Por qué escribir bien
Parece ser que, últimamente, mi vida ha entrado en un bucle continuo del que no puedo salir y soy testigo una y otra vez de la sempiterna discusión entre quienes abogan por escribir bien, de acuerdo con las normas ortográficas y de estilo vigentes, y quienes defienden que ellos escriben como les da la gana, porque les sale así, y aluden a una cierta capacidad de transmisión de sentimientos como argumento principal para perpetrar sus textos. En algunas de esas discusiones he participado muy activamente; a veces, incluso, se me ha inflado la vena del cuello… Y eso, en mí, es muy grave. De ahí que en las últimas ocasiones haya optado por mantenerme al margen y ser una mera convidada de piedra. Pero, por muy calladita que me haya quedado, siento una cierta necesidad de expresar mi opinión sobre el asunto (por si alguien no se ha enterado de qué lado estoy leyendo este párrafo).
Por supuesto, para mí, escribir bien es fundamental. La escritura nos da muchísima libertad para expresar lo que queramos, pero siempre siguiendo unas pocas normas con un claro propósito: entendernos los unos a los otros. Esto es como quien conduce un coche: puede ir a cualquier sitio con él, pero lo hará guardando la velocidad según el tipo de vía, parándose en los semáforos en rojo para no atropellar a los peatones y comportándose con una cierta civilidad para llegar a ese sitio lo antes posible sin sufrir accidentes (y sin que otros los sufran por su culpa). Escribiendo, igual: podemos expresar cualquier idea, pero si aspiramos a que los demás nos lean y nos entiendan, incluso que empaticen con nosotros (esto va, en especial, para quienes dicen que ellos transmiten mejor haciendo todo a su guisa), seguir unas ciertas normas (que, a la hora de la verdad, no son tantas) es imprescindible.
¿Os habéis parado a pensar qué ocurriría si cada uno escribiera como quisiera? Yo creo que sería un ejercicio parecido a leer ciertos sms o los mensajes de los hoygan, indescifrables en muchos casos. O, imaginémonos que cada uno escribe tal como pronuncia. La disparidad de acentos nos llevaría a una variedad interminable de formas de escribir. El resultado, a mi modo de ver, sería catastrófico: la escritura nos separaría en vez de unirnos. En última instancia, no nos entenderíamos. Y lo importante es entenderse…
La grandeza de poder comunicarnos con alguien de Argentina, Venezuela o Cuba… De Canarias, Galicia, Aragón o Toledo… No todo el mundo tiene el privilegio de poder entenderse con un público potencial tan bárbaro, ¿por qué lo desaprovechamos en pos de una personalísima e inútil forma de escribir? Además, ¿estamos realmente pensando en los lectores cuando decidimos escribir como nos viene en gana? La respuesta es no. Si hacemos que nuestros lectores pierdan el tiempo intentando descifrar nuestro párrafo porque, unilateralmente, hemos decidido, por ejemplo, no usar tildes, no estamos ayudando y, a la larga, estamos perdiendo público. Y si perdemos público, nos comunicamos con menos gente; y menos gente nos entiende y empatiza con nosotros… Y esto, sin entrar en otras cuestiones sociológicas, como el rechazo que puede producir leer un texto mal escrito por la relación que establecemos entre faltas de ortografía y gente iletrada (aunque yo aquí no hablo de las personas que no han tenido oportunidad de aprender a escribir bien, sino de las personas dejadas que, pudiendo hacerlo bien, optan por otra cosa). ¿Cuánta gente habrá perdido la oportunidad de acceder a un puesto de trabajo por estar su CV plagado de faltas? ¿Realmente merece la pena esa discutible libertad? Para mí, no. Para mí la libertad es otra cosa. Y yo quiero que mis lectores no tengan que leer mis párrafos ocho veces para ponerlos en contexto; y sobre todo, quiero entenderme con la gente…