Como esta es la segunda entrada de una serie que voy a dedicar al leísmo, laísmo y loísmo, os aconsejo leer la primera antes si no lo habéis hecho ya. Y, como ya anuncié, hoy toca hablar del complemento directo (CD) y del complemento indirecto (CI). La confusión entre ellos (en determinadas circunstancias) es una de las causas del leísmo.
El CD es aquel que necesitan los verbos transitivos para tener un significado pleno.
Entregaremos la carta [CD]. Verán la película [CD].
A grandes rasgos, hay dos tipos de CD: el que llamaremos «de cosa» y el «de persona».
Veo una película [CD cosa]. Veo a Juan [CD persona].
El CD de cosa responde a la pregunta «¿Qué?». Cuando el CD se corresponde con una idea completa, se expresa mediante un nexus o proposición; entonces lo introduce la conjunción que (sin tilde) o bien partículas interrogativas (qué, dónde, cuánto, cómo…). Y, como el pronombre lo da pocos problemas, os diré que para saber si estos nexus son CD solo tenemos que sustituirlos por lo (que siempre es pronombre de CD); si resisten la sustitución, son CD:
Veo que tienes razón [CD] = Lo veo.
Preguntó qué hacer [CD] = Lo preguntó.
Averiguamos cómo conectarlo [CD] = Lo averiguamos.
Sé dónde vives [CD] = Lo sé.
De todas formas, no nos vamos a preocupar mucho de esto. Lo he mencionado por los ejemplos que pondré más adelante. Quedaos con todo lo siguiente…
Cuando el CD de cosa no responde a toda una idea y, por tanto, no es un nexus, no va introducido por nada. Se añade directamente junto al verbo:
Conozco ese lugar [CD]. Comes un helado [CD]. Hicieron la maleta [CD].
El CD de persona en castellano tiene una peculiaridad con respecto al de otras lenguas romances: va introducido por la preposición a. Responde, por lo tanto, a la pregunta «¿A quién?».
Vi a Pedro [CD]. Quieres a tu madre [CD]. Conocen a María [CD]. Mataron al soldado [CD].
Esa a maldita es la que nos complica la vida a los leístas (sobre todo, como ocurre en el País Vasco, a los leístas de persona).
El CI no es «imprescindible» en la oración para darle sentido, pero nos ofrece información sobre qué objeto (más raro) o persona (más habitual) recibe daño o provecho de la acción del verbo. La acción del verbo (si es transitivo, con su CD incluido) recae sobre el CI. El CI siempre va introducido por las preposiciones a o para (aunque esta es menos habitual y muchos autores creen que, realmente, no es marca de CI; por ello, nos vamos a limitar a la preposición a).
Dio la carta [CD] a Juan [CI]. Compré un regalo [CD] a mi madre [CI]. Recomendó a María [CI] que leyera más [CD]. Presentó a su novio [CD] a su familia [CI].
El CI responde a la pregunta «¿A quién?» o «¿A qué?» (más raro esto último).
Pues ya tenemos varios problemas encima de la mesa:
- Tanto el CI como el CD de persona pueden responder a la pregunta «¿A quién?». No nos sirve, por tanto, para diferenciarlos. Y esto es la causa del leísmo.
- Hay posibilidad de ambigüedades semánticas (es decir, de significado) en los ejemplos:
Presentó a su novio [CD] a su familia [CI].
Por el orden «natural» de los elementos en la frase, esa es la opción más «normal»; pero el castellano disfruta de mucha libertad en cuanto a la colocación de los complementos, así que, en realidad, también sería posible al revés:
Presentó a su novio [CI] a su familia [CD].
- Aunque no lo he mencionado, hay verbos transitivos que llevan su CD implícito, por lo que no aparece en la oración. Desde ahora os aviso que nos van a dar muchos quebraderos de cabeza. Se me ocurre, por ejemplo, el caso de escribir: ¿Has escrito a Juan? Ese a Juan solo puede ser CI, no CD. El CD (una carta, un mensaje, un correo electrónico…) va implícito en el verbo y no se expresa, está ahí latente… Gráficamente, si Juan fuera el CD, escribiríamos con el boli sobre su piel (para que os hagáis una idea). Volveré sobre este problema en alguna otra entrada… (pero para que os vaya rondando la cabeza).
Hoy no os voy a liar más. En la próxima entrada hablaré de los pronombres de CD y de CI, con lo que diferenciar los complementos va a ser más sencillo y, además, tendremos el esquema (fácil) de cómo deberían ser las cosas (aunque luego las utilicemos mal).