Supongo que, a estas alturas, los lectores de este blog ya sabrán que soy correctora autónoma. Y muchos adivinarán (aunque no es condición sine qua non de ser free lance) que trabajo desde casa. Efectivamente, una de las habitaciones de mi casa se ha convertido en un despacho donde paso muchas horas al día leyendo, corrigiendo, escribiendo… Esto, aunque no afecta al resultado final de mi trabajo, sí que tiene ciertas implicaciones de las que me gustaría hablaros.
Estoy trabajando
Parece una verdad de Perogrullo, pero no. Mucha gente no se acostumbra a que yo estoy trabajando como si estuviera en una oficina con un reloj para fichar. Es cierto que tengo cierta libertad y, de vez en cuando, me aprovecho de ello, pero si estoy trabajando no puedo quedar para ir a tomar café o de compras. No estoy viendo la tele, ni limpiando, ni jugando con mis gatos: estoy sentada en mi mesa trabajando. Tan simple como eso. E intento tener horarios fijos (aunque reconozco que no lo consigo).
Madrugo
Mucha gente, cuando se entera de que trabajo en casa, me dice: «¡Qué suerte, no madrugas!». ¿Cómo? ¿De dónde sacáis esa idea? Los días en que me levanto más tarde, a las 9 h estoy sentada en mi despacho, pero es bastante frecuente encontrarme con el boli rojo ya a las 8 h. En épocas de mucho trabajo, hay días que me levanto a las 6.30 h (e incluso antes). Me encanta dormir y me cuesta madrugar, pero soy mucho más productiva por la mañana, así que prefiero hacer el esfuerzo de levantarme pronto y sacar más trabajo adelante. Lo de los horarios fijos me vendría bien sobre todo para saber cuándo parar: es mi asignatura pendiente. Además, aunque sí podría aprovechar la libertad de ser autónoma para trabajar a cualquier hora (de madrugada se trabaja de maravilla), es cierto que, guardando un horario más «normal», a mis clientes les resulta más sencillo localizarme y eso es importante.
Estoy sola
Mucha gente vería estar todo el día sola como una pesadilla, pero para mí es una bendición. Para corregir necesito mucha concentración y silencio, así que, cuando viene alguien, me distraigo y no consigo trabajar bien. Si no estuviera en casa, no sé cómo lo haría, sinceramente. Cuando, en otras épocas, he trabajado con gente, sacaba adelante muchísimo menos trabajo. Estar sola, para mí, es una ventaja.
Dependo de Internet
Lo reconozco: no puedo vivir sin Internet. Lo necesito para recibir y enviar textos, para consultar diccionarios y foros de consulta, e, incluso, para estar en contacto con la gente (es que, como he dicho arriba, estoy todo el día sola, pero no aislada). No podría realizar mi trabajo desde casa si no fuera gracias a Internet. Os podéis imaginar el drama cada vez que se va la luz o hay una avería en la ADSL. Hace poco he cambiado de móvil y ahora tengo un smartphone (como buena maquera, un iPhone) que me permite conectarme desde cualquier sitio (no os imagináis la libertad que he ganado con este paso; no entiendo cómo no lo he hecho antes).
Tengo un despacho
Esto es importante, a pesar de que, últimamente, reconozco que estoy haciendo excepciones a trabajar siempre en él que antes no se me pasaban por la cabeza. Me parece básico tener un lugar de la casa destinado a trabajar y solamente a trabajar. Es bueno para separar trabajo de ocio y vida familiar, y ayuda a centrarse, organizarse, concentrarse… Es bueno para mi salud mental. Estoy planificando la redecoración del despacho (y le doy mucha importancia porque, al final, paso muchas horas en él): una mesa enorme y una silla muy cómoda se me antojan fundamentales; y estanterías y baldas cerca para tener los libros de consulta, los diccionarios, los archivadores… Todavía queda para tener mi nuevo despacho, pero no descarto colgar alguna foto cuando lo renueve para que veáis dónde «ocurre la magia». Mantenerlo ordenado va a ser mi gran desafío (soy un desastre con los papeles, si bien cada vez uso menos papel, que hay que ser ecológicos, y eso me va a favorecer bastante).
Intento ser disciplinada
Como cualquier otro profesional, intento ser disciplinada. Es cierto que en casa hay muchas distracciones, pero no creo que mi situación sea mucho más difícil que la de, por ejemplo, comerciales que se pasan el día en la calle. A mí las distracciones en la calle me parecen mucho más peligrosas (encontrarte con alguien e irte a tomar un café, aprovechar para hacer unas compras personales…), quizá porque no estoy acostumbrada a estar por ahí a ciertas horas. Mucha gente me dice que si nadie la controla, no es capaz de sentarse a trabajar: creo que eso es una cuestión de responsabilidad personal. Yo, si tengo que entregar un libro, lo tengo que hacer, así que no se me ocurre entretenerme con tonterías. Ante todo, profesionalidad. Eso no quita para que, de vez en cuando, la sombra de la procrastinación planee por mi despacho; pero eso le pasa a todo el mundo.