La importancia de las primeras frases

En el último reto, en la categoría sobre novelas con un mal título, LV comentó que él no se fijaba mucho en los títulos, pero sí en la primera frase. ¡Qué importantes, los arranques! Y me acordé del comienzo de Firmin, de Sam Savage (me pareció tan brillante en su día que, ¡oh, milagro!, aún lo recuerdo). Y, como resume muy bien mi idea sobre un comienzo de novela redondo (aunque no es mi comienzo de novela favorito, que conste), os lo copio, para que lo disfrutéis…

Siempre imaginé que la crónica de mi vida, si acaso alguna vez llegaba a escribirla, tendría una primera frase excelente: algo lírico, como «Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas», de Nabokov; y, si no me salía nada lírico, algo arrollador, como «Todas las familias felices se asemejan, pero cada familia desdichada es desdichada a su manera», de Tolstói. La gente recuerda estas palabras incluso cuando ya ha olvidado todo lo demás que hay en el libro. En lo tocante a frases de apertura, la mejor, a mi modo de ver, es el comienzo de El buen soldado, de Ford Madox Ford: «Este es el relato más triste que nunca he oído». Docenas de veces lo habré leído, y sigue dejándome patidifuso. Ford Madox Ford era uno de los Grandes.

En toda una vida de esfuerzos por escribir, con nada he luchado más varonilmente —sí, esa es la palabra, varonilmente— que con las aperturas. Siempre me ha parecido que si esa parte me salía bien el resto seguiría de modo automático. Concebía la primera frase como una especie de útero semántico repleto de atareados embriones de páginas sin escribir, resplandecientes pepitas de genio, ansiosas de nacer. De ese gran recipiente fluiría, por así decirlo, el relato completo. ¡Qué desilusión! Ocurrió exactamente lo contrario. Y no es porque escaseen las buenas frases de arranque. Deléitese usted en esta, por ejemplo: «Cuando sonó el teléfono, a las tres de la madrugada, Morris Monk supo antes de levantar el aparato que la llamada era de una dama, y algo más: que decir damas es decir problemas». O esta: «Poco antes de que lo descuartizaran los sádicos soldados de Gamel, el coronel Benchley tuvo un vislumbre de la blanca casita de campo del Schropshire, con la señora Benchley a la puerta, y los niños». O esta: «París, Londres, Djibuti, todo le parecía irreal ahora, sentado entre las ruinas de otra cena más de Acción de Gracias, con su madre y su padre y el idiota de Charles». ¿Quién puede permanecer insensible ante unas frases así? Tan preñadas están de significado, tan, oso decirlo, tan a punto de reventar de significado, que es como si las hincharan los capítulos enteros sin escribir que llevan dentro: sin escribir, aunque ya presentes.

Firmin de Sam Savage