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¿Tienes libros que no te interesan?

Si has respondido afirmativamente a la pregunta del título, tengo otra: ¿te gustan las setas? Porque, en ese caso, Kitchen Critic tiene una oferta para ti… Grow your own oyster mushrooms book kit. ¿Tentador? No sé yo, sinceramente.

¿En qué consiste este invento? Pues, explicado sencillamente, son unas esporas de setas ostra que se espolvorean sobre un libro (de tapa blanda), se humedecen y… voilà! En cinco semanas, tus libros te estarán dando unas maravillosas setas que puedes utilizar para cocinar.

No me convence en absoluto. Primero, reconozco que me da bastante asco el asunto. Segundo, no me veo destrozando mis libros.Pero, claro, esto nos da la oportunidad de comentar qué libros podríamos castigar y convertir en setales. ¿Alguno del que os queráis deshacer? ¿Alguno que no os haya gustado nada y que tengáis en rústica? Sinceramente, no sé si es que quiero mucho a mis libros, pero yo no les haría semejante cosa. Ahora, si me obligáis a elegir, diría, por ejemplo, Once minutos de Paulo Coelho; me lo regalaron y no me gustó en absoluto. Aunque no sé yo si las setas nacidas de ese libro serían muy buenas; quizá algo afrodisíacas… 😉

Desde luego, una curiosa alternativa a regalar o vender tus libros…

Signos ortográficos

Esta entrada la sugirió uno de los lectores del blog, Gastón. De nuevo os pido vuestra colaboración para que podamos completarla entre todos (y aprovecho para recordaros que podéis sugerir todos aquellos temas que queráis que trate mediante los comentarios o la dirección de correo electrónico que hemos puesto a vuestra disposición y que podéis encontrar en la columna de la derecha).

Después de unas semanas opinando sobre palabras, ahora les ha llegado el turno a los signos ortográficos (todos, signos de puntuación incluidos). ¿Cuál es el signo ortográfico que más os gusta? ¿Tenéis preferencia por alguno a la hora de escribir? ¿Alguno que os parezca particularmente expresivo?

Y, de paso, vamos a hacerlo más completo. ¿Cuál suprimiríais? ¿Cuál evitáis al escribir? ¿Cuál es el que no soportáis?

Abro yo la veda. Aquí van mis signos:

Me gustan los puntos suspensivos, porque me parecen muy expresivos. Son pausas al hablar que, para mí, representan silencios, misterio, intriga, sorpresa… También, a veces, abundancia. Son apropiados para momentos de reflexión, para tranquilizar. Creo que no solo los uso, sino que a veces incluso abuso un poco de ellos…

Y, aunque bien empleados me gustan, los dos puntos son los signos que más quebraderos de cabeza me dan a la hora de corregir. En general, se utilizan muy mal (es complicado hacerlo bien, habrá que dedicar algún artículo). Así que, por lo mucho que me hacen trabajar, elijo los dos puntos como signos menos atractivos para mí.

¡Vuestro turno! Los comentarios están abiertos.

Palabras de personas conocidas

Durante varias semanas, hemos estado recogiendo las palabras favoritas de los lectores de este blog y, en este artículo, las comparamos con las palabras finalistas de una gran encuesta que llevó a cabo hace unos años la Escuela de Escritores. Lo bueno de esa encuesta es que participó gran número de personas conocidas que también quisieron aportar sus palabras. He aquí algunos ejemplos:

Lorenzo Silva: abrazo
«Es el gesto más hermoso entre seres humanos de cualquier sexo, raza u orientación. Sobre todo si difieren en algo de esto».

Jorge M. Reverte: albahaca
«Es puro castellano mestizo adaptado del árabe. Destaca la armonía del sonido, la prolongación de la hache aspirada y la diferenciación que marca con respecto a otras lenguas latinas o euskéricas».

Fernando Marías: amantes
«Para mí esa palabra es amantes. ¿Por qué? Muy simple. Cuando la relación entre dos amantes está en su momento intenso y luminoso es la mejor que puede experimentar un ser humano que, como yo, no tiene hijos».

Juan José Millás: antiflogístico
«Suena bien y estaba en los prospectos de medicina en que me inicié, y desde entonces me gusta mucho aunque ya no se usa».

Francisco Rico: pendón
«En su acepción de «insignia militar», sugiere disciplina, lucha y singularidad; en tanto «persona de vida irregular y desordenada» tiene un alcance diametralmente opuesto. Yo me muevo a gusto entre ambos extremos, aunque finalmente me defina más bien con el segundo».

Ana María Matute: resplandor
«Es muy difícil elegir una única palabra, aislada de otras palabras, de un contexto. Sin embargo, creo que resplandor es una palabra que en sí misma, sin estar inscrita entre otras, tiene mucha poesía. Evoca algo muy hermoso, es poético y misterioso a un tiempo, mucho más poético que la luz, por ejemplo. Incluso la música tiene resplandor».

Arturo Pérez Reverte: ultramarino
«Porque tiene latín, tiene mar, historia, aroma y memoria…».

Manuel Borrás: zambra
«Esa fiesta bulliciosa de origen morisco que se emplea para saraos gitanos me parece que fonéticamente es preciosa. Es una palabra muy neta; con baile, como jarana, un fiestorro».

Las opiniones las he sacado de la página de la Escuela de Escritores, donde podéis consultar las favoritas de otras muchas personas conocidas…

Kyoichi Katayama: ‘Un grito de amor desde el centro del mundo’

Me vais a permitir que, con esta reseña, haga una excepción y me meta en cuestiones muy personales. Hoy no es un buen día para mí y tengo la necesidad de hablar de algo muy íntimo. Cuando leí este libro, hace año y medio aproximadamente, lloré muchísimo por todo lo que os voy a contar más adelante. La reseña casi tal cual la he sacado (actualizando fechas y datos) de un texto que escribí hace tiempo. Quizá a algunos os suene…

Un grito de amor desde el centro del mundo

'Un grito de amor desde el centro del mundo'

Quien no quiera saber absolutamente nada de la novela, que no lea a partir de aquí; pero, realmente, no estoy desvelando nada que no se descubra en las primeras páginas de la novela. Un grito de amor desde el centro del mundo es la historia de Sakutarô y Aki, dos adolescentes de una ciudad provincial japonesa que, tras conocerse en la escuela, se hacen amigos. Esa amistad se va convirtiendo en un amor puro y tierno, que nos tiene encandilados a los lectores hasta que, por desgracia, una terrible enfermedad se lleva la vida de Aki.

El libro es muy sencillo y muchos lo tildarían de novela para adolescentes, sentimentaloide y sin nada novedoso que aportar, pero cualquiera que se haya tenido que enfrentar a una pérdida en su vida sabe que va mucho más allá. Voy a destacar dos aspectos que me parecen clave:

En primer lugar, los personajes protagonistas en sí. Asistimos a una auténtica evolución en ellos. Conocemos a unos niños, con problemas de niños, y acabamos leyendo la historia de dos adultos. Es como la teoría del caos: la súbita enfermedad de Aki los sitúa en un nuevo plano; Aki y Sakutarô deben reflexionar sobre la vida, la enfermedad y la muerte. Hay un proceso físico de deterioro en Aki, y un proceso psicológico totalmente devastador en ambos. De la felicidad absoluta, a un terrible vacío que Sakutarô sigue sufriendo incluso quince años después.

Asimismo, son de destacar las conversaciones de Sakutarô y su abuelo. Creo que son la base ideológica de la novela. Tienen formas distintas de concebir la muerte y la vida tras la muerte de la persona amada y nos podemos identificar bien con uno, bien con otro, y sacar nuestras sus propias conclusiones sobre el amor y la muerte.

Por desgracia he tenido que reflexionar mucho sobre esto en mi vida y también me ha tocado vivir la enfermedad, el deterioro y la muerte de la persona que más quería (y quiero) en el mundo: mi aita. Aita murió hace hoy diez años de un cáncer a los 55 años. Era un hombre fantástico, el mejor padre que nadie podría soñar tener. Si tuviera que elegir la época más feliz de mi vida, diría que fue, sin lugar a dudas, mi infancia y, obviamente, mi padre tuvo mucho que ver en esto (también mi ama). Recuerdo un montón de detalles y momentos con él, como el beso de buenas noches, las mañanas de domingo nadando en el Deportivo, la lectura de El mago de Oz antes de dormir, las tardes de cine… Era muy cariñoso con nosotros… Por suerte pasé más que mi infancia junto a él, pues yo tenía 23 años cuando murió.

Le diagnosticaron el cáncer el 18 de agosto de 1999 y murió ese horrible 26 de junio de 2000. En esos meses, el deterioro físico, sobre todo en los últimos tres meses fue brutal. Y supongo que él pensaría en la muerte, pero nunca lo hablamos. De hecho, yo no me di cuenta de que realmente se moría hasta dos días antes de que sucediera. Sabía, de forma racional, que se estaba muriendo, los médicos hablaban conmigo e intentaban quitarme cualquier esperanza que pudiera tener para que no me hiciera falsas ilusiones, pero no «quise» darme cuenta de lo que significaba, no «quise» comprender qué estaba sucediendo hasta que fue muy tarde. Y entonces pasó. Y primero estuve como en una nube durante varios días, sin saber muy bien por dónde me daba el aire o qué tenía que hacer, más preocupada de cómo estaban otras personas que de cómo estaba yo. Después vino una temporada en que pensaba que iba a entrar en casa en cualquier momento, iba a dejar su cartera en la esquina del mueble de la sala y se iba a agachar a darme un beso y preguntarme qué tal el día. Pero eso nunca ocurrió. Y nunca ocurriría. Y entonces la realidad se me vino encima, y todo se volvió gris, y me cuesta respirar al pensar en todo aquello.

La vida nos obliga a continuar. Nos obliga y nos resignamos a ello. Y seguimos andando, aunque nos falta un pedazo de alma, un pedazo de corazón que se fue y no va a volver. Y para que sigamos, la vida nos trae otras cosas y a otras personas que pueden hacernos felices de nuevo. Aunque la felicidad nunca será completa, porque todos los días de nuestra vida pensaremos en quien nos falta. Porque Sakutarô jamás volverá a sentirse pleno sin Aki. Y yo tampoco sin aita a mi lado.

¿Os gusta el blog?

La semana que viene, este blog cumple seis meses de edad, ¡medio año ya! En este tiempo, he publicado más de 120 entradas y las visitas suben día a día (empezamos muy tímidamente, pero ahora estamos cogiendo ritmo). Gracias a todos los que os acercáis a menudo.

A pesar del tiempo transcurrido, cada vez que me siento a escribir una entrada me asaltan muchísimas dudas. ¿Tendrá esto interés? ¿Les gustará? ¿Lo comentarán? ¿Los estaré aburriendo? Supongo que es inevitable, sobre todo en un blog con un tema tan específico como este…

Por eso, he pensado que os voy a pasar la pelota y os voy a dejar a vosotros que me contéis qué os gusta, qué no, qué os interesa… ¿Os parece? Os propongo unas cuantas preguntas (que me hago yo misma):

  • ¿Qué os interesa más? ¿Ortotipografía, léxico, reseñas, cuestiones gramaticales…?
  • ¿Os importa que, de vez en cuando, meta artículos que no tienen que ver estrictamente con los temas habituales? Por ejemplo, el referente a trabajar en casa. Tengo algunos pensados sobre productividad que, creo, podrían ser de utilidad para todo el mundo.
  • ¿Os gustan las reseñas? ¿Os gustaría que escribiera más? Desde hace unas semanas, estoy publicando dos a la semana, los sábados y domingos.
  • Cuando escribo sobre algo más técnico, ¿soy clara en las explicaciones? ¿Se entiende todo bien?
  • ¿Los ejemplos os resultan esclarecedores?
  • ¿El ritmo de publicación os parece adecuado? ¿O creéis que es excesivo, escaso…?
  • ¿Echáis algo en falta? ¿Os sobra algo?

Os agradecería que emplearais los comentarios para hacerme llegar vuestra opinión (tanto si sois lectores habituales como más esporádicos). Y, además, os quiero recordar que si tenéis cualquier duda, os apetece que trate algún tema concreto o, incluso, si tenéis alguna sugerencia de lectura para mí (y los demás), podéis poneros en contacto conmigo de varias maneras distintas: los comentarios del blog, mi Formspring, Twitter (@textosmobas), el formulario de la página web o el correo electrónico (de hecho, me estoy planteando crear una dirección nueva específica para cuestiones del blog).

Trabajar desde casa

Supongo que, a estas alturas, los lectores de este blog ya sabrán que soy correctora autónoma. Y muchos adivinarán (aunque no es condición sine qua non de ser free lance) que trabajo desde casa. Efectivamente, una de las habitaciones de mi casa se ha convertido en un despacho donde paso muchas horas al día leyendo, corrigiendo, escribiendo… Esto, aunque no afecta al resultado final de mi trabajo, sí que tiene ciertas implicaciones de las que me gustaría hablaros.

Estoy trabajando

Parece una verdad de Perogrullo, pero no. Mucha gente no se acostumbra a que yo estoy trabajando como si estuviera en una oficina con un reloj para fichar. Es cierto que tengo cierta libertad y, de vez en cuando, me aprovecho de ello, pero si estoy trabajando no puedo quedar para ir a tomar café o de compras. No estoy viendo la tele, ni limpiando, ni jugando con mis gatos: estoy sentada en mi mesa trabajando. Tan simple como eso. E intento tener horarios fijos (aunque reconozco que no lo consigo).

Madrugo

Mucha gente, cuando se entera de que trabajo en casa, me dice: «¡Qué suerte, no madrugas!». ¿Cómo? ¿De dónde sacáis esa idea? Los días en que me levanto más tarde, a las 9 h estoy sentada en mi despacho, pero es bastante frecuente encontrarme con el boli rojo ya a las 8 h. En épocas de mucho trabajo, hay días que me levanto a las 6.30 h (e incluso antes). Me encanta dormir y me cuesta madrugar, pero soy mucho más productiva por la mañana, así que prefiero hacer el esfuerzo de levantarme pronto y sacar más trabajo adelante. Lo de los horarios fijos me vendría bien sobre todo para saber cuándo parar: es mi asignatura pendiente. Además, aunque sí podría aprovechar la libertad de ser autónoma para trabajar a cualquier hora (de madrugada se trabaja de maravilla), es cierto que, guardando un horario más «normal», a mis clientes les resulta más sencillo localizarme y eso es importante.

Estoy sola

Mucha gente vería estar todo el día sola como una pesadilla, pero para mí es una bendición. Para corregir necesito mucha concentración y silencio, así que, cuando viene alguien, me distraigo y no consigo trabajar bien. Si no estuviera en casa, no sé cómo lo haría, sinceramente. Cuando, en otras épocas, he trabajado con gente, sacaba adelante muchísimo menos trabajo. Estar sola, para mí, es una ventaja.

Dependo de Internet

Lo reconozco: no puedo vivir sin Internet. Lo necesito para recibir y enviar textos, para consultar diccionarios y foros de consulta, e, incluso, para estar en contacto con la gente (es que, como he dicho arriba, estoy todo el día sola, pero no aislada). No podría realizar mi trabajo desde casa si no fuera gracias a Internet. Os podéis imaginar el drama cada vez que se va la luz o hay una avería en la ADSL. Hace poco he cambiado de móvil y ahora tengo un smartphone (como buena maquera, un iPhone) que me permite conectarme desde cualquier sitio (no os imagináis la libertad que he ganado con este paso; no entiendo cómo no lo he hecho antes).

Tengo un despacho

Esto es importante, a pesar de que, últimamente, reconozco que estoy haciendo excepciones a trabajar siempre en él que antes no se me pasaban por la cabeza. Me parece básico tener un lugar de la casa destinado a trabajar y solamente a trabajar. Es bueno para separar trabajo de ocio y vida familiar, y ayuda a centrarse, organizarse, concentrarse… Es bueno para mi salud mental. Estoy planificando la redecoración del despacho (y le doy mucha importancia porque, al final, paso muchas horas en él): una mesa enorme y una silla muy cómoda se me antojan fundamentales; y estanterías y baldas cerca para tener los libros de consulta, los diccionarios, los archivadores… Todavía queda para tener mi nuevo despacho, pero no descarto colgar alguna foto cuando lo renueve para que veáis dónde «ocurre la magia». Mantenerlo ordenado va a ser mi gran desafío (soy un desastre con los papeles, si bien cada vez uso menos papel, que hay que ser ecológicos, y eso me va a favorecer bastante).

Intento ser disciplinada

Como cualquier otro profesional, intento ser disciplinada. Es cierto que en casa hay muchas distracciones, pero no creo que mi situación sea mucho más difícil que la de, por ejemplo, comerciales que se pasan el día en la calle. A mí las distracciones en la calle me parecen mucho más peligrosas (encontrarte con alguien e irte a tomar un café, aprovechar para hacer unas compras personales…), quizá porque no estoy acostumbrada a estar por ahí a ciertas horas. Mucha gente me dice que si nadie la controla, no es capaz de sentarse a trabajar: creo que eso es una cuestión de responsabilidad personal. Yo, si tengo que entregar un libro, lo tengo que hacer, así que no se me ocurre entretenerme con tonterías. Ante todo, profesionalidad. Eso no quita para que, de vez en cuando, la sombra de la procrastinación planee por mi despacho; pero eso le pasa a todo el mundo.

Palabras ‘bonitas’ (y 3)

Después de dos semanas recopilando palabras en los comentarios de este blog y a través del correo electrónico, ya tengo una lista de nuestras palabras favoritas (al menos, las de los lectores del blog que se han animado a participar). Están recogidas todas las que se han mencionado, sin importar que no fueran exactamente la favorita (con que nos sonara bien o nos gustara, suficiente); eso sí, he tenido que eliminar alguna que no aparecía recogida en el DRAE (hablé de castellano, se podría hacer con otros idiomas más adelante). Aquí tenéis la lista en orden alfabético:

abrazo, ajonjolí, alféizar, arrullo, claraboya, cobertizo, cosmos, embeleso, entelequia, hartazgo, laberinto, lapislázuli, libélula, mamá, mandarina, octubre, oropéndola, palíndromo, rimbombante, sinsorgo, sueño, susurro, ternura, tiquismiquis, ungüento.

Tengo que mencionar que libélula y claraboya han sido mencionadas dos veces cada una. Y también quiero destacar que más de una de estas palabras está incluida en la lista de palabras finalistas de la macroencuesta que llevó a cabo la Escuela de Escritores hace unos años. Durante 21 días, 41 022 internautas de todo el mundo enviaron 7130 términos diferentes y explicaron por qué los habían elegido. Estas son las 26 palabras más votadas:

amor (3364 votos), libertad (1551), paz (1181), vida (1100), azahar (900), esperanza (899), madre (847), amistad (728), libélula (544), amanecer (522), alegría (480), felicidad (406), armonía (390), albahaca (362), susurro (352), sonrisa (339), agua (331), azul (322), luz (320), mar (318), solidaridad (313), pasión (293), lapislázuli (291), mandarina (281), abrazo (258).

Como podréis comprobar, hemos coincidido en cinco casos (un 20%). Me parece muy curioso que, habiendo tantas palabras, nos fijemos justo en esas más que en las demás… Y parece que podemos sacar prácticamente las mismas conclusiones en una y otra lista: nos gustan las palabras onomatopéyicas (susurro), las que contienen el sonido /l/ (laspislázuli, libélula), las de origen árabe (alféizar) y las que empiezan por a y por c (abrazo, arrullo, cobertizo, claraboya).

Justo según escribo estas líneas, me entero de una encuesta similar llevada a cabo este año por el Instituto Cervantes con motivo del Día del Español. Varían ligeramente los resultados, pero algunas de las palabras de nuestra lista, como tiquismiquis, también se encuentran entre las más votadas este año.

Solo me queda agradeceros que hayáis participado. ¡Muchas gracias por dejar vuestras palabras!

Emoticonos

Esta mañana, además de actualizar el blog a la versión 3.0 de WordPress, hemos cambiado los emoticonos. Llevaba un tiempo quejándome de lo feos que eran los que venían con WordPress «por defecto» y, he debido de ponerme tan pesada, que Arturo los ha cambiado por un juego de David Lanham, un diseñador muy conocido por sus iconos. Os enseño algunos (¡nada que ver con los antiguos!):

🙂 😀 😉 🙁 😛

¿Cómo hace el gallo?

Si le hiciéramos la pregunta del título a un niño pequeño cuya lengua materna fuera el castellano, no dudaría en contestarnos que el gallo hace quiquiriquí. Pero ¿responderían igual un niño francés, un inglés, un indonesio o un búlgaro…? A priori, sabiendo que es una onomatopeya, es decir, un vocablo que imita el sonido que quiere significar, y sin pensarlo demasiado, todos diríamos que el gallo canta quiquiriquí en todo el mundo. Pues va a resultar que no…

Aunque el gallo cante igual en todos sitios, cada lengua tiene su propia onomatopeya para recrear ese sonido. Y el caso de este animal es particularmente variado en este sentido. ¡Le hemos ido echando imaginación!

  • Castellano: quiquiriquí.
  • Inglés: cock-a-doodle-do.
  • Alemán: kikeriki.
  • Árabe: coucoucoucou.
  • Búlgaro: kúkuriguu.
  • Chino: kuku.
  • Francés: cocorico.
  • Indio: kook-a-doo koo.
  • Indonesio: kukuruyuk.
  • Japonés: kokekokkoo.
  • Neerlandés: kukelekuuu.
  • Portugués: cocorococo y también cocorico.
  • Ruso: kukareku.
  • Italiano: chicchirichi.
  • Euskera: kukurruku.

Parece que hasta los animales hablan idiomas. Por cierto, depende de dónde se busque, la transcripción puede variar un poquito (si me he equivocado en alguna, lo siento; decídmelo para que lo corrija cuanto antes). Y, por supuesto, si conocéis alguna onomatopeya del gallo (otro día, si queréis, más animales), por favor, compartidla con nosotros en los comentarios.

Corregir archivos pdf con tableta digitalizadora (1)

En este artículo (que empieza otra serie) os voy a presentar una manera de trabajar que, aunque no es muy conocida ni utilizada por la inmensa mayoría de los correctores, puede resultar muy práctica: se trata de corregir archivos pdf con tableta digitalizadora.

Aunque hoy en día se suelen hacer las correcciones directamente en los programas de edición/maquetación o, en pasos anteriores de la cadena, en el propio procesador de texto, puede haber ocasiones en que, por ejemplo, por problemas con las versiones del programa de maquetación, la editorial pida al corrector que corrija un pdf de la maqueta y que sea el maquetador quien introduzca los cambios. Lo habitual en estos casos es que se imprima ese pdf y el corrector marque las correcciones pertinentes a bolígrafo en el papel (el temido boli rojo) mediante signos conocidos también por el maquetador (algún día os mostraré todos estos signos).

Esta manera de trabajar implica siempre un coste de impresión (sin pararnos a considerar otras cuestiones medioambientales) y, en caso de correctores free lance como es mi caso, también uno de envío (Correos, mensajería…) o, incluso si se llevara en mano a la editorial, el del desplazamiento (gasolina, transporte público, etc.). Por no hablar del tiempo que todo esto implica, claro está… (que, muchas veces, no es una cuestión baladí).

Pues bien, con este sistema de corrección mediante tableta digitalizadora, nos ahorramos todo lo anterior (a cambio de una pequeña inversión inicial). Y podemos realizar exactamente el mismo trabajo que haríamos en papel (sin importar el tipo de corrección que nos hayan pedido).

Obviamente, necesitamos una tableta digitalizadora; es un dispositivo que, conectado a nuestro ordenador, nos permite dibujar, escribir y movernos por la pantalla como si estuviéramos delante de un papel y un lápiz físicos (de hecho, la tableta tiene su propio lapicero/bolígrafo). La superficie de la tableta equivale a lo que vemos en pantalla. Yo tengo una muy pequeñita (tamaño A6; las hay mayores, aunque sube el precio también), quizá una de las más sencillas del mercado, pero que resulta más que suficiente para este tipo de trabajos. Es la Wacom Bamboo One y me costó unos 45 euros hace año y medio (la tengo más que amortizada). No sé si este modelo en concreto sigue a la venta, pero seguro que, si no, hay tabletas con características y precios similares. La casa Wacom es muy buena y esta gama «baja» de tabletas es perfecta tanto para familiarizarse con ellas (aprender a dibujar, etc.), como para estos trabajos de corrección.

Wacom Bamboo One

Wacom Bamboo One

Con la tableta ya conectada al ordenador, necesitamos un software tipo Adobe Acrobat Professional para realizar las correcciones. El Acrobat Professional cuenta con unas magníficas herramientas de corrección (que podemos utilizar a la vez que la tableta, por ejemplo cuando debemos introducir grandes cantidades de texto).

En un próximo artículo os iré mostrando cómo hacer que funcione la tableta con el software y os haré una pequeña demostración de cómo se escribe con ella y cómo podemos ir corrigiendo.



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