José M. Campos: ‘Lo que yo quería deciros’
Quería haber publicado esta reseña antes, pero llevo un par de semanas superliada de trabajo y no he podido escribirla hasta ahora. Como con todo, más vale tarde que nunca, así que hablemos de lo que nos cuenta José M. Campos en Lo que yo quería deciros, un librito que sorprende.
Yo la quería y, a veces, ella me clavaba el codo en las costillas para asegurarse su parcela del perímetro conyugal. Otras, yo le metía traicioneramente el dedo por el culo para que se apartara de un respingo. La mayor parte de las veces, ella se salía con la suya agarrándome fuerte de la tetilla o plantándome sus pies helados en la espalda. Aunque casi siempre yo me reservaba una estratagema: poner cara de pena y, al rato, arrearle un buen mordisco.
Probablemente, la primera sorpresa sea el texto de la contra (no voy a negar que me reí al leerlo). Que conste que no es una sinopsis; es otra historia más de las que componen el libro. Porque el libro es, precisamente, una colección de historias o apuntes o no sé muy bien qué nombre utilizar, con un cierto hilo conductor: su narrador. La sensación que da es la de estar leyendo un blog personal: cada historia constituiría una entrada independiente dentro de ese hilo conductor que son las vivencias y las reflexiones del narrador. Porque Lo que yo quería deciros son las anécdotas, preocupaciones y pensamientos del narrador.
Con un lenguaje muy llano, directo y extremadamente sencillo (aunque, me temo, este es uno de esos casos en que hay mucho más trabajo detrás del que pueda parecer cuando se lee; de todas formas, la edición es regulera y necesita corrección), en ocasiones poético y en ocasiones soez, se van desgranando una serie de temas que, por universales, acaban por tocarnos (o, al menos a mí, algunos de los capítulos realmente me conmovieron). Es un libro sensible (aunque no sensiblero, todo lo contrario, a pesar de lo que pueda parecer por los textos que he seleccionado a continuación), que apela a nuestras propias experiencias y sentimientos.
Y ¿sobre qué habla este narrador? Toca muchos temas, como es lógico cuando el leitmotiv es la vida en sí. Por ejemplo, tenemos fragmentos sobre la soledad:
Qué solos estamos.
Y vale, sí: encuentras gente con la que compartir una larga conversación junto al radiador, un paseo bajo la lluvia, impresiones acerca de la última película de ese director surcoreano de nombre impronunciable, confidencias, un porrete, un helado de vainilla, la vida entera.
Pero en serio: qué solos estamos.
Sobre lo difícil que es encontrar el amor:
Coincidir, eso es lo más difícil, una utopía transpersonal, una afrenta en toda regla a la arbitrariedad del amor, el tiempo y el espacio.
Y es que a ver: tan solo somos moléculas, insignificantes reacciones químicas flotando a la deriva en un universo inabarcable. ¿Cómo podemos, entonces, albergar la más mínima esperanza de encontrar ese compañero de fatigas, esa piel que se toque con nuestra piel sin producir alergias, respingos ni cualquier otra contrariedad epidérmica; ese espíritu análogo, esa bala perdida, esa soledad poblada de demonios que, en lugar de enfurecer a los nuestros, se siente tranquilamente con ellos a tomar café y a hablar de lo caro que está todo?
Por favor, contemplad las estrellas. Es tan difícil coincidir, casi jodidamente imposible.
Pero ojalá tengáis suerte.
El resto es automático.
Sobre lo difícil que es el amor en sí:
Es muy putas el amor, la verdad.
Sobre encuentros y desencuentros:
Y que jamás tendremos ni puta idea de por qué sucede esto. Que parecemos condenados a encontrarnos y desencontrarnos todo el tiempo. Que a veces necesitamos gritarnos, abandonarnos y herirnos de muerte para recordar cómo era eso de querernos. Que cualquier noche, cuando nos acurruquemos en la cama, quizá ya no haya mañana. Que ojalá haber sentido mucho antes el calor de tu cuerpo. Que esto siempre acaba resultando una movida complicadísima. Que puede que no convenga pensar demasiado en ello.
Porque esto, sencillamente, es lo único que tenemos.
Sobre la rutina en las relaciones:
Pero poco a poco llegó la rutina: esos besos de medio lado, apresurados; esos desayunos en silencio, como si ya se hubieran acabado las palabras; esos polvos un poco mecánicos, gimnásticos, feotes; ese estoy aquí pero no estoy, esos reproches, ese déjame en paz; ese quedarse dormido viendo el telediario y despertar a solas en plena noche, despanzurrado en el sofá, con la única compañía de una manta.
Sobre el desamor y la nostalgia por relaciones rotas:
Lo que yo busco ahora es alguien que me eche una manta cuando me quede dormido viendo el telediario.
Sobre la pena:
Y bueno, respecto a la pena, lo primero que hay que decir es que es una auténtica zorra hija de la gran puta.
También hay sitio para la felicidad dentro de una relación amorosa:
Ya no me acuerdo ni de qué te contesté.
Aunque sí de una certeza: vale, podía morirme mañana.
Pero quería pasar el resto de mi vida contigo.
El sexo cómplice:
Y con el paso del tiempo, entendimos que el fin no era tanto poseernos como dilatar eternamente aquel instante, que era nuestro y de nadie más, psicológicamente coherentes, cachondos como solo pueden estarlo los mismísimos dioses.
Pero en fin: también éramos humanos.
De modo que, en algún momento, al final acabábamos por rendirnos el uno al otro, nos comíamos a besos, nos hundíamos en aquella cama como si estuviera hecha de arenas movedizas. […]
Y así acababan nuestros encuentros: muy desnudos y abrazados, tu rostro sobre mi pecho. […]
Yo qué sé: la cosa es quererse mucho.
Hay tiempo, asimismo, para reflexionar sobre la muerte:
Lo que yo quería deciros es lo siguiente: que os vais a morir. […]
Al fin y al cabo, ¿a quién debemos rendir cuentas? ¿A los tiranos? ¿A los jueces? ¿A nuestros maestros y padres? Todos van a morir. ¿A nuestros recuerdos, a nuestros anhelos y carencias? Morirán con nosotros. Y con nosotros, nuestra absurda manía de rendirnos cuentas a nosotros mismos.
Y, sobre todo, en el libro encontramos una invitación: a vivir plenamente. Carpe diem:
Dicho de otro modo: seamos.
Tenemos la coartada perfecta.
Yo me quedo con esto, vivamos. Y disfrutemos. Disfrutemos de la gente que tenemos alrededor y nos quiere. Disfrutemos del amor. Disfrutemos de la vida, en definitiva.
Le dije a la persona que me recomendó este libro que le iba a comentar qué historias eran las que más me habían gustado. Como ya le dije, probablemente las más moñas. Por si le pica la curiosidad, fueron estas: «Estudio empírico» (muy fan de esta historia de «prequierismo»), «Quiero besarte» (pelín triste tener que buscar excusas para darle un beso a la persona que quieres, ¿no?), «En esta vida» (gran verdad, cómo la cagamos a veces), «Todo podía ser cualquier cosa» (qué felices cuando nadie nos ha hecho daño nunca, yo lucho por volver a ese estado), «Lo único que tenemos» (me parece una de las reflexiones más certeras del libro) y, por supuesto, el texto de la contra (la carcajada con el dedo en el culo fue antológica). 😉
Gracias, de nuevo, por la recomendación (obviamente, sabes quién eres y este párrafo va para ti). Y, si lees algo que te guste, sea lo que sea, dímelo; es lo que hacen los prescriptores de libros y ya te dije el otro día que te habías convertido en uno de los míos (porque la música la tenemos un poco olvidada, ¿no?). ¡Gracias, de verdad!
Y, como siempre, los comentarios están abiertos.
¡Me ha encantado la entrada!
Repasaré de nuevo todos los relatos que seleccionas, y es que creo que este pequeño gran libro se puede releer una y otra vez… y seguir aprendiendo un poco con cada lectura.
Respecto a lo de ser prescriptor, creo que tú nos ganas por mucho, tanto por la cantidad de recomendaciones como por el canal por el que las haces (¡gozada de blog!). Así que, muchas gracias a ti.