bigotes o cualquier otro tema, tenéis los comentarios abiertos. 😉

‘Paparazzi’

Hoy vamos con una palabra que, al menos a mí, me parece muy curiosa: paparazzi. Supongo que todo el mundo adivina que es de origen italiano, pero estoy segura de que a más de uno le sorprenderá de dónde viene en realidad.

De todas formas, antes de meterme en harina, quiero hablar de esa -i final de muchas palabras de procedencia italiana. A diferencia del castellano (y de otros idiomas), el italiano no hace el plural añadiendo una -s, sino mediante vocales. Y los sustantivos masculinos (muchos acabados en -o), hacen el plural en -i: il libro, i libri (‘el libro’, ‘los libros’). Por lo tanto, esa -i que vemos a veces en español en las palabras de origen italiano nos está diciendo que esos vocablos se han introducido en nuestro idioma en plural. Después, al castellanizarlos y usarlos en plural, solemos añadir la -s (porque no tenemos conciencia de que esa -i ya lo está marcando). Un ejemplo: comemos espaguetis (spaghetti en italiano). Y, aunque en Italia hablan de paparazzo y paparazzi, aquí diríamos paparazi y paparazis (según la adaptación gráfica sugerida por la RAE en el DPD, pero, ojo, no en el DRAE, que sigue prefiriendo la grafía italiana en cursiva y sin marca de plural; yo la escribo con doble zz).

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Cartel italiano de ‘La dolce vita’

Tras la lección de italiano de hoy, vamos con la palabra de la que os quiero hablar: paparazzi. Doy por supuesto que todo el mundo sabe que un paparazzi es el reportero de prensa que hace fotos de famosos. Pero ¿sabéis por qué se llaman así? Por Paparazzo, un personaje de la película La dolce vita, de Fellini. Paparazzo se convirtió en un auténtico icono, y desde entonces se usa el nombre de este personaje para denominar a ese tipo de fotógrafos… Curioso, ¿no?

Sobre la elección del nombre, hay dos teorías (y los numerosos dialectos italianos tienen mucho que ver: elijamos uno u otro como origen de todo, la explicación será distinta). Si vamos al dialecto de los Abruzos, paparazzo significaría ‘almeja’; estos moluscos abren y cierran sus conchas con mucha rapidez y sigilo, al igual que estos reporteros toman sus fotos. Y por esta analogía, uno de los coguionistas de La dolce vita habría sugerido el nombre para el fotógrafo de la película.

Otra versión de la historia dice que llamaban paparazzo a un compañero de colegio de Fellini, y este decidió utilizarlo en la película después. Paparazzo, en el dialecto de Rimini querría decir ‘mosquito’ y era un mote habitual para los niños inquietos, nerviosos y que interrumpían constantemente… (como los mosquitos, y como los paparazzi con los famosos). Esta es la explicación que yo siempre he oído (y la que me han contado todos los profesores de italiano que he tenido, es la más aceptada parece ser).

De todas formas, no se sabe con certeza por qué el personaje se llamó Paparazzo (Fellini daba una explicación distinta cada vez). Lo que es seguro es que los fotógrafos se denominan así por el personaje de la película, que os recomiendo desde aquí… (¿quién no recuerda a Anita Ekberg bañándose en la Fontana di Trevi?).

Y, ya puestos, os cuento que tengo unas ganas locas de ir a Roma (tengo chincho desde hace meses). ¿Alguien me lleva, aunque sea un fin de semana? Ya sabéis, quien no llora no mama (y pedid y se os dará). Acepto ofertas en los comentarios, el correo electrónico o donde más rabia os dé. 😉

Leísmo, laísmo y loísmo (II)

Como esta es la segunda entrada de una serie que voy a dedicar al leísmo, laísmo y loísmo, os aconsejo leer la primera antes si no lo habéis hecho ya. Y, como ya anuncié, hoy toca hablar del complemento directo (CD) y del complemento indirecto (CI). La confusión entre ellos (en determinadas circunstancias) es una de las causas del leísmo.

El CD es aquel que necesitan los verbos transitivos para tener un significado pleno.

Entregaremos la carta [CD]. Verán la película [CD].

A grandes rasgos, hay dos tipos de CD: el que llamaremos «de cosa» y el «de persona».

Veo una película [CD cosa]. Veo a Juan [CD persona].

El CD de cosa responde a la pregunta «¿Qué?». Cuando el CD se corresponde con una idea completa, se expresa mediante un nexus o proposición; entonces lo introduce la conjunción que (sin tilde) o bien partículas interrogativas (qué, dónde, cuánto, cómo…). Y, como el pronombre lo da pocos problemas, os diré que para saber si estos nexus son CD solo tenemos que sustituirlos por lo (que siempre es pronombre de CD); si resisten la sustitución, son CD:

Veo que tienes razón [CD] = Lo veo.
Preguntó qué hacer [CD] = Lo preguntó.
Averiguamos cómo conectarlo [CD] = Lo averiguamos.
dónde vives [CD] = Lo sé.

De todas formas, no nos vamos a preocupar mucho de esto. Lo he mencionado por los ejemplos que pondré más adelante. Quedaos con todo lo siguiente…

Cuando el CD de cosa no responde a toda una idea y, por tanto, no es un nexus, no va introducido por nada. Se añade directamente junto al verbo:

Conozco ese lugar [CD]. Comes un helado [CD]. Hicieron la maleta [CD].

El CD de persona en castellano tiene una peculiaridad con respecto al de otras lenguas romances: va introducido por la preposición a. Responde, por lo tanto, a la pregunta «¿A quién?».

Vi a Pedro [CD]. Quieres a tu madre [CD]Conocen a María [CD]. Mataron al soldado [CD].   

Esa a maldita es la que nos complica la vida a los leístas (sobre todo, como ocurre en el País Vasco, a los leístas de persona).

El CI no es «imprescindible» en la oración para darle sentido, pero nos ofrece información sobre qué objeto (más raro) o persona (más habitual) recibe daño o provecho de la acción del verbo. La acción del verbo (si es transitivo, con su CD incluido) recae sobre el CI. El CI siempre va introducido por las preposiciones a o para (aunque esta es menos habitual y muchos autores creen que, realmente, no es marca de CI; por ello, nos vamos a limitar a la preposición a).

Dio la carta [CD] a Juan [CI]. Compré un regalo [CD] a mi madre [CI]. Recomendó a María [CI] que leyera más [CD]. Presentó a su novio [CD] a su familia [CI].

El CI responde a la pregunta «¿A quién?» o «¿A qué?» (más raro esto último).

Pues ya tenemos varios problemas encima de la mesa:

  • Tanto el CI como el CD de persona pueden responder a la pregunta «¿A quién?». No nos sirve, por tanto, para diferenciarlos. Y esto es la causa del leísmo.
  • Hay posibilidad de ambigüedades semánticas (es decir, de significado) en los ejemplos:

Presentó a su novio [CD] a su familia [CI].
Por el orden «natural» de los elementos en la frase, esa es la opción más «normal»; pero el castellano disfruta de mucha libertad en cuanto a la colocación de los complementos, así que, en realidad, también sería posible al revés:
Presentó a su novio [CI] a su familia [CD].

  • Aunque no lo he mencionado, hay verbos transitivos que llevan su CD implícito, por lo que no aparece en la oración. Desde ahora os aviso que nos van a dar muchos quebraderos de cabeza. Se me ocurre, por ejemplo, el caso de escribir: ¿Has escrito a Juan? Ese a Juan solo puede ser CI, no CD. El CD (una carta, un mensaje, un correo electrónico…) va implícito en el verbo y no se expresa, está ahí latente… Gráficamente, si Juan fuera el CD, escribiríamos con el boli sobre su piel (para que os hagáis una idea). Volveré sobre este problema en alguna otra entrada… (pero para que os vaya rondando la cabeza).

Hoy no os voy a liar más. En la próxima entrada hablaré de los pronombres de CD y de CI, con lo que diferenciar los complementos va a ser más sencillo y, además, tendremos el esquema (fácil) de cómo deberían ser las cosas (aunque luego las utilicemos mal).

Leísmo, laísmo y loísmo (I)

Esta es una de las cuestiones que más me pedís que trate en el blog, la del leísmo y laísmo (y yo añado, aunque en el fondo no sea necesario, el loísmo). Siempre me ha dado pereza tocar este tema, por varias razones. En primer lugar, porque vivo en una zona leísta (ojo a los vascos y vecinos con estas entradas) y eso hace que a veces, por estar acostumbrada a oír ciertas cosas mal utilizadas con cierta frecuencia, me «suenen bien» (argumento, por cierto, que nunca sirve al corregir profesionalmente). Segundo, aunque el esquema de los usos correctos es muy sencillo, al final la casuística es extensa (sobre todo si mezclamos con complementos preposicionales y demás) y no sé bien hasta dónde meterme. Y tercero, tampoco sé por dónde empezar: ¿hace falta que cuente qué es un verbo transitivo?, ¿conoce todo el mundo los conceptos de complemento directo (CD) y complemento indirecto (CI) o los tengo que desarrollar también? ¡Demasiadas dudas y demasiada pereza! Pero, como lo prometido es deuda, Sara, estas entradas van por ti (y muchas gracias por los mimos, muy necesarios estos días). 😉

Otra consideración antes de ponerme a hablar de verbos y pronombres: no voy a ser muy exacta con la terminología ni en la forma de explicar los conceptos. Lo digo para que los pros no se me echen encima después. Lo que pretendo con esto es que cualquier persona, con conocimientos o no de sintaxis, llegue a saber por qué el laísmo es incorrecto o cuándo sí está aceptado el leísmo. Mi intención es más didáctica que otra cosa, así que no me seáis tiquismiquis, por favor. Pues allá voy…

Simplificando mucho, hay dos tipos de verbos: los intransitivos y los transitivos. Los intransitivos son aquellos que tienen un significado pleno por sí solos y no necesitan apoyarse en otros elementos de la oración. Por ejemplo:

Yo salto. Duermes. El bebé crece. Nadáis. Vienen mis amigas.

Son enunciados plenos. Las frases se entienden sin necesidad de añadir nada más (aquí, en todo caso, solo hay un sujeto). Son verbos intransitivos.

En cambio, hay verbos cuyo significado necesita completarse, los llamados transitivos. Ejemplos:

Yo doy (¿qué?). Entregaremos (¿qué?). Lleváis (¿qué?). Ellos ven (¿qué?).

Ese qué es lo que haría que el enunciado tuviera un sentido pleno. Son verbos que no están completos, que solo lo están cuando los acompaña un complemento. Son verbos transitivos y necesitan un complemento directo (CD). Ese qué responde al CD (y a estas alturas el 99 % de los filólogos ya me ha matado, que lo sepáis).

Lo dejo aquí, pero seguiré con ello. En la próxima entrada de la serie (igual intercalo otras cosas), el CD y el CI. Los comentarios, abiertos como siempre.

‘Trabajar’

Otra entrada sobre etimología, que me decís que os gustan. Hoy voy a hablar de una palabra que, os aviso desde ya, tiene connotaciones muy negativas: trabajar. ¿De dónde viene trabajar?

Trabajar viene de tripaliare, que, a su vez, proviene de tripalium (‘tres palos’). El tripalium era un instrumento de tortura consistente en tres palos, como el propio nombre indica, donde se amarraba y azotaba al esclavo que no quería someterse (lo podéis ver en la ilustración de abajo; no tengo los créditos de la imagen, lo siento).

'Tripalium'

‘Tripalium’

La relación entre este castigo y el trabajo en sí viene dada por la idea de sufrimiento. En el trabajo, por definición, se sufre. ¿Entendéis mejor ahora esa angustia mañanera cuando toca ir a trabajar? 😉

Esta idea de trabajo como castigo se repite en otros vocablos que usamos a diario sin darnos cuenta de lo que realmente estamos diciendo. Por ejemplo, no nos extrañaría oír a alguien decir que se dedica a sus negocios. ¿Qué es el negocio? La negación del ocio (neg-otium). Y el ocio, el otium, es el descanso (primero, como concepto militar: los tiempos en que se paraba la guerra; luego pasa a tener una acepción más personal, como la entendemos ahora). Es decir, el negocio es la negación de nuestro descanso, de nuestro tiempo libre… Se repite, pues, la idea de algo que no nos permite disfrutar.

A pesar del origen de la palabra, y de lo mucho que cuesta madrugar (sobre todo los lunes, ¿no?), espero que tengáis trabajos que os gusten mucho, os den muchas satisfacciones y os hagan sufrir poquito. Y si un día os sentís fatal y agobiados trabajando, ahora ya sabéis que le podéis echar la culpa al origen del nombre.

‘Cruento’

Hoy, un poco de corrección, ¿vale? Para no meterme en mucho lío gramatical, que es lunes (aunque reconozco que las entradas de esta semana, que habrá varias, están programadas de antemano; intentaré, eso sí, contestar comentarios), una palabra que suele utilizarse con un sentido que no es el que verdaderamente tiene: cruento.

Estoy convencidísima de que si os preguntara uno por uno un sinónimo de cruento, la mayoría (no todos) me diría que cruento significa ‘cruel’, pues así es como se suele utilizar… Bueno, pues no. Cruento significa ‘sangriento’. Quizá, de hecho, se confunde sangriento por cruel porque cruento suele acompañar a sustantivos del tipo guerra, batalla, etc., que suelen ser crueles y sangrientas, ambas. Pero cruento es ‘sangriento’.

Desahogos de correctora desesperada

No sé si este es el momento de escribir esta entrada, porque llevo un par de días de muy mal humor a cuenta de una novela que estoy corrigiendo y puede que mi estado de ánimo me haga ser un poco injusta. Pero, como muchos de mis problemas vienen por problemas con la traducción de la novela y sé que el blog lo siguen muchos traductores, voy a quejarme un poco (que es lo mío). Y aviso desde ya de que voy a generalizar. Ojo con darse por aludido, que no quiero líos después. Sé que no todos los traductores son iguales ni tienen la misma preparación, como no todos los editores son iguales. Pero yo hoy necesito desahogarme.

Os pongo en antecedentes. Estoy con una novela que, tengo que admitir, no me gusta nada. Me parece un rollazo. Es una novela de consumo fácil, cuyo autor dudo mucho que aspire al Nobel de Literatura. Es lo que es, no hay grandes pretensiones, pero la novela tiene que salir bien, debe ser digna (lo es, de hecho). A pesar de que es un libro de lectura sencilla, la traducción entraña cierta complejidad que, realmente (y aquí me quito el sombrero), el traductor ha solucionado de forma muy solvente (y me estoy refiriendo a terminología muy concreta de un ámbito especialmente complicado para los ajenos a la materia; no puedo dar más pistas). El problema viene cuando, aunque el léxico es correctísimo, la expresión es un horror. Muchas veces incorrecta, otras veces poco natural… Los problemas son abundantes y, claro, me toca arreglarlos (corrección de estilo, ojo; para más inri, texto ya maquetado: un infierno en toda regla). Y, al final, veo que estos problemas se repiten constantemente en casi todos los libros traducidos que me llegan, no son solo cosa de este pobre traductor que, aunque me lleve ciscando en él todo el fin de semana (pobre, le habrán pitado los oídos), creo que ha hecho un trabajo decente. Pero decente no es suficiente. Así que, os voy a contar qué cosas me encuentro (bueno, las primeras que me vengan a la cabeza). Y si, por casualidad, resulta que os dais por aludidos en algún punto, pues le pegáis un par de vueltas a la cocorota, a ver si esto, al menos, sirve para aprender algo y mejorar…

En general, los traductores no tienen ni idea de ortotipografía. Es cierto que cada vez hay más traductores preocupados por esto, pero, creedme, a la mayoría le da igual. Y, claro, las reglas no son iguales en inglés, francés, alemán o castellano. Me encuentro diálogos, comillas y puntuaciones a la inglesa en todas las novelas. Un mínimo es necesario, fundamental diría yo. Normalmente, las editoriales tienen normas editoriales con este tipo de cuestiones explicadas (pues las normas pueden variar un poco de una empresa a otra); es tan fácil como seguir lo que os hayan dado. Si no hay normas, haceos con libros de ortotipografía (los de Martínez de Sousa son los mejores) y con buenos manuales de estilo (además del de Sousa, yo, barriendo para casa, os recomiendo el Chicago-Deusto).

En castellano apenas se usa la pasiva. Lo natural es usar la voz activa, frases impersonales o la voz pasiva refleja (no pasiva sin más). Os aseguro que quitar tres o cuatro verbos en pasiva por párrafo es una tortura. Creo que esto se merece entrada aparte, porque se abusa de esto por influencia del inglés que da gusto.

Tampoco se usa bien el gerundio. Aparte de los gerundios de posterioridad, se usa con profusión (expresión que me he encontrado esta mañana en la novela y por la que me han entrado ganas de asesinar, porque no venía a cuento encima) el gerundio del BOE (gerundio que actúa como adjetivo). Es muy normal en inglés, pero en castellano es incorrecto. Pues, venga, gerundios mal empleados por doquier. Tengo prometida desde hace meses una entrada sobre estas formas no personales. Acabaré de escribirla algún día (me da una pereza tremenda). Pero, por favor, si vais a utilizar un gerundio, paraos un segundo a ver si es correcto o no antes. Y, ante la mínima duda, no lo uséis, que casi seguro que está mal…

Cuidado con los diálogos. Vale que muchas veces esto es culpa del autor, pero no siempre. No os imagináis los diálogos que he leído últimamente: más forzados imposible. Y todo por un afán de «elevar» el registro que no acabo de comprender. Y recalco aquí lo de la puntuación en los diálogos: hay reglas.

• Como en la variedad está el gusto, estaría bien que los nexus temporales no siempre se introdujeran con mientras. Y diferenciar mientras y mientras que tampoco vendría nada mal… (El junto a y junto con ya son para nota).

• Otra diferencia que parece que no se entiende del todo bien es la de explicativo-especificativo, sobre todo con los relativos. Y es importante, porque cambia la puntuación (el relativo especificativo no lleva coma y el explicativo, sí).

• Más sobre los relativos: abuso de cual, desaparición (como por arte de magia) del cuyo, empleo del quien incorrecto… Y, lo peor: un relativo dentro de un relativo dentro de un relativo… hasta el infinito, como si fueran matrioskas rusas. Al final te pierdes en la frase y no hay quien entienda nada.

• Parece que solo existen los verbos comodín. Con decir, hacer y poner, tenemos una novela montada. Pues no. Y, en general, hay muchísimas repeticiones de términos. Hay un remedio infalible, son tres palabras: diccionario de sinónimos.

Podría seguir, la lista podría ser infinita, pero hoy no tengo tiempo para más (tengo que seguir pegándome con la novela un ratito más). Por supuesto, tenéis los comentarios a vuestra disposición, como siempre…



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