Milena Busquets: ‘También esto pasará’

Me temo que la entrada de hoy va a ser larga y, quizá, algo personal. Pero es que hacía tiempo que un libro no me hacía pensar tanto sobre cómo me enfrento a mi propia vida y a todo lo que me rodea. Hablo de También esto pasará, de Milena Busquets. 

'También esto pasará'

‘También esto pasará’

Cuando era niña, para ayudarla a superar la muerte de su padre, a Blanca su madre le contó un cuento chino. Un cuento sobre un poderoso emperador que convocó a los sabios y les pidió una frase que sirviese para todas las situaciones posibles. Tras meses de deliberaciones, los sabios se presentaron ante el emperador con una propuesta: «También esto pasará». Y la madre añadió: «El dolor y la pena pasarán, como pasan la euforia y la felicidad».

Ahora es la madre de Blanca quien ha muerto y esta novela, que arranca y se cierra en un cementerio, habla del dolor de la pérdida, del desgarro de la ausencia. Pero frente a este dolor queda el recuerdo de lo vivido y lo mucho aprendido, y cobra fuerza la reafirmación de la vida a través del sexo, de las amigas, los hijos y los hombres que han sido y son importantes para Blanca, quien afirma: «La ligereza es una forma de elegancia. Vivir con ligereza y alegría es dificilísimo». Esta y otras frases y el tono de la novela, tan ajena a cualquier concesión a lo convencional, evocan aquella Bonjour tristesse de Françoise Sagan, que encandiló a tantos (y escandalizó a no pocos) cuando se publicó en 1954. Todo ello en el transcurso de un verano en Cadaqués, con sus paisajes indómitos y su intensa luz mediterránea que lo baña todo.

Milena Busquets transforma en literatura vivencias personales y partiendo de lo íntimo logra una novela que rompe fronteras y se está traduciendo con inusitada rapidez a las principales lenguas, como el inglés, el francés, el alemán, el italiano y el portugués. Y lo logra porque a través de la historia de Blanca y la enfermedad y muerte de su madre, a través de las relaciones con sus amantes y sus amigas, combinando prodigiosamente hondura y ligereza, nos habla de temas universales: el dolor y el amor, el miedo y el deseo, la tristeza y la risa, la desolación y la belleza de un paisaje en el que fugazmente se entrevé a la madre muerta paseando junto al mar, porque aquellos a quienes hemos amado no pueden desaparecer sin más.

Voy a empezar diciendo que, tras haber reposado un par de días la novela, puedo decir que me ha gustado, mucho incluso, pero no he tenido esta sensación en absoluto mientras la leía. Así que os voy a contar lo que fui sintiendo según avanzaba en la lectura de este texto del que habla todo el mundo en este momento, por cierto, por razones (extra)literarias o no (no me voy a meter ahí).

Todo empieza en el funeral de la madre de Blanca, la protagonista. Y ya en la segunda página me encuentro un párrafo ñoño pero bonito, una reflexión sobre el amor (de la madre hacia la hija, aunque se universaliza).

Pero creo que me querías, ni mucho, ni poco, me querías y punto. Siempre he pensado que los que dicen «te quiero mucho», en realidad te quieren poco, o tal vez añaden el «mucho», que en este caso significa «poco», por timidez o por miedo a la contundencia de «te quiero», que es la única manera verdadera de decir «te quiero». El «mucho» hace que el «te quiero» se convierta en algo apto para todos los públicos, cuando, en realidad, casi nunca lo es. «Te quiero», las palabras mágicas que te pueden convertir en un perro, en un dios, en un chiflado, en una sombra.

¿Va a ser así todo el libro? No puede ser. Esto no es lo que esperaba y no me apetece leer una novela moñas que se regodea en el dolor por la muerte y demás. A un tris de dejarla para un mejor momento en la página 3. Pero, claro, la novela no es esto. Y, de hecho, en menos de diez páginas ya me he hecho a la idea de que el texto se balancea entre estos párrafos un poco más «intensos», por ponerles un adjetivo, y párrafos así:

… es uno de esos hombres de temperamento vital y salud vigorosa, que opinan que no hay desgracia, disgusto o decepción que el sexo no pueda arreglar. ¿Estás triste? Folla. ¿Te duele la cabeza? Folla. ¿Se te ha estropeado el ordenador? Folla. ¿Estás en la ruina? Folla. ¿Se ha muerto tu madre? Folla. A veces funciona.

¿Es esto lo que me esperaba? (A todo esto, ¿por qué tengo expectativas?). Tampoco, pero mi curiosidad ya está despierta y decido leer la novela hasta el final. A pesar de que hay páginas que me encantan seguidas de páginas que detesto (y no depende, necesariamente, de lo que está contando, más bien de cómo lo cuenta). De ahí que realmente no sepa si lo que estoy leyendo me está gustando o no. Pero leo.

Y leyendo empiezo a tener la sensación de que tengo entre manos Sexo en Nueva York versión catalana, en el episodio en que se van de veraneo posfuneral a Cadaqués. Y Blanca es una especie de Carrie Bradshaw desesperada por un poco de contacto físico. Pero no. Tampoco es eso (aunque párrafos como el que os voy a copiar realmente vienen a corroborar mi teoría):

La ropa, mi principal hobby, ha dejado también de divertirme. A pesar del calor, solo tengo ganas de comprar ropa que me tape o ropa que me acaricie. De todos modos, la ropa siempre es un sustituto del sexo, o un envoltorio para conseguirlo. Tal vez todo sea un sustituto del sexo: la comida, el dinero, el mar, el poder.

No, Blanca no es Carrie. Y sigo sin saber de qué va Blanca en realidad. ¿Es una chica superficial que, por el dolor que siente por su madre, se pone grave y seria a veces, o es una tía sensible y profunda que, para liberarse del peso, escoge lo más liviano y ligero de la vida? (Si habéis leído La insoportable levedad del ser, por ahí van los tiros cuando digo esto). Creo que es lo segundo. Es entonces cuando entiendo la referencia a Buenos días, tristeza de la contracubierta (que, para quienes no lo sepáis, es una de mis novelas favoritas). Blanca podría ser Cécile a los cuarenta. Empiezo a mirarla con otros ojos.

Sigo leyendo. Y la sensación extraña de ir pasando páginas que me encantan para encontrarme párrafos que detesto continúa presente. Sin embargo, a estas alturas, me guste o no, no tengo peros que ponerle. Me he convencido de que me encuentro ante un texto sin tapujos, totalmente honesto. Percibo una cierta contención, quizá algo medida, en los fragmentos de más hondura, aquellos dedicados a la madre, al recuerdo, a la infancia, al reproche. Y, en contraposición, una ligereza, obscena incluso por momentos, que busca la superficialidad. Y creo que la forma apoya al contenido. Porque ahora sí tengo la sensación de que entiendo a Blanca y sus circunstancias: me he dado cuenta de que Blanca y sus amigas se parecen demasiado a mis propias locas y a mí misma.

Blanca se rodea de un montón de gente (aunque, en mi opinión, se siente un poco sola ahora que la persona que, para bien o para mal, «guiaba» su vida se ha ido): sus hijos, sus exmaridos, sus amigas, sus amantes, más amigos, conocidos de la infancia… Y en todos ellos busca el gozo de vivir, busca una existencia ligera, que le permita disfrutar, sin más. Vivir. Y, por ejemplo, el sexo («el chispazo del sexo») adquiere una importancia tremenda como modo de sentirse viva. Sexo que no siempre es suficiente, pero que sustituye a lo que realmente anhela:

… nunca somos tan poderosos como cuando estamos enamorados y somos correspondidos, y esa experiencia pone el listón tan alto que, en mi caso al menos, solo el breve chispazo del sexo puede servir de sustituto.

Conseguir sexo es relativamente fácil, conseguir que alguien te abrace durante toda la noche es otra historia, y ni siquiera eso garantiza un sueño plácido; hay hombres incomodísimos.

Y, además de hablar de sexo, toca otros temas como la maternidad, los amores pasados, la muerte, las relaciones en general… (tenéis un montón de citas copiadas en el Tumblr). Y no puedo evitar sentir una cierta familiaridad en sus palabras. Porque yo también trato esos temas con mis amigas: hablamos constantemente de sexo y, como Blanca, criticamos a algunas de las actuales novias de nuestros ex (con los que la mayoría nos llevamos bien, aunque no tan bien como Blanca) o nos quejamos de lo cobardes que son algunos tíos a la hora de la verdad; hablamos, como Blanca y sus amigas, de nuestros padres, de nuestras infancias (Blanca no fue la única en jugar con polvo de hada), de nuestras esperanzas, de nuestros deseos, de nuestros futuros… Somos muy parecidas. Quizá porque estamos en la misma franja de edad (nosotras, un poco más jóvenes) y vivimos unas circunstancias parecidas. Es innegable que veo perfectamente retratado un cierto tipo de mujer en la novela; y no es algo tan habitual. Ciertas mujeres entre los 35 y 40 somos muy Blanca, nos guste o no.

Personalmente, he llegado a identificarme con Blanca en algunas cuestiones. Y me gusta cómo habla de ciertos temas, sin pudor (o con él), pero enfrentándose a las cosas. Y rescato, para mí misma, algunas de sus frases. Por ejemplo, cuando habla de los tíos que le gustan (esto lo he dicho yo alguna vez):

A mí me gustan los tíos que me dan ganas de ser más lista de lo que soy.

O cuando le dicen que está perdida en la vida:

Y estás triste y un poco perdida, pero eso no te da derecho a poner patas arriba la vida de todo el mundo.

Pero si hay algo en lo que realmente estoy de acuerdo con Blanca es en que solo hay una posible solución a la tristeza: el amor.

Ocurre lo mismo con la tristeza que, como finísimas capas de cristal crujiente, se va depositando sobre nosotros, nos va cubriendo poco a poco. Somos como el guisante del cuento, enterrado debajo de mil colchones, como una luz brillante que parpadea débilmente. Y, como en los cuentos, solo el amor verdadero, y a veces ni siquiera eso, puede acabar con la pena.

Únicamente el amor puede apartar las penas y las miserias. Solo el amor puede darnos la vida. «Con pasión, todo merece la pena», dice Busquets. Y hay que vivir, no solo sobrevivir. Y eso no significa que Blanca desee un cuento de hadas con un príncipe que la rescate, sino, más bien, encontrar un hombre de verdad, con sus virtudes y sus defectos, con quien compartir todo. Creo que el deseo de amor de Blanca (y de una vida, quizá, más convencional de lo que esperaríamos de ella) adquiere su máxima expresión en este párrafo:

Pienso que tal vez podría proponerle ir a tomar algo (y emborracharnos y contarnos nuestras vidas con entusiasmo y a trompicones, y rozarnos distraídamente las manos y las rodillas, y mirarnos a los ojos un segundo más de lo correcto y besarnos y follar precipitadamente, y enamorarnos y viajar y estar siempre juntos y dormir apretados y tener un par de hijos y, finalmente, salvarnos).

Pues eso, salvémonos todos, que nuestras vidas merezcan mucho la pena (o, mejor, la alegría, qué expresión más horrenda).

Desde luego, me parece una novela con mucha más miga de la que le supuse en un principio. Y me ha dejado con sentimientos encontrados, así que he decidido releerla en unos meses. Ya os contaré (por Twitter o FB, supongo) si en la relectura me quedo con otros detalles o cambio de opinión con respecto a Blanca y su vida. ¿Alguien la ha leído? A los comentarios…