Aviso desde el primer momento de que esta entrada no tiene absolutamente nada que ver con los asuntos habituales del blog. Hoy no voy a hablar ni de libros, ni de gerundios, ni de puntos suspensivos… Y, aun así, considero que es una de las más importantes que he publicado. Al menos para mí lo es. Preparaos para leer, por cierto. 😉
Os voy a confesar que he dudado muchísimo de si publicarla o no. Lleva escrita y guardada un montón de tiempo, porque me produce sentimientos encontrados: por un lado, es algo muy personal y, hasta ahora, algo que se quedaba para mí (no veo la necesidad de ir pregonando ciertos aspectos de mi vida, aunque para mí sean de una normalidad absoluta); por otro, considero que dispongo de una plataforma desde la que puedo llegar a mucha gente y es una pena desaprovecharla. Tengo una inmensa suerte con el blog (o yo lo veo así; a muchos las cifras que os voy a dar se os quedarán cortas): últimamente tiene casi mil visitas diarias entre semana y unas 350 los fines de semana (¡me leéis desde el trabajo, malandrines!). Me parece una audiencia lo suficientemente importante como para desaprovechar ciertas oportunidades. Y llegar a tanta gente, en el tema del que os quiero hablar, puede ser muy beneficioso. Que conste que no pretendo evangelizar ni comer el coco a nadie, tan solo contar mi experiencia. Y si consigo que alguien al menos reflexione, el tiempo que estoy dedicando a escribir esto lo daré por bien empleado. Y con que una sola persona se acerque a donar sangre, me doy por satisfecha. Porque, sí, os voy a hablar de donaciones de sangre y de médula ósea.
Hace tiempo que me hice donante de sangre. Mis motivaciones para hacerlo, además de las habituales (supongo), son excesivamente íntimas y se quedan para mí. Pero hay algo que me hace sentirme «obligada» a acercarme al autobús de las donaciones cada cuatro meses (no sé cómo será en otros sitios, pero en Euskadi van con unos autobuses enormes por todos sitios). Que, además, mi grupo sanguíneo sea 0 Rh –, es decir, donante universal, le da un plus a todo este asunto.
Tengo que admitir que, antes de hacerme donante, no tenía ni idea de qué hacían con la sangre que se donaba ni cuánta se necesitaba al día. De ahí que escriba esto, para que todo el mundo sea consciente de la importancia de este gesto. Por ejemplo, en el País Vasco (supongo que será parecido en otras zonas), cada cinco minutos un enfermo necesita sangre y las donaciones altruistas son el único medio para conseguirla (la demanda de sangre es cada vez mayor). Además, y aquí viene lo importante, con cada donación se puede ayudar a tres o cuatro enfermos diferentes (y lo que ello conlleva, porque no solo se ayuda al enfermo, sino también a toda la gente que tiene alrededor: familia, amigos, etc.).
El proceso en sí es muy sencillo y prácticamente indoloro (a quienes os den respeto las agujas, tened en cuenta que esto os lo dice la persona con el umbral del dolor más bajo del mundo y la quejica número uno para estas cosas). Hay que ir desayunado (de hecho, si no se ha ingerido nada en las horas anteriores, te aconsejan tomar líquido y comida antes de donar). El pinchazo no duele, están pendientes de ti en todo momento y mi experiencia siempre ha sido muy positiva (en la última donación, había un chico donando a mi lado que no hacía más que contar chistes, estábamos todos muertos de la risa). Después de donar, líquido, comida y tomarse el resto del día con calma. Sí que puede que se sienta el cuerpo un poco más cansado de lo habitual (en el fondo, te crean una pequeña anemia) y recomiendan no conducir ni hacer ejercicio. Pero al día siguiente, todos como nuevos…
Se puede donar sangre cada tres meses más o menos. Los hombres pueden hacerlo cuatro veces al año y las mujeres, tres (podemos donar menos por las menstruaciones). No cuesta nada y, además, al de unos días te mandan los resultados de los análisis (así que es un chequeo de salud también: todo ventajas).
El asunto de la donación de médula ósea (o, según el nombre oficial, de progenitores hematopoyéticos) es un poco más complejo, pero igualmente muy necesario. Me costó más dar este paso: me rondaba la idea por la cabeza y alguna vez me había metido en la página de la Fundación Josep Carreras para conseguir información, pero tomé la decisión final cuando, por desgracia, le diagnosticaron una leucemia al chiquitín de tres años de unos amigos. Se me cae el alma a los pies cada vez que pienso en lo que está viviendo ese niño rubito de ojos enormes. O cuando pienso en sus padres. Y fue enterarme de todo esto e informarme, entonces ya muy en serio, de qué suponía hacerse donante. Y llamé, concerté una cita en el hospital y lo hice.
El proceso es distinto, porque, realmente, no donas médula cuando vas al hospital. Lo único que hacen es sacarte una muestra de sangre con la que hacen tu tipaje. Y se firma el consentimiento para que te metan en una base de datos mundial de donantes de médula. Sí, mundial. Encontrar una médula compatible es tan sumamente complejo que se cotejan los datos de todos los donantes del mundo a ver si hay suerte. En este momento hay 22 millones de personas metidas en esa base de datos. Puede parecer mucho, pero no lo es. Cuantos más seamos, más probabilidades de encontrar una médula compatible y, muy importante, más se acortan los tiempos de espera. Y es que las leucemias siguen avanzando, no paran por el mero hecho de que nosotros estemos buscando un donante compatible. Y el tiempo, en muchos casos, puede ser crucial. Os doy un dato que a mí me hizo reflexionar: el 75 % de los pacientes que necesitan un trasplante de médula no encuentra ningún donante en su entorno familiar y debe acudir a estos registros internacionales. La compatibilidad… más difícil que hallar una aguja en un pajar. Pero no es imposible. Y, cuanta más gente done, menos imposible aún.
No me voy a enrollar más con este tema. Hay páginas, como la de la Fundación Josep Carreras, que lo explican todo muy bien (os recomiendo ver el vídeo informativo) y, además, si os animáis a acudir a vuestro hospital más cercano a tener una entrevista, os lo van a contar todo muchísimo mejor que yo: qué pasa con el paciente, con el donante, tipos de donación, etc. Solo voy a mencionar algo que me recalcaron mucho en mi propia entrevista: para el programa, la seguridad del donante es lo más importante (si los donantes sufrieran, todo el programa de donación no tendría sentido). Y sí es cierto que, en el caso de que te llamen porque alguien te necesita, el proceso puede ser un poquito complejo como para explicarlo en esta entrada, así que no me voy a enrollar más, tenéis información muy clara en los enlaces que os he puesto.
Muchas veces, quienes gozamos de buena salud no somos del todo conscientes de lo afortunados que somos. Parece que es algo que damos por sentado y que solo nos percatamos del regalo que se nos ha hecho cuando vemos que falta a nuestro alrededor (o en nosotros mismos). Yo tengo buena salud y puedo mejorar la vida de otros compartiendo algo que para mí apenas supone esfuerzo, pero que para quien no lo tiene puede suponer la vida entera. Creo que es casi de recibo el gesto de ir a donar. Además, nadie está a salvo, todos somos vulnerables, todos podemos necesitar una transfusión de sangre o a todos nos pueden diagnosticar una leucemia. Es así. A mí me gustaría mucho poder encontrar un donante si algún familiar mío directo estuviera pasándolo mal. Y, si me gustaría encontrarlo para mí, ¿por qué no voy a facilitar que otros lo encuentren? De verdad que me parece casi una cuestión de justicia. Pero comprendo que haya gente a la que estos procesos le asusten. O que no pueda ser donante (hay muchas personas que no pueden hacerlo). Aun así, solo con el mero hecho de informarnos creo que ya estamos haciendo mucho bien, porque podemos pasar la información. Y, quizá, pasando la información, alguien que no se lo había planteado, lo haga y done sangre o entre en el registro de donantes de médula. Ese es el propósito de esta entrada. Corred la voz. Y, si os veis con ganas, al menos conseguid información. Y, si ya donáis, pues muchas gracias; es todo lo que se me ocurre decir: ¡gracias!