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‘Melancolía’

Para contaros de dónde viene la palabra melancolía y explicaros qué significa en realidad, vamos a poner la imaginación en funcionamiento. ¿Cómo dibujaríais la melancolía? A ver si os sirve la representación que os voy a describir.

Imaginad el dibujo de una persona. Dentro, empezamos a pintar de gris oscuro o negro una especie de líquido interior que lo va ocupando todo. ¿Sería la melancolía una especie de tristeza oscura que se extendería por nuestro cuerpo como si fuera un fluido que nos va inundando? Si ese fluido, además, fuera bilis… ¿os hacéis una idea de lo que podría ser la melancolía?

Melancolía viene del griego μελαγχολία (melancholia). Está formada por el adjetivo μελας (melas), que significa ‘negro’ u ‘oscuro’, más el sustantivo χολης (kholés), literalmente ‘bilis’. La melancolía es, por tanto, una bilis negra que, según los griegos, invadía a la persona desde el hígado, órgano en el que se originaba la tristeza.

Espero que no os dejéis invadir por la melancolía (yo reconozco que llevo unos días tristona) y que paséis un miércoles tremendamente feliz… Y, para cualquier cosa, ya sabéis, comentarios, que os los agradezco muchísimo.

¡Ah! Y un recordatorio: el lunes empezamos con el reto de los 30 libros. Id pensando títulos… Tenéis las categorías aquí.

‘Tsundoku’ y tiempo

¿Alguna vez os ha pasado que compráis libros un poco compulsivamente y luego se os quedan apilados porque no tenéis tiempo material para leerlos? ¿Se os cruzan libros por el camino y los comprados se quedan olvidados en la estantería o en la mesilla de noche? Pues es algo bastante corriente entre los amantes de la lectura. Hay, incluso, un nombre para este fenómeno, cómo no. Se llama tsundoku y es un concepto japonés. Significa, literalmente, ‘apilar libros no leídos’. Sinceramente, no entiendo por qué algo tan habitual no tiene su propio término en otros idiomas.

Si sois víctimas del tsundoku, quizá os interese saber cuánto tiempo os llevaría acabar con vuestra enorme pila de libros pendientes. Pues está todo pensado. Hay una página web que os hace el cálculo; está en inglés, pero es curiosa. Se llama TBR Time y, metiendo algunos datos, os podéis hacer una idea de cuánto tiempo tardaréis en acabar con la montaña que os mira amenazadoramente desde la mesilla. Al introducir cuántos libros tenéis pendientes, cuántos libros leísteis el año pasado y cuántos años tenéis, la página os hace la operación e, incluso, os da una fecha aproximada de cuándo podréis dar por finiquitada la lista de libros pendientes (to be read en inglés, de ahí el nombre de la web). Curioso, ¿no? 

¿Conocíais el tsundoku? ¿Alguien quiere contarnos para qué fecha va a acabar de leer lo pendiente? (Yo creo que nunca se acaba: siempre hay nuevos libros por leer). Tenéis los comentarios para contarnos lo que queráis.

Problemas técnicos

Pensaba actualizar el blog hoy, lunes, de forma normal, pero estoy sin internet en casa desde ayer y estoy escribiendo desde el móvil (¡pesadilla!). En condiciones normales, no publicaría nada y punto; el problema es que el jueves, último día en que hubo entrada, hubo también un pequeño incidente en el blog que ya conté en algunas redes sociales. Como no quiero que nadie piense que, si no publico, es por algo relacionado con eso, prefiero dejar estas líneas. Volveré a actualizar el blog con total normalidad en cuanto se solucione la avería en casa (espero que hoy mismo).

También quería deciros a quienes estáis buscando como locos ciertos comentarios que no os molestéis. Están publicados, pero las entradas son de 2010, no es en nada reciente y os podéis volver locos (de hecho, por lo que he visto en las visitas y lo que me habéis contado algunos, os estáis volviendo tarumbas: pues nada, dejadlo, que no merece la pena). Y hay cosas que me afectaron el jueves porque me pillaron muy bajita de ánimo, pero ya está. No hay que darle importancia a lo que no la tiene.

Pues eso, que volveré lo antes posible. Si puede ser esta misma tarde, esta misma tarde. Pero que, si estoy varios días sin actualizar, que no pasa nada y que no me pasa nada importante (y, desde luego, si me pasa algo, no tiene absolutamente nada que ver con el blog). Que paséis una buena semana…

Sándor Márai: ‘Divorcio en Buda’

Como algunos ya sabéis, estoy leyendo El último encuentro, de Sándor Márai. Y, aunque he leído varias novelas de Márai desde que lo descubrí (alguien me lo descubrió, más bien), en el blog únicamente he escrito sobre La mujer justa. No entiendo bien por qué no llegué a hablar sobre las otras novelas. Así que, voy a empezar a solventar esta injusticia y hoy voy a dedicar la entrada a otra magnífica novela de Márai: Divorcio en Buda.

'Divorcio en Buda'

‘Divorcio en Buda’

El último expediente llegado a la mesa de trabajo de Kristóf Kömives, juez en la Budapest de entreguerras, es el divorcio de los Greiner. Un caso más, excepto que el nombre de soltera de la mujer, Anna Fazekas, hace perder al magistrado su inmutable serenidad. El alegre desparpajo de la juventud, un paseo por el lago, una mirada arrebatadora: la evocación de aquellos instantes fugaces son suficientes para perturbar, después de tantos años, el aparente sosiego de su intachable vida burguesa. Y cuando el señor Greiner se presenta en su casa con la noticia del suicidio de su mujer, Kristóf no puede resistirse al aluvión de sentimientos encontrados que inundan su espíritu. Durante el transcurso de una noche, Kristóf asumirá el doble papel de acusado y testigo de la confesión de Greiner, que al desgranar la historia de su matrimonio pondrá de relieve el abismo que separa a los dos hombres; por un lado, el burgués que renunció a la emoción de lo desconocido para perpetuar los sólidos valores de una clase social asentada y satisfecha de sí misma, y por otro, el joven advenedizo que por conquistar una mujer que le estaba vedada se entregó a una existencia erigida sobre la impostura y encorsetada en unos cánones ajenos a su persona. Así pues, con el inminente estallido de la guerra más devastadora que ha conocido la Humanidad como telón de fondo, el azar les otorga la ocasión de reflexionar acerca de aquellas vivencias y sentimientos que nunca habían sido capaces de compartir con nadie, y redimir en parte, si acaso, los errores que les condujeron a la situación actual.

Leí el libro hace más de un año, pero aún recuerdo la intensidad de esa gran conversación final (que ocupa gran parte de la novela); y eso, con mi costumbre de resetear las historias, es un logro. Pero no es, en absoluto, mío, sino de Márai, que, a base de esculpir las frases como con cincel, consigue la expresión perfecta en prácticamente todos los párrafos del texto. No obstante, vayamos al principio.

La primera parte de la novela me costó un poco, si bien es necesaria para situar los hechos en su momento preciso: una sociedad cambiante y decadente, que ve sus valores tambalearse, constituye el escenario en el que se mueve el protagonista, un juez de clase alta, que se ciñe escrupulosamente a lo que se espera de él. Riguroso con su trabajo y con su propio entorno, su sorpresa al recibir cierto expediente es el desencadenante de toda la acción de la novela. Es un expediente de divorcio y la mujer, un antiguo amor suyo. Bueno, amor o algo que pudo parecerse al amor (la larga conversación final tiene mucho que ver con esto). Y cuando una noche se presenta en su casa el marido, un médico que se ha ido abriendo camino en la sociedad a pesar de su origen humilde, todo explota (no se me ocurre un verbo mejor).

Explota por varios motivos. Primero, por la noticia que trae el médico: su mujer, Anna, se ha suicidado esa noche. Segundo, por los motivos que la han llevado a hacerlo. Y aquí es donde se disfruta de Márai en estado puro: parece que hace orfebrería con las palabras. Y nos deja párrafos memorables sobre el amor, la infidelidad (muy curioso: ¿si sueñas con otra persona, estás siendo infiel a tu pareja?), las decisiones, el dejarse o no llevar, la desesperación por el desamor… La conversación entre el juez y el doctor debería ser de lectura obligatoria. Es pura perfección literaria. No os cuento absolutamente nada más, hay que leerla.

De Márai sí tengo recogidas un montón de citas en Tumblr, os dejo el enlace a las que se corresponden con Divorcio en Buda, para que podáis ir abriendo boca si no habéis leído esta maravilla. Yo sigo con El último encuentro (aunque he leído muy poquito, porque esta semana estoy dedicando muy poco tiempo a la lectura).

¿Alguien ha leído Divorcio en Buda? ¿Os gustó? Si no, ¿os llama la atención? Podéis, como siempre, comentar lo que queráis.

Marina Keegan: ‘Lo contrario de la soledad’

Vaya por delante que no suelo leer este tipo de libros. Pero me decidí por dos motivos. El primero: estando en una librería con Ainize Salaberri, directora de Granite & Rainbow, me dijo que el libro le llamaba la atención (y me fío muchísimo de su olfato). Segundo: alguien en mi Twitter (a quien no conozco, la verdad), empezó a poner fragmentos y tengo que reconocer que me gustaron mucho. Así que la decisión estaba tomada: iba a leer Lo contrario de la soledad, de Marina Keegan.

'Lo contrario de la soledad'

‘Lo contrario de la soledad’

La celebridad de Marina Keegan iba en aumento cuando, en mayo de 2012, se graduó magna cum laude en Yale. Una obra de teatro suya iba a estrenarse en el International Fringe Festival de Nueva York, y tenía un trabajo esperándola en la revista The New Yorker. Sin embargo, cinco días después de graduarse, Marina murió trágicamente en un accidente de coche. Mientras su familia, amigos y compañeros, rotos de dolor, se reunían para celebrar su funeral, el último artículo que escribió para el Yale Daily News, el inolvidable «Lo contrario de la soledad», se hizo viral y recibió casi un millón y medio de visitas.

A pesar de que solo tenía veintidós años cuando murió, Marina dejó un valioso tesoro en forma de prosa que, como en su artículo de cabecera, refleja las esperanzas, las incertidumbres y las posibilidades de su generación. Lo contrario de la soledad es un compendio de los artículos y relatos de Marina que expresa la lucha universal a la que todos nos enfrentamos cuando nos planteamos cuáles son nuestras aspiraciones y cómo encauzar nuestro talento para provocar un impacto en el resto del mundo.

Si habéis leído la sinopsis que os he copiado, ya os habréis enterado de que Marina Keegan murió con 22 años justo después de graduarse. Os aseguro que, aunque tiene su aquel, por ejemplo, en el texto que da título al libro, todo se olvida cuando estás con sus relatos o artículos. Pero, prefiero ir por partes y explicaros qué os vais a encontrar en el volumen de Lo contrario de la soledad.

En primer lugar, hay una introducción bastante interesante escrita por Anne Fadiman, profesora en Yale de Keegan y una de las recopiladoras de los cuentos y artículos que aparecen en el libro. Y digo que tiene su interés porque, además de acercarnos a la figura de Keegan como persona, hace un recorrido por su escritura. Nos cuenta qué pretendía Keegan con sus artículos, cómo decidió ser escritora, qué vicios veía en sus textos y cómo quería solventarlos… Nos habla de la personalidad (probablemente arrolladora) de Keegan, de cómo la veían sus compañeros, del impacto que tuvo en ellos su muerte. Para ser una introducción, de esas que reconozco que me suelo saltar, esta se lee con ganas.

Después, además de los agradecimientos, el artículo más famoso de Marina Keegan: «Lo contrario de la soledad». En él y en lo que dice sí que su muerte planea todo el tiempo. Por frases como estas:

Pero que nadie se confunda: los mejores años de nuestras vidas no los hemos dejado ya atrás. […] Tengo pensado divertirme cuando me haga mayor.

Somos muy jóvenes. Somos tan jóvenes. Tenemos veintidós años. Tenemos mucho tiempo por delante.

Vamos a hacer que pase algo en el mundo.

Desde luego, en mi opinión, el texto más ñoño, moñas y tonto del libro (aunque reconozco que el concepto de qué es «lo contrario de la soledad» me gustó mucho). Y, pasado el momento tristón, viene lo mejor del libro: los relatos y los artículos de Marina Keegan.

Efectivamente, el libro se divide en dos. Por un lado, los textos de ficción; por otro, los de no ficción. Para mí, mucho más interesantes los primeros (aunque uno de los artículos, el de por qué el 25 % de los estudiantes de Yale acaba trabajando en consultoría en vez de hacer algo productivo, lo voy a sacar a colación en la próxima cena con algunos de mis amigos). Son relatos frescos, emotivos, vibrantes, inteligentes, directos, divertidos… No le da miedo ningún tema, si bien se nota su juventud y es palpable que ella intenta conectar con la gente de su generación (y me apuesto lo que sea a que lo consigue). Pero no es un demérito, o al menos para mí no lo es. Marina Keegan tenía una extraordinaria capacidad para observar su entorno, identificar los problemas, poner el dedo en la llaga, describir a sus iguales y sus relaciones, cuestionarse el mundo, cuestionarse a sí misma y su futuro… Y encima escribía extraordinariamente bien. ¿Se le puede pedir más? Creo que, a su manera, y solo con este legado, consiguió un poquito de aquello a lo que ella aspiraba: hacer que pasara algo en el mundo.

Al acabar de leer el libro te quedas con la idea de que la vida te ha hecho perderte algo. Probablemente, a una escritora interesante. ¿Qué habría escrito Marina Keegan con treinta, cuarenta, cincuenta u ochenta años? ¿Cómo sería una novela de Keegan? No lo podemos saber, pero sí podemos disfrutar de este pedacito de su obra que, por cierto, está agotado (aunque Alpha Decay nos dijo por Twitter el otro día que lanzan una segunda edición esta misma semana). Por si a alguien le interesa…

No tenemos una palabra que designe lo contrario de la soledad, pero, si la hubiera, definiría lo que yo quiero en la vida.

Marian Engel: ‘Oso’

Esta novela no se me va a ir de la mente en mucho tiempo. Si no habéis leído Oso, de Marian Engel, ya estáis tardando; para mí, sin duda, uno de los libros del año.

'Oso'

‘Oso’

La joven e introvertida Lou abandona su trabajo como bibliotecaria cuando se le encarga hacer inventario de los libros de una mansión victoriana situada en una remota isla canadiense, propiedad de un enigmático coronel, ya fallecido. Ansiosa por reconstruir la curiosa historia de la casa, pronto descubre que la isla tiene otro habitante: un oso. Cuando se da cuenta de que este es el único que puede proporcionarle algo de compañía, surgirá entre ellos una extraña relación. Una relación íntima, inquietante y nada ambigua. Gradualmente, Lou se va convenciendo de que el oso es el compañero perfecto, que colma todas sus expectativas. En todos los sentidos. Será entonces cuando emprenda un camino de autodescubrimiento. A pesar del impacto que causó su publicación, Oso se alzó con el Governor General’s Literary Award en 1976 y está considerada una de las mejores (y más controvertidas) novelas de la literatura canadiense.

Publicada en 1976 y adorada por Robertson Davies («Una novela obscena y extraña. Uno de los títulos más hermosos y significativos de la literatura canadiense»), Margaret Atwood o Alice Munro, Oso es una novela delicadísima y calculadamente transgresora, una auténtica parábola de la vuelta a la naturaleza.

A veces la literatura es crónica social de un momento, a veces es expresión de sentimientos, a veces es entretenimiento, a veces es denuncia… y, otras, como esta, es provocación. Y está muy bien que nos provoquen y nos azucen un poco. Desde luego, una novela arriesgada e inquietante.

¿Por qué digo que Oso es provocación? Sobre todo, por la historia que nos cuenta en sí, el tema que trata: Oso narra la relación zoofílica de Lou con un oso con el que, por circunstancias, comparte casa. Sí, he escrito bien: relación zoofílica. Lou se enamora del oso y lo ama en cuerpo y alma. Hay relaciones sexuales entre ellos en la novela, explícitas. Y, a pesar de lo duro e, incluso, sórdido del tema, Oso me ha parecido una novela de una ternura y una delicadeza encomiables. Una verdadera obra de arte.

La historia de amor de Lou hacia el oso conlleva la autoexploración de Lou, que necesita respuestas con respecto a sus relaciones con los hombres, su trabajo, su vida en general. Y el tiempo que pasa con el oso (que intentará alargar al máximo) le va a servir para conocerse mejor y tomar decisiones.

Y aquí, con la historia de amor-sexo con el oso y la resolución de las dudas vitales de Lou podríamos acabar la lectura (y ya podríamos decir que la novela es muy muy buena). Pero, lo grandioso de este texto, como de toda la buena literatura, es que se presta a múltiples interpretaciones que hace que pueda haber tantos niveles de lectura como queramos los lectores.

En los días que han pasado desde que terminé Oso, no he dejado de pensar en qué podría simbolizar el oso. Ese oso del que nos advierten (Homer, otro de los personajes de la novela, advierte constantemente a Lou de que el oso es un animal salvaje y que puede hacerle daño), que nos infunde respeto e, incluso, miedo. Un oso que sabemos que puede acabar con nosotros, del que desconocemos por completo sus reacciones. Pero que está ahí, que ha llegado a nuestra vida por casualidad y que hay que atenderlo, porque no podemos/queremos desentendernos de él. Y resulta que ese oso, poco a poco, se va mostrando como lo que es en realidad: un animal leal, en el que se puede confiar, que nos hace compañía y que nos produce ternura, porque, a su modo, nos quiere. Aun así, tenemos nuestras reticencias, porque el oso da miedo. Y da miedo desnudarse ante él, dejar nuestras vergüenzas (reales o mentales) al aire, enfrentarse a él, sufrir un zarpazo. ¿Y si oso simbolizara nuestros miedos, nuestro miedo a algo que nos puede destrozar? Pero ¿y si, como en la novela, al acercarnos a nuestros osos, nuestros miedos, encontráramos la felicidad? El miedo, el respeto, la vergüenza que siente Lou en un principio se transforman en dulzura y ternura. Pues igual es que el oso no es tan fiero como lo pintan. Quizá, si el oso fuera el símbolo de nuestro miedo, este no sea para tanto. Cuando Lou se despoja de sus prejuicios, encuentra en el oso el amor y la felicidad. Y esto me hace pensar que esta novela, en el fondo, es una invitación a la desobediencia, a dejarnos llevar, a ser valientes, a salir de nuestras zonas de confort, a mostrarnos a los demás como somos, con nuestra vulnerabilidad. Porque es posible que no haya peligro, que el miedo no tenga razón de ser. En la novela, el oso, en un principio, por su propia naturaleza animal, da miedo; no obstante, es el personaje más puro, el único en el que de verdad se podría confiar.

Seguiré dando vueltas a la novela y no me voy a cansar de recomendarla. Sucumbid a la provocación de Engel. Viajad a esa pequeña isla canadiense y dejaos llevar por esta historia arriesgada y sorprendente. Y, después, sacad vuestras propias conclusiones.

¿Alguien lo ha leído ya? ¿Os seduce Oso? ¿Lo leeríais, aun sabiendo de qué va la historia? Podéis contar lo que queráis en los comentarios.

Mad Men

Perdonad que dedique esta entrada a algo ajeno a los temas que trato habitualmente en el blog. Hoy me voy a permitir hablar de una serie que me fascina (mi favorita desde que la descubrí, cuando justo habían empezado a emitir la primera temporada) y que, para cuando leáis esto, en Estados Unidos ya habrá terminado (y yo estaré a punto de ver el último capítulo con una tristeza absoluta). Me refiero a Mad Men.

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Sus detractores dicen que es lenta, que nunca pasa nada. Eso es no entender la serie. En Mad Men pasa de todo, porque pasa la vida en sí. Y las cosas pasan como en la vida, sin que nos demos cuenta muchas veces. Y todos los personajes intentarán buscar su espacio y, sobre todo, su identidad, encabezados por Don Draper, el protagonista absoluto de ese universo que forma esa agencia de publicidad de la que no puedo dar el nombre porque cambia de temporada en temporada. Y tratarán de solucionar sus problemas y poner en orden (o desorden) sus vidas mientras el mundo a su alrededor cambia a un ritmo frenético.

Pero ya no habrá más Don, Betty, Peggy, Sterling, Joan, Peter, Sally y el resto de personajes. Se acabó. No sé qué ocurrirá en el último capítulo (el penúltimo ya me dejó muy tocada), pero no quiero que nadie me lo estropee (no voy a entrar en redes sociales hasta que no haya visto el final, por si acaso alguien me lo destroza). Pero sé que, suceda lo que suceda en el último capítulo, me voy a quedar un poco (bastante) huérfana de series. Además, le he cogido cariño a toda esta tropa.

Soy muy fan de Don Draper, el hombre más elegante, carismático, inteligente y perdido del mundo. Siempre digo lo mismo de él: es todo lo que yo no quiero en un hombre, pero me fascina. No puedo evitarlo. De cama en cama, de whisky en whisky y de idea brillante en idea brillante («Lo que llamas amor lo inventamos tipos como yo para vender medias»; «La publicidad se basa en una cosa, la felicidad. Y, ¿sabes lo que es la felicidad? La felicidad es el olor de un coche nuevo. Es ser libre de las ataduras del miedo. Es una valla en un lado de la carretera que te dice que lo que estás haciendo lo estás haciendo bien»). Y siete temporadas después, sigue buscando su hueco.

Y, a pesar de que la gente la odia, soy una gran defensora de Betty. Quizá porque yo misma soy muy Betty para ciertas cosas. Tengo la sensación de que la entiendo. Sé que no siempre actúa bien, pero hay que quererla. Y yo quiero absolutamente todos sus camisones, batas y saltos de cama de las primeras temporadas. Me rechiflan. Quiero todos, en serio. (De hecho, Mad Men ha marcado estilo todos estos años: ha habido colecciones de moda enteras dedicadas a la serie y ediciones especiales de líneas de maquillaje, de Estée Lauder, por ejemplo, inspiradas en las protagonistas. A mí me resulta lógico, van tan monas ellas).

No soporto a Peggy. Nunca lo he hecho. Pero valoro lo que ha conseguido. No sé qué habrá pasado con ella en el último capítulo, pero, aun así, mi memoria se va a quedar con su entrada triunfal en McCann. Se ha hecho a sí misma. Se lo ha ganado. Y la que me ha ganado a mí y ahora es de mis favoritas es Joan. Me encanta Joan. Es, sin duda, la tía con más personalidad de la serie. Y la gran decepción, para mí, ha sido Megan. Con lo mona que era… Quienes hayáis visto la serie, ¿la recordáis cantando el «Zou, bisou, bisou»? ¡La cara de Don en aquel momento es mítica!

Echaré de menos las locuras de Sterling (me parece un hombre descacharrante, en serio) y también las de Cooper. Al que no echaré de menos, porque no puedo decir absolutamente nada bueno de él, es a Pete Campbell. Qué asco de tío, qué trepa, qué lerdo…

Y, aunque, obviamente, me dejo a un montón de personajes en el camino (¡el universo Mad Men es muy extenso!), siento que le debo una última mención a Sally. La niña Draper, como la llamamos nosotros. Soy del team Sally hasta el final. La hemos visto crecer (literalmente) y me encanta en lo que se ha convertido. Soy muy muy fan de Sally. Qué pena no llegar a verla como la gran mujer que va a ser.

Lo dejo aquí. Solo os digo a los que no hayáis visto la serie que me dais mucha envidia, porque aún tenéis la oportunidad de ver esta maravilla por primera vez. Aún podéis sorprenderos con sus brillantes diálogos, reíros en los capítulos más locos, llorar en los tristes y, sobre todo, aprender un montón, porque Mad Men está llena de sabiduría. En serio, vedla. Y tened paciencia, que los primeros capítulos se hacen cuesta arriba. Ahora, cuando ya estás dentro… cuesta salir de Madison Avenue. Pero dadle una oportunidad a Don. No os va a defraudar.

‘Masterpiece’

Llevo prácticamente un año con esta entrada en mente, pero fue el martes, mientras veía Masterchef (luego comentamos), cuando me decidí a escribir esto. ¿Os imagináis un Masterchef de escritores? Pues no imaginéis mucho, porque se llama Masterpiece y lo emitieron en la RAI italiana el año pasado…

Apenas he visto algún fragmento del programa, aunque quien tenga curiosidad puede ver todos en la página web de RAI3 (eso sí, hay que saber italiano). La mecánica del concurso es muy similar a la de Masterchef. Cada semana se les propone a los concursantes una serie de pruebas (de escritura, improvisación, etc.) y un jurado compuesto por tres escritores juzga las obras y va eliminando a quienes, según ellos, lo van haciendo peor. Tienen, entre programa y programa, sesiones con un coach (que también es escritor, cómo no), que les va dando consejos. El premio final: la publicación de una novela con una tirada de 100 000 ejemplares (en España poquísima gente consigue esas cifras de ventas; no os cuento cómo andan ahora las tiradas para que no os echéis a llorar).

Os dejo el enlace a la página web de Masterpiece, donde podéis consultar todo: quiénes son los jueces, quién ganó, las pruebas… También están los programas enteros colgados, por si os queréis enganchar. Mi opinión sobre todo esto, como os podéis imaginar quienes me conocéis un poco, no es en absoluto positiva. A ver, si hicieran algo así en España lo vería seguro, por pura curiosidad morbosa, pero no creo que un concurso así sea justo ni demuestre nada ni se pueda aprender nada. ¿A quiénes pondrían de jueces en España? Creo que eso sería lo más interesante de todo el concurso para mí.

Y, dicho esto, permitidme unas palabras sobre el último programa de Masterchef. A ver si alguien puede explicarme qué está pasando esta temporada… ¿Por qué han convertido el concurso en un melodrama? ¿Por qué los concursantes parecen sacados de una novela de Dickens, todos con infancias durísimas y sin padres? ¿A qué vino lo de las cartas de amor? (Menuda vergüenza ajena). ¿La lerda cuqui es de verdad? ¿Le dice su novio chou-chou-chou (esto es, xoxoxo) en las cartas? ¿Puede alguien ser tan frío como la nutricionista? Pablo, hazte así, que se te ha debido de meter algo en el ojo, que no paras de llorar…

Pues nada, que os dejo los comentarios abiertos por si queréis comentar algo de Masterpiece, Masterchef o lo que queráis… ¡Buen fin de semana a todos!

Reflexiones (LI)

«Solo los malos escritores piensan que su trabajo es realmente bueno».

Anne Enright
Escritora irlandesa

Yo no los llamo ni siquiera malos escritores. En castellano hay una palabra para ellos: son escribidores. Y una de sus características suele ser la falta de humildad (o los egos desproporcionados). Así, por comentar…

Carlos Castán: ‘La mala luz’

Hoy os quiero hablar de un libro que me ha parecido deliciosamente oscuro y bello. Es La mala luz, de Carlos Castán.

‘La mala luz’

«Querida Nadia. Estimada Nadia. Nadia a secas. Tú no me conoces. Soy amigo de Jacobo. No sé cómo decirte esto. No sé si estás al tanto de que ha muerto. Lo han asesinado, en realidad».

Jacobo y el narrador son viejos amigos que se acaban de trasladar a Zaragoza, ambos huyendo de un matrimonio fracasado, incapaces de soportar el peso de sus propias vidas. Mientras se habitúan a su nueva situación, comparten cervezas, libros y veladas cada vez más largas en un desesperado intento de eludir el mundo.

Un día, Jacobo empieza a tener miedo, un miedo desmesurado y aparentemente irracional a quedarse solo en casa, que consigue controlar con la compañía de su amigo, hasta que una noche Jacobo aparece apuñalado en su propia casa. El protagonista toma entonces el relevo de su vida, quizás como última posibilidad de huir de la propia, y así conoce a una mujer, Nadia, que se convertirá en su obsesión y junto a la que emprenderá la frenética investigación del asesinato de su amigo, lo que trastocará definitivamente su propia existencia.

Atrozmente romántica, la esperada primera novela de Carlos Castán es una historia sobre el deseo y la búsqueda de intensidad y, a la vez, un vertiginoso thriller que se lee en absoluta tensión.

Os prometo que creo que esta es una de las peores sinopsis que he podido leer de un libro en mucho tiempo. La mala luz no es, en absoluto, lo que Destino dice en su contracubierta. O, si lo es, yo he leído otra novela. Porque, sí que aparecen esos elementos, pero ¿vertiginoso thriller? ¿Resolución de un asesinato? ¿Obsesión por una mujer? No compro…

Os voy a contar lo que he leído yo, lo que me he encontrado yo en las páginas de La mala luz. Para empezar, me he encontrado una novela intimista, escrita con una delicadeza y un buen saber hacer realmente excepcionales. Me he encontrado una larguísima reflexión sobre la soledad de un solo (luego os cuento la teoría de los solos) que acaba de descubrir que lo es. Y en esa reflexión hay una especie de paseo por los bajos fondos, pero el narrador camina con la cabeza bien alta: no hay barro en sus zapatos (o no lo hay en un principio), al contrario, hay en sus palabras una dignidad, quizá producto de la resignación, que sirven de contrapunto a toda esa situación sórdida que se presenta. En La mala luz me he encontrado mucha desesperanza y, al final, un atisbo de felicidad en forma de mujer, que acaba convirtiéndose en miedo y en un cruel desenlace que, personalmente, me chirría por un motivo que no os puedo contar, porque os destrozo la novela.

Pero, básicamente, La mala luz es una larguísima reflexión, preñada de brillantes metáforas, sobre la soledad. Porque el narrador, del que no conocemos ni el nombre, es lo que, según la teoría de algunas de mis amigas, nosotras denominamos un solo. No es despectivo, ni nada de eso (de hecho, yo misma soy una sola según ellas). Los solos son personas a las que la vida las pone en cierto momento en un estado de soledad (suele coincidir que llevaban muchos años en pareja) y, por su forma de ser, normalmente personas tremendamente emotivas, profundas y sensibles, se «adaptan» de alguna forma a su situación haciendo de esa soledad una especie de refugio. Ojo, los solos no son personas solitarias, más bien al contrario; suele ser gente muy sociable, se rodean continuamente de familia y amigos. Tienen los umbrales de la felicidad y la tristeza mucho más extremos que la gente «normal» (se ponen más tristes en los momentos duros, pero son mucho más felices cuando toca serlo). Pero en su fuero interno son solos. Les cuesta mucho, además, volver a emparejarse, por miedo a que les hagan daño de nuevo y porque suelen ser exigentes. Y ¿por qué os cuento yo esta teoría peregrina que tenemos sobre los solos? Porque el narrador es un solo y el desenlace del libro tiene mucho que ver con nuestra teoría. Creemos que los solos, si quieren ser felices en el amor, tienen que encontrar a otro solo, pues únicamente ellos saben traspasar las murallas que ellos mismos se crean; cuando encuentran a otro solo y se quieren, su entendimiento es mucho más profundo y su felicidad, por lo que he comentado de los umbrales, inusitada (incluso, me consta, envidiada). Pero ¿qué pasa si se emparejan con un no-solo? Que la relación está condenada o bien al fracaso, o bien a una desilusión constante. Y ¿qué pasa en La mala luz? Que el narrador es un solo, pero Nadia es lo contrario. Ahí no cabe la felicidad. Cabe un cierto atisbo de algo en un principio, cabe el sexo (que los solos suelen unir casi siempre al amor, no suelen separarlo), cabe la obsesión por ella, pero no cabe la felicidad. Al contrario, la relación con Nadia traerá infelicidad, malestar, desesperación y un desenlace que, repito, a mí hay algo en él que me chirría.

Novela de lo más recomendable. De esas que a ratitos te retuercen un poco (solamente un poco) por dentro. Tremendamente bien escrita (el otro día me criticaron que dijera que las novelas están bien o mal escritas, que era un argumento ramplón, porque si algo está publicado es por algo; permitidme que me carcajee). Y con reflexiones y frases brillantes. Tengo medio libro subrayado. Solo os voy a copiar tres citas que me han gustado especialmente. La primera, la más larga, sería la explicación bien escrita de todo mi párrafo anterior, por cierto.

Y no puedo desligar mi idea del amor de todo eso, de ese estar perdido y lo identifico con el intento, desesperado e inútil, de un miedo de hermanarse con otro miedo como si ambos pudieran ser uno y las almas permeables en lugar de aquella ciudadela fortificada cuyos muros nadie puede franquear ni en un sentido ni en el contrario. Ese es el motivo por el que el amor tiene siempre ese aire de persecución de un imposible y por naturaleza es  trágico o apenas es. Solo puedo entenderlo como una especie de desconcierto compartido, mirar dos seres en una misma dirección y no ver apenas nada ni saber adónde ir e ir convirtiéndose, tras la telaraña que filtra la mirada, el mundo en laberinto. Se requieren dos seres perdidos, dos extravíos que en la oscuridad se rocen y se alejen y vuelvan a chocar. Han de temblar de algún modo las manos que se enlazan.

Los tiempos del miedo son siempre los del amor.

Roto el corazón, todo el amor se desborda.

¿Habéis leído La mala luz? ¿Os ha gustado? ¿Conocíais a Castán por sus relatos? Como siempre, los comentarios son más que bienvenidos.



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