Marina Keegan: ‘Lo contrario de la soledad’
Vaya por delante que no suelo leer este tipo de libros. Pero me decidí por dos motivos. El primero: estando en una librería con Ainize Salaberri, directora de Granite & Rainbow, me dijo que el libro le llamaba la atención (y me fío muchísimo de su olfato). Segundo: alguien en mi Twitter (a quien no conozco, la verdad), empezó a poner fragmentos y tengo que reconocer que me gustaron mucho. Así que la decisión estaba tomada: iba a leer Lo contrario de la soledad, de Marina Keegan.
La celebridad de Marina Keegan iba en aumento cuando, en mayo de 2012, se graduó magna cum laude en Yale. Una obra de teatro suya iba a estrenarse en el International Fringe Festival de Nueva York, y tenía un trabajo esperándola en la revista The New Yorker. Sin embargo, cinco días después de graduarse, Marina murió trágicamente en un accidente de coche. Mientras su familia, amigos y compañeros, rotos de dolor, se reunían para celebrar su funeral, el último artículo que escribió para el Yale Daily News, el inolvidable «Lo contrario de la soledad», se hizo viral y recibió casi un millón y medio de visitas.
A pesar de que solo tenía veintidós años cuando murió, Marina dejó un valioso tesoro en forma de prosa que, como en su artículo de cabecera, refleja las esperanzas, las incertidumbres y las posibilidades de su generación. Lo contrario de la soledad es un compendio de los artículos y relatos de Marina que expresa la lucha universal a la que todos nos enfrentamos cuando nos planteamos cuáles son nuestras aspiraciones y cómo encauzar nuestro talento para provocar un impacto en el resto del mundo.
Si habéis leído la sinopsis que os he copiado, ya os habréis enterado de que Marina Keegan murió con 22 años justo después de graduarse. Os aseguro que, aunque tiene su aquel, por ejemplo, en el texto que da título al libro, todo se olvida cuando estás con sus relatos o artículos. Pero, prefiero ir por partes y explicaros qué os vais a encontrar en el volumen de Lo contrario de la soledad.
En primer lugar, hay una introducción bastante interesante escrita por Anne Fadiman, profesora en Yale de Keegan y una de las recopiladoras de los cuentos y artículos que aparecen en el libro. Y digo que tiene su interés porque, además de acercarnos a la figura de Keegan como persona, hace un recorrido por su escritura. Nos cuenta qué pretendía Keegan con sus artículos, cómo decidió ser escritora, qué vicios veía en sus textos y cómo quería solventarlos… Nos habla de la personalidad (probablemente arrolladora) de Keegan, de cómo la veían sus compañeros, del impacto que tuvo en ellos su muerte. Para ser una introducción, de esas que reconozco que me suelo saltar, esta se lee con ganas.
Después, además de los agradecimientos, el artículo más famoso de Marina Keegan: «Lo contrario de la soledad». En él y en lo que dice sí que su muerte planea todo el tiempo. Por frases como estas:
Pero que nadie se confunda: los mejores años de nuestras vidas no los hemos dejado ya atrás. […] Tengo pensado divertirme cuando me haga mayor.
Somos muy jóvenes. Somos tan jóvenes. Tenemos veintidós años. Tenemos mucho tiempo por delante.
Vamos a hacer que pase algo en el mundo.
Desde luego, en mi opinión, el texto más ñoño, moñas y tonto del libro (aunque reconozco que el concepto de qué es «lo contrario de la soledad» me gustó mucho). Y, pasado el momento tristón, viene lo mejor del libro: los relatos y los artículos de Marina Keegan.
Efectivamente, el libro se divide en dos. Por un lado, los textos de ficción; por otro, los de no ficción. Para mí, mucho más interesantes los primeros (aunque uno de los artículos, el de por qué el 25 % de los estudiantes de Yale acaba trabajando en consultoría en vez de hacer algo productivo, lo voy a sacar a colación en la próxima cena con algunos de mis amigos). Son relatos frescos, emotivos, vibrantes, inteligentes, directos, divertidos… No le da miedo ningún tema, si bien se nota su juventud y es palpable que ella intenta conectar con la gente de su generación (y me apuesto lo que sea a que lo consigue). Pero no es un demérito, o al menos para mí no lo es. Marina Keegan tenía una extraordinaria capacidad para observar su entorno, identificar los problemas, poner el dedo en la llaga, describir a sus iguales y sus relaciones, cuestionarse el mundo, cuestionarse a sí misma y su futuro… Y encima escribía extraordinariamente bien. ¿Se le puede pedir más? Creo que, a su manera, y solo con este legado, consiguió un poquito de aquello a lo que ella aspiraba: hacer que pasara algo en el mundo.
Al acabar de leer el libro te quedas con la idea de que la vida te ha hecho perderte algo. Probablemente, a una escritora interesante. ¿Qué habría escrito Marina Keegan con treinta, cuarenta, cincuenta u ochenta años? ¿Cómo sería una novela de Keegan? No lo podemos saber, pero sí podemos disfrutar de este pedacito de su obra que, por cierto, está agotado (aunque Alpha Decay nos dijo por Twitter el otro día que lanzan una segunda edición esta misma semana). Por si a alguien le interesa…
No tenemos una palabra que designe lo contrario de la soledad, pero, si la hubiera, definiría lo que yo quiero en la vida.
A mí me pasó exactamente lo contrario. Mientras leía, no podía dejar de pensar que la autora era una chica de 22 que había muerto.