Perdonad que dedique esta entrada a algo ajeno a los temas que trato habitualmente en el blog. Hoy me voy a permitir hablar de una serie que me fascina (mi favorita desde que la descubrí, cuando justo habían empezado a emitir la primera temporada) y que, para cuando leáis esto, en Estados Unidos ya habrá terminado (y yo estaré a punto de ver el último capítulo con una tristeza absoluta). Me refiero a Mad Men.
Sus detractores dicen que es lenta, que nunca pasa nada. Eso es no entender la serie. En Mad Men pasa de todo, porque pasa la vida en sí. Y las cosas pasan como en la vida, sin que nos demos cuenta muchas veces. Y todos los personajes intentarán buscar su espacio y, sobre todo, su identidad, encabezados por Don Draper, el protagonista absoluto de ese universo que forma esa agencia de publicidad de la que no puedo dar el nombre porque cambia de temporada en temporada. Y tratarán de solucionar sus problemas y poner en orden (o desorden) sus vidas mientras el mundo a su alrededor cambia a un ritmo frenético.
Pero ya no habrá más Don, Betty, Peggy, Sterling, Joan, Peter, Sally y el resto de personajes. Se acabó. No sé qué ocurrirá en el último capítulo (el penúltimo ya me dejó muy tocada), pero no quiero que nadie me lo estropee (no voy a entrar en redes sociales hasta que no haya visto el final, por si acaso alguien me lo destroza). Pero sé que, suceda lo que suceda en el último capítulo, me voy a quedar un poco (bastante) huérfana de series. Además, le he cogido cariño a toda esta tropa.
Soy muy fan de Don Draper, el hombre más elegante, carismático, inteligente y perdido del mundo. Siempre digo lo mismo de él: es todo lo que yo no quiero en un hombre, pero me fascina. No puedo evitarlo. De cama en cama, de whisky en whisky y de idea brillante en idea brillante («Lo que llamas amor lo inventamos tipos como yo para vender medias»; «La publicidad se basa en una cosa, la felicidad. Y, ¿sabes lo que es la felicidad? La felicidad es el olor de un coche nuevo. Es ser libre de las ataduras del miedo. Es una valla en un lado de la carretera que te dice que lo que estás haciendo lo estás haciendo bien»). Y siete temporadas después, sigue buscando su hueco.
Y, a pesar de que la gente la odia, soy una gran defensora de Betty. Quizá porque yo misma soy muy Betty para ciertas cosas. Tengo la sensación de que la entiendo. Sé que no siempre actúa bien, pero hay que quererla. Y yo quiero absolutamente todos sus camisones, batas y saltos de cama de las primeras temporadas. Me rechiflan. Quiero todos, en serio. (De hecho, Mad Men ha marcado estilo todos estos años: ha habido colecciones de moda enteras dedicadas a la serie y ediciones especiales de líneas de maquillaje, de Estée Lauder, por ejemplo, inspiradas en las protagonistas. A mí me resulta lógico, van tan monas ellas).
No soporto a Peggy. Nunca lo he hecho. Pero valoro lo que ha conseguido. No sé qué habrá pasado con ella en el último capítulo, pero, aun así, mi memoria se va a quedar con su entrada triunfal en McCann. Se ha hecho a sí misma. Se lo ha ganado. Y la que me ha ganado a mí y ahora es de mis favoritas es Joan. Me encanta Joan. Es, sin duda, la tía con más personalidad de la serie. Y la gran decepción, para mí, ha sido Megan. Con lo mona que era… Quienes hayáis visto la serie, ¿la recordáis cantando el «Zou, bisou, bisou»? ¡La cara de Don en aquel momento es mítica!
Echaré de menos las locuras de Sterling (me parece un hombre descacharrante, en serio) y también las de Cooper. Al que no echaré de menos, porque no puedo decir absolutamente nada bueno de él, es a Pete Campbell. Qué asco de tío, qué trepa, qué lerdo…
Y, aunque, obviamente, me dejo a un montón de personajes en el camino (¡el universo Mad Men es muy extenso!), siento que le debo una última mención a Sally. La niña Draper, como la llamamos nosotros. Soy del team Sally hasta el final. La hemos visto crecer (literalmente) y me encanta en lo que se ha convertido. Soy muy muy fan de Sally. Qué pena no llegar a verla como la gran mujer que va a ser.
Lo dejo aquí. Solo os digo a los que no hayáis visto la serie que me dais mucha envidia, porque aún tenéis la oportunidad de ver esta maravilla por primera vez. Aún podéis sorprenderos con sus brillantes diálogos, reíros en los capítulos más locos, llorar en los tristes y, sobre todo, aprender un montón, porque Mad Men está llena de sabiduría. En serio, vedla. Y tened paciencia, que los primeros capítulos se hacen cuesta arriba. Ahora, cuando ya estás dentro… cuesta salir de Madison Avenue. Pero dadle una oportunidad a Don. No os va a defraudar.