Adiós, 2015
No sé si seréis muy de recordar y hacer balance de todo lo vivido en el año ahora que está acabando. Yo tengo la (mala) costumbre de hacerlo (y repito en mi cumpleaños). La verdad: aún no sé cómo calificar este año. Probablemente podría decir que mi 2015 ha sido una montaña rusa.
El año pasado por estas fechas pedí ser obscenamente feliz en 2015. Bueno, pues he tenido mis momentos obscenamente felices. Esos no me los quita nadie ya. Para quienes los hayáis compartido conmigo, cómo vamos a olvidar, por ejemplo, mi cumple gitano o la boda secreta… Cuántas risas, ¡cuántas carcajadas!
Pero (¿por qué tiene que haber un pero siempre?), además de las risas, ha habido muchas lágrimas este año. Más de las esperadas y por un motivo que me produjo tanta impotencia que no supe lidiar con ella. Mi hermano ha tenido un problema importante de salud (¡ya está muy bien!) y el que estuviera mal, mi propia preocupación y ver a mi madre destrozada pudieron conmigo. He estado triste, gruñona, borde e insoportable. No aguantaba a nadie y nadie me aguantaba a mí. Y lo peor es que, cuando estoy así, me meto en guerras estúpidas y estériles con quienes tengo cerca. Y mi familia ha soportado (bueno, o no, que dejé de hablar a casi todo el mundo) la peor versión de Mónica posible. No me siento nada orgullosa de cómo me he comportado este año (aunque sigo pensando que tenía razón en todo, nadie me ha demostrado lo contrario todavía: como veis, cabezota, y sintiéndome incomprendida, hasta el final), si bien cedí e hice las paces con todo el mundo.
Pero (otro pero, aunque este es para bien), como soy una tía muy afortunada, he tenido, incluso en esos momentos más complicados, a mis grandes apoyos, que saben cuándo pararme los pies y cuándo darme un abrazo, porque me conocen como nadie. Y, aunque podría mencionar a mucha gente (en serio que me considero muy afortunada), me quedo con una persona, a la que no puedo más que agradecerle que esté siempre: Miren. Es mi Pepito Grillo, pero en tierno y amoroso. Y mi mayor fuente de abrazos ahora que Javier está en China. Con Miren lloro y río casi a la vez (y ella conmigo). Me lee la cartilla cuando me la tiene que leer y es la que más se alegra de las cosas buenas que me pasan. Somos un yin y yang peculiar: yo la calmo, ella me activa. Y me quiere muchísimo. Y yo a ella. Y menos mal que la he tenido muy cerquita este verano y este otoño… porque menudos meses. De julio a noviembre he vivido los días más duros que recuerdo en años. Pero… (¡otro pero!), incluso en la hora más oscura, puede aparecer de pronto la electricidad. Y en mi vida apareció un «¡Eeeeh, rubiaaaa!» (¿te acuerdas, Miren?, ¡lo que nos hemos reído con esto!), una voz (ejem) que me pintó una sonrisa en la cara con rotulador permanente e indeleble (a pesar de todo lo que estaba pasando a mi alrededor): otro momento feliz de mi 2015. La voz se ha extinguido, él ya no está, pero le agradezco infinito que abriera mi mundo y que despertara sensaciones que hacía tiempo que tenía adormiladas. Todo es más fácil ahora. Y, además, he aprendido una lección (no hay como cagarla para aprender). A veces, no estamos a la altura de las circunstancias: la vida te pone delante algo muy bueno y, por lo que sea, no se está a la altura. Yo soy muy de dar segundas, terceras o cuartas oportunidades (o las que hagan falta) si algo merece la pena, pero ya he aprendido que no todo el mundo es como yo. ¡Cuánto aprendizaje en pocos meses! Lo bueno: que llego a este 31 de diciembre contenta, relajada y tranquila. Y eso me hace sonreír.
Recapitulando: que, aunque el año ha tenido momentos muy duros, la gente que me acompaña me ha hecho todo mucho más fácil. Y es que, como dice Clarence, el ángel de Qué bello es vivir (una de mis películas favoritas: la veo todas las Navidades, como hacía de pequeña con aita): «Remember no man is a failure who has friends». (Por cierto, que mi Clarence particular creo que estas Navidades también se ha ganado sus alas). Así que, como no podía ser de otra forma, para el 2016 que ya tenemos prácticamente encima voy a desearos mucha gente que os quiera. Que tengáis la inmensa suerte de vivir los 366 días de 2016 (¡bisiesto, amigos!) rodeados de personas que os quieran genuinamente, porque, así, no habrá nada que pueda con vosotros. Los amigos, la familia… son los grandes superpoderes de todo superhéroe que se precie. ¿Cómo fallar, cómo caerse, cómo estar triste… cuando te quieren?
Muy feliz año a todos. Un beso.
Hola, Mónica
He estado off side estos días, lo siento.
No creo en los balances de fin de año. No me gusta contabilizar ni tampoco los libros de entradas y salidas. Todo son malas metáforas para justificarnos o pergeñar nuestros propósitos. No existe nada de eso. La vida es la que es y nosotros hemos de recorrer el camino. Aprendemos. Siempre es así. Hay puertas, resquicios y asideros. Nadie murió sin haber vivido y cada ser humano obtuvo de sí mismo toda la felicidad o desdicha que fue capaz de asir, de la manera que aprendió a hacerlo. Todos tenemos hermanos, madres, hijos. Todos queremos un techo. Necesitamos comer. Y amor. Dar y recibir. Y eso, Mónica, no está en ningún puñetero balance ni contabilidad de propósitos, sino en la forma de ver y de percibir la realidad. El tiempo ahí solo actúa de soldado recordador de nuestro sino mortal. Pero nunca de maestro, ni de libro de cuentas.
Es mi forma de pensar.
Te deseo (y a tus lectores) lo mejor hoy igual que la primera vez que me dirigí a ti. No es ningún propósito para este año; es mi realidad vital hasta mi último día.
Un saludo
Joel