El libro que mejor (crees que) te representa (‘bonus’ 30 libros)
Hoy acabamos el reto: esta es la última categoría. Es una especie de bonus que me propuso LV y, aunque me pareció complicada (o precisamente por ello), aquí me tenéis, con el libro que mejor (creo que) me representa… Bueno, no. Imposible hablar únicamente de un libro hoy… Voy a citar unos cuantos, cada uno por una razón. Sí, sé que es trampa, pero hacer un día 31 tampoco es muy ortodoxo, así que…
En las cuatro semanas que he estado dándole vueltas a esto (que se dice pronto), han pasado un montón de títulos por mi cabeza. Incluso he preguntado a mis más allegados y, sinceramente, nadie ha sabido dar con un libro en el que me pudiera ver retratada. Y yo, cómo no, vuelvo a mis libros de siempre. Quería ser un poco original, pero… Al final los libros fetiche de cada uno lo son por alguna razón… Así que os voy a hablar de un batiburrillo de títulos; os voy a ir contando cuál ha sido mi lógica para descartarlos o elegirlos… Y, con ello, supongo, podréis haceros un poquito más de idea, quizá, de la persona que soy y del momento vital en el que me encuentro ahora mismo (justo en el día que estreno los 36). ¡Preparaos para leer, que la entrada es larga!
Lo primero que se me ocurrió fue buscar un personaje con el que me identificara. Tarea realmente complicada. A ver, yo tengo mis personajes favoritos, aquellos por los que siento una simpatía (o empatía) especial, que me producen ternura y tengo la sensación de que los comprendo. Hasta me entran ganas de cuidarlos. Me pasa con Holden Caulfield (El guardián entre el centeno), por ejemplo. O con Cécile, la protagonista de otra de «mis» novelas, Buenos días, tristeza; pero, por mucha empatía que sienta por Cécile, yo no me identifico con ella: yo la comprendo y la acompaño en su dolor, pero Cécile no me representa. Porque yo no soy la pija, superficial y egoísta Cécile, aunque podría, a pesar de todo, ser su mejor amiga (o ella ser la mía, más bien; en el fondo, es buena chica). Y he ido repasando mentalmente los personajes de todos los libros con los que guardo una relación especial (porque, si hay algo parecido a mí en alguna historia, seguro que tengo una relación especial con ese libro) y, sinceramente, me cuesta mucho encontrar uno con el que me identifique y que crea que me puede representar. Pero, entonces, hace apenas unos días, me acordé de un libro y de su protagonista… Ya he hablado (mucho) de este libro en el blog, así que no va a suponer ninguna sorpresa: me refiero a Un matrimonio feliz, de Rafael Yglesias.
Que conste que si escojo este libro es por su protagonista femenina: Margaret. No me siento identificada con ella al cien por cien (quizá ni siquiera al cincuenta por ciento), pero me pasó algo curioso al leer este libro que, aunque ya lo he contado varias veces, repito, por si hay nuevos lectores: tuve la sensación, más de una vez, de que Yglesias se había metido en mi cabeza para elegir las palabras de Margaret. No siempre, claro, pero sí en varias partes del libro (sobre todo en una). Y hay una frase que tengo grabada en mi mente, porque tengo la sensación de que no salió de Margaret, sino directamente de mí. Yo me veo diciendo las mismas cosas que Margaret. ¿Y cómo es Margaret? Pues me resulta francamente complicado describirla; además, que piense como ella en algunos fragmentos no me convierte en ella. Eso sí, compartimos incluso algunos rasgos físicos: por ejemplo, las dos tenemos ojos azules. Pero creo que ahí acaban las coincidencias (y, en parte, ¡menos mal!, porque, para quienes no conozcáis la novela, Margaret está muy enferma). ¡Ah! Y yo no sé si podría ser tan benévola como Margaret con Enrique ante ciertos hechos (quizá por mi propia historia personal): creo que ella es la gran heroína de esta novela, la más valiente, la más decidida y, sobre todo, la más generosa a la hora de darse a sí misma; ella es la artífice de esa relación, desde que se conocen prácticamente hasta el final, y es ella la que consigue que el matrimonio dure (no le quito su cierto mérito a él, pero yo creo que ella lucha mucho más desde el principio). Y aquí es cuando me pregunto a mí misma si yo coincido en eso con Margaret. ¿Soy luchadora? Sí lo soy (no tiro la toalla con facilidad y eso me hace vivir situaciones totalmente surrealistas a veces).
Así que, vale, tengo un personaje con el que me puedo sentir algo identificada. ¿Me representa ese libro? No… Es muy obvio que no. Así que, toca seguir buscando. Y parece que seguir por la vía de los personajes no me hace llegar a buen puerto. Bien, escojamos otro camino. Veamos, directamente, mis libros favoritos.
¿Cómo puedo elegir favoritos entre los libros? ¡Qué difícil! Depende de tantas cosas. Aun así, yo siempre digo que, si solo pudiera quedarme con un libro para lo que me resta de vida, elegiría Cien años de soledad. Me parece una novela redonda. Es perfecta desde su mítico comienzo, hasta ese final que deja sin palabras. Y, sinceramente, le tendríamos que dar las gracias a Gabo por haberse sacado de la chistera a Melquíades, uno de los mejores personajes de la historia de la literatura. Pero ¿tiene Cien años de soledad algo que ver conmigo? La respuesta es no. Por mucho que me guste la novela, por maravillosa que me parezca, no tiene absolutamente nada que ver conmigo. Parece que la vía de los libros favoritos tampoco da frutos…
Y entonces empecé a razonar al revés. En vez de buscar entre mis libros, me propuse ver a qué elementos de mi vida doy importancia ahora mismo e intentar descubrir esos elementos en un libro. Y, bueno, aquí sí ha habido resultados. Mi libro es Brooklyn follies de Paul Auster.
Otro libro del que he hablado hasta la saciedad (en serio, siento no estar aportando títulos nuevos, pero, como ya he dicho, los libros fetiche lo son por algo). ¿Por qué Brooklyn follies? Porque mi vida creo que va en paralelo a la de Nathan, su protagonista; no literalmente, claro, pero sí de manera metafórica. Porque resulta que yo tenía una vida. Que era buena, mala o regular, da igual. Era mi vida. Y de repente me la arrebataron. O así lo viví yo. Y solo me quedaba aislarme aún más (tiendo al aislamiento cuando estoy triste y yo llevaba ya un tiempo mal): entrar en mi pequeño mundo, no permitir que nadie entrara en él y seguir sobreviviendo por inercia. Pero, cuando tienes a tu lado a personas que te quieren, no permiten que eso ocurra: te cogen de la mano, te acompañan en tu dolor y, cuando te ven un poco más fuerte, te devuelven al mundo. La gente que nos rodea es lo que nos da la vida. Y la felicidad. Y esa es, precisamente, la tesis de Brooklyn follies: una novela optimista sobre el valor de unirse a gente que nos aporte, que nos valore, que nos haga reír, que nos quiera… Una novela sobre perseguir los sueños, sobre la importancia de la amistad, sobre el amor… Y es que mi vida se convirtió en una especie de Brooklyn de repente. Se llenó de gente de nuevo. Los que habían estado siempre y sumaban se hicieron aún más presentes; quienes restaban desaparecieron. Y llegaron muchas personas a mi vida. Gente importante ahora mismo. Me siento muy afortunada en este momento, porque soy muy consciente de que estoy rodeada de gente que me quiere. Lo dije el otro día: me hacen la vida mucho más fácil. Y, para quien se lo pregunte, soy mucho más feliz ahora que antes en aquella vida que me arrebataron de la noche a la mañana. Quizá en aquel momento no lo entendí, pero ahora me alegro de que ciertas locuras no perduraran más aún en el tiempo, sobre todo porque tengo el total convencimiento de que lo que está por llegar va a ser muchísimo mejor de lo que me podía siquiera imaginar: quiero pensar que voy a ser muy feliz. Nathan encontró su felicidad en las personas a las que se unió en Brooklyn tras su bajada a los infiernos; yo tuve que vivir un desamor (dos, más bien, muy seguidos) para darme cuenta de lo que valía la pena y empezar a valorarme más a mí misma (que igual no es muy políticamente correcto que lo diga, pero soy una tía de puta madre; me permito decir estas cosas porque es mi día, que conste). ¡Ah! Y una consideración final sobre esta novela para los muy cotillas o quienes conocen la historia entera: la última vez que hablé de ella comenté que, en ese momento, esta novela me dolía un poco por razones muy personales. Bueno, pues ya no duele. Nada además. De hecho, me empieza a asustar mi indiferencia hacia esto y hacia ciertas personas. Pero decidí que en mi vida solo se quedaba la gente que sumaba… y él solo restaba (y se llevaba toda mi energía). A veces hay que hacer limpieza. Mejor así. Y, definitivamente, elijo Brooklyn follies como novela que representa mi vida (y mi filosofía de vida) actual.
Y esta entrada se iba a quedar así. Pero la vida es caprichosa a veces y, justo este fin de semana, me ha pasado algo que hace que haya decidido añadir otro título. Este sí que es nuevo… Me refiero a Siete años, un martes y un septiembre, de Julio Oliva. Es curioso, tanto tiempo pensando en libros que me pudieran representar y me llega este título, en plan encargo urgente de trabajo (buena forma de pasar mi fin de semana), y me he encontrado con cosas que me han dejado muy tocada, porque están muy íntimamente relacionadas conmigo. No os voy a copiar ninguna sinopsis, porque hablaré de él en una reseña en condiciones pronto. Un pequeño apunte: jamás había llorado con ningún texto en el que estuviera trabajando… hasta este libro. Como una magdalena el otro día, qué barbaridad. Y es que mis deseos más íntimos y profundos se explicitan mucho y me emocionó. Y, como además, lo reconozco, le doy muchas vueltas a la cabeza los días anteriores a mi cumpleaños (en plan valoración, como hace la gente en Año Nuevo) y me pongo tontorrona, pues me ha tocado aún más. ¿Me representa? Sí. Porque me he encontrado explicada, de forma muy poética, la única forma en que concibo que se debe amar (y cómo me gustaría que me amaran). Pero no ha sido un zarandeo que me haya hecho hundirme en la miseria, todo lo contrario: me ha emocionado porque cada vez tengo las cosas más claras y cada vez tengo menos miedo. Y eso es todo un paso.
Pues, después de mi perorata (no sé cómo he podido explayarme tanto, lo siento), os toca. Me encantaría que comentarais, dejarais vuestros títulos y, a poder ser, una pequeña explicación de por qué los elegís. ¡Me gustaría saber mucho más de vosotros! ¡Ah! Y le he pedido un favor especial a alguien, pero era complicado y no sé si lo logrará (si lo hace, lo veréis todo en los comentarios). Y nada más. Bueno, sí, que no sé cuándo podré moderar hoy comentarios, pero os leo de todas formas (hasta que me lo permita la batería del móvil al menos: no confío nada en ella; espero que no me deje tirada). ¡¡Gracias!! Y, ahora sí, doy por acabado el reto…
Saludos:
Un buen paréntesis sienta bien.
Al igual que con los chistes, que a uno le vienen a la cabeza después de haberse ido los amigos de la reunión, me ha ido sucediendo con esto de elegir el libro de cada propuesta: ahora sí que me acuerdo de uno que me hizo llorar, ahora sí que me acuerdo de uno que… etc.
Y con el último del reto, no iba a ser menos.
Llevo toda la semana viajando con la imaginación para ser Simbad, siendo obstinado en el asunto que tengo entre manos para ser El asedio, siendo un déspota para ser El otoño del patriarca y, en general, intentando hacer cualquier cosa que haga de manera novelesca para ser lo que sea, lo que sea, menos el libro que tengo continuamente en la cabeza:
Pero el libro que a día de hoy me representa es Tus zonas erróneas, de Dyer.
Después del traqueteo de los últimos viajes del tren, los tornillos se han ido aflojando, las tablas desencajándose y los ejes oxidándose. Entonces hay que entrar en el taller a mirarse con reposo.
Y cómo Tus zonas erróneas es el libro el que elegí para esta tarea, pues es este libro al que me estoy pareciendo en estos momentos. No sé, ni tampoco sería justo quizás, mirar con más amplitud a sueños pasados.
Sobrevivir, prosáicamente, como se pueda, es a lo que dedico mis días en estos tiempos tan difíciles.
Entonces, el libro que me representa tiene que ser el que me está ayudando a mirar las cosas de otra manera e intentar salir adelante. Y bien que lo consigue. Otro año, cuando las cosas estén mejor ya seré un pirata cojo con pata de palo, o lo que se presente (aquí viene un guiño sonriente de esos que pone Mónica, pero no sé como se hacen).
Tus zonas erróneas, Waine W. Dyer.
Jose.