Mathias Énard: ‘El alcohol y la nostalgia’
Ayer me dejaron algunos libros-joya para leer estos días. Uno de ellos, El alcohol y la nostalgia, de Mathias Énard, ya lo he devorado. Es una novela breve, pero de las que pueden hacer pupa (y me pilla en un momento en que estoy excesivamente blanda y sensible, todo sea dicho).
«En la vida hay manos que uno no deja jamás, que uno quisiera sostener hasta el final, hasta que acabara el trayecto; también hay trenes cuyo ritmo te embriaga como el más fuerte y más nostálgico de los alcoholes».
Una llamada en plena noche interrumpe el sueño de Mathias. Es Jeanne, que le informa de la muerte de Vladímir. Esa misma noche, Mathias parte hacia Moscú para reencontrarse con su antigua amante. Inmersos en el dolor del duelo, en el corazón de una ciudad perdida —un vasto terreno habitado por sombras—, ambos se reencuentran durante un instante en torno a los restos de su amigo. Y de ahí, Mathias se embarca en un viaje a bordo del transiberiano en el que rememorará un feroz y apasionado triángulo amoroso.
Para Chéjov, Rusia era alcohol y nostalgia. Énard se apropia de estos elementos para narrarnos un viaje. Un viaje físico, real, en un tren a través de Rusia; y un viaje emocional y psicológico, de huida de un pasado y un amor… aderezado con alcohol y psicotrópicos, y con la muerte como salida y destino. Terrible.
Jeanne, Mathias y Vladímir forman un extraño triángulo amoroso. Los dos hombres comparten a Jeanne, pero, a la vez, son amigos. Aun así, Mathias decide salir de Moscú para volver a París, con lo que la relación queda rota. Pero, como dice el narrador: «Uno no lega un amor cuando se va, se lo lleva consigo». Y lo mismo podría decirse de la amistad. El triángulo no acaba, a pesar de la distancia. El triángulo se desintegrará cuando uno de sus vértices, Vladímir, muera. Y, a partir de ahí, con la muerte como inicio y acompañante en toda la novela, Mathias emprende un viaje. Primero a Moscú, la ciudad testigo de ese amor a tres bandas, un inframundo lleno de nieve y mugre, donde verá a Jeanne. Después, en tren, hacia Siberia, atravesando toda Rusia. Y esas vastas extensiones de terreno cubiertas de nieve, de hielo, de vacío… son el escenario perfecto para la nostalgia y la muerte. Muerte con la que siempre han jugado (abusaban de las drogas y, en más de una ocasión, el narrador dice que, por la delgadez de sus cuerpos, parecen cadáveres) y muerte que ahora es algo tangible, pues tiene el rostro de alguien querido, Vladímir. Y empiezan los recuerdos de la época en Moscú con Jeanne y Vladímir. Y la gelidez de la estepa lo impregna todo: no hay esperanza. ¿O sí?
Jeanne es, para mí, el personaje más interesante y el que aporta un rayo de sol. Es la más libre y, a la vez, la que mejor sabe llevar su vida por otro camino cuando es necesario. Jeanne es el comienzo de la triple relación y, probablemente, el centro del universo moscovita de estos tres seres que se limitan a deambular sin rumbo, hasta arriba de drogas, charlando de literatura. Las cartas de Jeanne son las partes más delicadas y poéticas de la novela. Es la mujer valiente como único resquicio, como único refugio, como única esperanza.
Admito que la novela me ha enganchado completamente. He subido bastantes frases al Tumblr, porque hay párrafos que merecen mucho la pena y hay, sobre todo, frases sueltas de enmarcar. Muy recomendable.
¿La conocéis? ¿La habéis leído? Podéis comentar lo que queráis…