Annie Ernaux: ‘Memoria de chica’

Que al acabar un libro lo primero que pienses sea «Tengo que leer todo lo que haya publicado de esta autora» creo que dice mucho de él. Y eso es justo lo que me pasó con Memoria de chica, de Annie Ernaux.

'Memoria de chica'

‘Memoria de chica’

«He querido olvidar a aquella chica. Olvidarla de verdad, es decir, no querer escribir más sobre ella. No pensar más que debo escribir sobre ella, sobre su deseo, su locura, su estupidez y su orgullo, su hambre y su sangre cortada. Nunca lo he conseguido».

En Memoria de chica, Annie Ernaux se sumerge en el verano de 1958, el de su primera noche con un hombre, en la colonia de S, en el Orne. Una noche que le iba a dejar una marca indeleble, que iba a perseguirla durante años. Hasta la valiente decisión de reconstruirla escribiéndola, ayudada por fotografías y cartas recuperadas, sumida en una búsqueda: la de sus antiguos amigos y amigas, la de Él, ese primer hombre, pero sobre todo la de sí misma, aquella Annie del 58 que tanto le cuesta entender a la Annie actual, en un vaivén implacable entre el ayer y el hoy.

Tengo una cierta querencia por la autoficción. No lo puedo evitar. Me atraen mucho las obras en que un autor decide que el narrador y el personaje principal de su novela sean él mismo. Bueno, o ella, como ocurre aquí. Pero en Memoria de chica encontramos un matiz. Aunque la Annie madura escribe (si no recuerdo mal, entre 2013 y 2015) sobre ella misma cuando tenía 18 años, ella no lo percibe así. Y ahí radica el quid de esta novela, que me ha parecido maravillosa y que, os lo tengo que advertir desde ya, me ha dejado muy tocada y pensativa.

La Annie madura no se reconoce en la Annie de 18 años. Le parece otra persona totalmente ajena a ella, de la que, sí, sabe todo (cómo se sentía, por qué hizo las cosas que hizo), pero que no es ella en absoluto. No solo no es ella, sino que, a mi modo de ver, la Annie joven le produce hasta un cierto rechazo, que intenta exorcizar con este texto, probablemente intentando comprenderla para liberarse de su recuerdo.

Hay un juego, por tanto, entre el hoy y el ayer que le proporciona al texto una cierta melancolía. Melancolía que, sin embargo, viene revestida de una prosa tremendamente fría, casi aséptica, quizá en un intento de marcar las distancias con ese verano de 1958 que inició un período de dos años sentimentalmente convulsos en la vida de Annie.

La premisa de la novela me parece de lo más interesante: esa «lucha» interna entre los yoes de distintas épocas, ese intento de reconocimiento inútil, incluso de ¿perdón? por lo vivido. Y me resultó curioso encontrarme justo esto, porque yo llevo un tiempo luchando con(tra) mi yo de otro momento, con el que tampoco me identifico. Y admito que la lectura activó ciertos resortes, sonaron ciertas alarmas y me conmoví mucho. Supongo que tiene más que ver conmigo misma que con la novela en sí, pero tengo que rendirme y admitir que hacía mucho tiempo que un texto no me revolvía tanto por dentro por asuntos personales.

Y ahora, pues con muchas ganas de hacerme con La mujer helada, otra novela de Annie Ernaux también publicada por Cabaret Voltaire y de la que me han dicho que es aún mejor que esta. Va a caer en nada.

¿Habéis leído algo de Ernaux? ¿Os ha gustado? ¿Os apetece hincarle el diente? Tenéis los comentarios para decir lo que os apetezca.