Uno que haya odiado hace años y hoy admira (30 libros)

Pensaba que este iba a ser uno de los títulos que más me iba a costar encontrar, porque, normalmente, si un libro no me ha gustado, no vuelvo a él. Es decir, que no le daría una segunda oportunidad, con lo cual, sería complicado que pasara del «odio» a la «admiración». Pero, claro, tengo ventaja: he tenido que leer muchos libros por obligación; incluso, y aquí viene mi salvación, he tenido que releer muchos libros por obligación. Y en una de estas relecturas obligatorias redescubrí un libro realmente maravilloso: San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno.

San Manuel Bueno, mártir

'San Manuel Bueno, mártir'

Ángela Carballino escribe la historia de don Manuel Bueno, párroco de su pueblecito, Valverde de Lucerna. Múltiples hechos lo muestran como «un santo vivo, de carne y hueso», un dechado de amor a los hombres, especialmente a los más desgraciados, y entregado a «consolar a los amargados y atediados, y ayudar a todos a bien morir». Sin embargo, algunos indicios hacen adivinar a Ángela que algo lo tortura interiormente: su actividad desbordante parece encubrir «una infinita y eterna tristeza que con heroica santidad recataba a los ojos y los oídos de los demás».

Un día, vuelve al pueblecito el hermano de Ángela, Lázaro. De ideas progresistas y anticlericales, comienza por sentir hacia don Manual una animadversión que no tardará en trocarse en la admiración más ferviente al comprobar su vivir abnegado. Pues bien, es precisamente a Lázaro a quien el sacerdote confiará su terrible secreto: no tiene fe, no puede creer en Dios, ni en la resurrección de la carne, pese a su vivísimo anhelo de creer en la eternidad. Y si finge creer ante sus fieles es por mantener en ellos la paz que da la creencia en otra vida, esa esperanza consoladora de la que él carece. Lázaro, que confía el secreto a Ángela, convencido por la actitud de don Manuel, abandona sus anhelos progresistas y, fingiendo convertirse, colabora en la misión del párroco. Y así pasará el tiempo hasta que muere don Manuel, sin recobrar la fe, pero considerado un santo por todos, y sin que nadie, fuera de Lázaro y de Ángela, haya penetrado en su íntima tortura.

Si no recuerdo mal, este libro era una de las asignaturas obligatorias de la asignatura de Literatura en COU. Lo leí y, la verdad, no me gustó mucho. Un libro más, que pasó sin pena ni gloria. De hecho, creo que fue el que menos me gustó de las lecturas obligatorias de aquel año. Confieso que no lo habría vuelto a leer nunca si no lo hubiésemos estudiado de nuevo en 4.º de carrera, en aquella asignatura que, aunque me suena que era Literatura española del siglo XX, bien podría haberse llamado Monográfico sobre Miguel de Unamuno (y lo que me alegro ahora, por cierto, cómo me gusta Unamuno). Bueno, pues, a lo que iba, que me tocó leerlo de nuevo y… es como si hubiese leído otro libro. ¡Qué maravilla!

La historia del cura sin fe me emocionó muchísimo y, desde entonces, vuelvo a él en algunas ocasiones. Incluso regalé el libro una vez a una persona muy especial para mí después de una larga conversación sobre la fe. Es un libro para saborearlo, reposarlo y reflexionarlo… Es de una hondura extraordinaria. Y, como para muestra un botón, os dejo un fragmentito:

Y no me olvidaré jamás del día en que diciéndole yo: «Pero, don Manuel, la verdad, la verdad ante todo», él temblando, me susurró al oído —y eso que estábamos solos en medio del campo—: «¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir de ella». «Y ¿por qué me la deja entrever ahora aquí, como en confesión?», le dije. Y él: «Porque si no me atormentaría tanto, tanto, que acabaría gritándola en medio de la plaza, y eso jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerlos felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarlos. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan. Y esto hace la Iglesia, hacerlos vivir. ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que le han hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío».

Ahora os toca. ¿Qué libro meteríais en esta categoría? Os espero en los comentarios.